Jueves, 26 de febrero de 2009 | Hoy
MATAPLANTAS Y SU ESCAPE DEL PLANETA VIVIENTE
Con su tercer disco, el cuarteto de Mataderos sacude otra vez la modorra del indie local y, a pesar del tono apocalíptico del título, se empecina en recordar que existe la esperanza.
Por Juan Manuel Strassburger
La mayoría de las bandas tiene “su” momento iniciático. Pero el de Mataplantas no fue ni un viaje que hicieron juntos, ni el encuentro con un productor salvador que los sacó de perdedores, sino... un demo que salió muy mal: “Fue antes de grabar nuestro primer disco. Veníamos ensayando bastante, así que decidimos alquilar unas horas en un estudio y grabar cuatro temas. Pero cuando salimos y lo escuchamos, no lo podíamos creer. Dijimos: ‘¡No! ¿Qué es esto? ¡Así no era!’”, cuentan entre risas. “Al principio uno cree que tocar es juntarse a grabar como lo hacían los primeros Beatles. Pero hoy el mundo es otro y hay un montón de posibilidades. Esa mala experiencia nos convenció más de armar nuestra propia sala y empezar a hacer los temas desde ahí.” Esa sala tiene nombre y apellido unidos, MataRex, y es el laboratorio desde el cual este cuarteto de Mataderos viene sacudiendo la modorra que hasta hace poco abarcaba a gran parte del indie local con una serie de discos cada vez más audaces y llenos de talento. Primero fue el caótico pero atractivo El sueño del hombre pulpo (2005). Después llegó el sorprendente Hickie (2006), que se instaló a pura prepotencia de talento en el conteo de los discos más creativos de la década. Y ahora es tiempo de Escape del planeta viviente, un álbum procreado en el mismo ámbito de juego y libertad que los anteriores, pero que ya, a la primera escucha, se nota mucho más rotundo y concreto que los anteriores. Está claro que Mataplantas ya no tantea a la hora de hacer canciones sino que las hace. Y muy bien.
“Me parece que para este disco nos dio buen resultado sacarnos vicios que a veces tenemos las bandas, como hacer música para músicos”, sostiene autocrítico Maxi García, bajista de la banda, y el resto –Pablo de Caro en guitarras y voz, Nazareno Gil en batería y samplers, y Pablo Malaurie también en guitarras y voz– acuerda. “Tratamos de no engolosinarnos y de controlar ciertos excesos. Elegimos que el mensaje sea claro y que se genere una unidad con el que escucha”, completa Maxi, más allá de que, como ellos mismos aclaran enseguida, cada tanto les den un “mazazo” a esas canciones para “abollar” tanta belleza apabullante. “Está claro que si tenemos que pintar el mar en un cuadro, al lado del barquito no ponemos otro barquito, ponemos una bomba”, comentan De Caro y Malaurie, citando al De Caro mayor (Sebastián, el periodista de cine), autor original de la frase. “Para nosotros hubiera sido más fácil hacer un disco como Hickie. Pero buscamos salir del formato guitarra, bajo, batería, que es una cosa instalada desde hace 15 años y que nos parece que está agotada. ¡El oído pide frescura!”, se planta De Caro.
El álbum cuenta con un par de hits instantáneos, sin es que logran la difusión mínima necesaria para hacerse escuchar (claramente Don Don Don, un temazo por donde se lo mire). Pero por suerte también mantiene en temas como La década de los Cheventa (empezar el día con esa canción es ya arrancar con una sonrisa), La bicicleta o Capitán Mandarina ese ánimo lúdico que siempre caracterizó a la banda, tanto en las letras como en el armado artesanal de la canción. Cuando uno escucha esos temas repletos de detalles orquestales y referencias a la cultura pop, piensa: “¡Estos pibes se divierten!”. “No tenemos reparos a la hora de hacer una canción, somos grandes fanáticos de la música”, se enorgullecen sobre esas múltiples referencias artísticas que extraen de ver películas o escuchar discos juntos, pero también de las propias vivencias. Entre ellas, una infancia ochentosa –los cuatro Mataplantas orillan los 30– que los empapó de cariño por las series de televisión, los dibujos animados, las películas y los objetos de esa década (incluido el revival de los ‘60 que se hizo en ese momento). Un posterior paso por el teatro les inculcó la vocación lúdica y el constante juego con los elementos artísticos. “Era el teatro más pesado, el del under, el de cargar con las luces y la escenografía”, describen.
Escape del planeta viviente contó con la producción de Manza (líder de Valle de Muñecas y avezado partero del indie local) y se suma a los discos de temática apocalíptica que aparecieron en el último tiempo: El día de los muertos de El Mató A Un Policía Motorizado y En el mundo del fuego de Shaman y Los Hombres en Llamas. “Un poco es por este tema del cambio de era y el fin del calendario maya, marcado para el 2112”, dicen los Mataplantas sobre su propio abordaje. “Pero si bien habla de las cosas malas que están pasando y del fin que supuestamente se avecina, el disco fue planteado desde el principio como una esperanza. Te avisa del final, pero a la vez te dice: ‘Vamos, ¡todavía existe el amor!’”, suelta De Caro entre risas.
De hecho, varios de los temas del disco (Don Don Don, La flor, Este amor y la arengadora Chutazo de amor) abordan sin rodeos la temática del enamoramiento. Con alegría y entusiasmo. Temas repletos de coros y arreglos pop a lo Ray Davies o Brian Wilson, y ritmos trepidantes que recurren al music hall, el line dance country, el merseybeat o la música a-go-gó si es necesario. Todo bajo el paraguas de una imaginería de cine clase B que ya es una marca de identidad de la banda (antes, con la misma formación, sacaron un disco como Barbara Feldon) y que se expresa también en las letras, aunque ahora de manera más aguda y directa. “Cuando empezábamos, discutíamos sobre si cantar en inglés o no. De lo que estamos convencidos hoy es del poder que ganan las canciones cuando lo que estás diciendo es algo muy real, cuando tiene una frase rejugada que se te queda grabada en la cabeza”, se entusiasma De Caro, quien también descree de los que “con la excusa de la poesía dan vueltas y se esconden para no decir nada, cuando en realidad lo que quieren decir es: ‘Flaca, quiero darte hasta mañana y te amo con locura (risas)’”. Por eso, con los letristas de acá, los Mataplantas sienten sintonía con Pablo Dacal, Nacho de Onda Vaga, Francisco Bochatón y, más recientemente, Andrés Calamaro. “Es un genio”, sentencian sin vueltas. “A veces dice cualquiera, pero está buenísimo. Fabio Zerpa tiene razón, La vi comprándose un sostén... ¡me encantan!”, se entusiasma De Caro, quien enseguida arriesga una teoría sobre la letrística local: “Por suerte en el rock argentino hay muchas cosas que nadie dijo, de las que ni siquiera se habla. Es lo contrario a lo que pasa con el rock yanqui, en donde hay veces que decís: ‘Boludo, ¿esto cantó el chabón?’. ¡Y resulta que lo dijo en el ‘62! ¡Y acá por ahí todavía estamos hablando de la lluvia!”.
–En Onda que... cantan: “La radio te manda un mensaje/ que todo termina/ que todo está por explotar”. ¿Los medios también colaboran con el clima apocalíptico?
Naza: –Sí, totalmente. Entre nosotros siempre hablamos de estas cosas. De cómo influye lo mediático y de cómo a veces parece que todo tenga que ser rápido o urgente para que esté bien.
Maxi: –A mí los medios no me afectan. Me afecta que afecte al resto de la gente, cuando veo a un zombi vivo tratando de conseguir un plasma sin saber por qué.
Naza: –O cuando dicen que el dólar se va a ir a mil millones y la gente entra en una paranoia que la vuelve loca. Por eso, a veces, la respuesta es frenar un poco con eso. Salir a la calle y estar en contacto. Estar menos encerrado.
De Caro: –Para mí lo importante es salir a la calle y pelearla. Porque, si no, tu mundo deja de ser tu mundo. La otra vez estábamos de vacaciones y me di cuenta de que hay un montón de cosas que ya no son una fiesta para mí. Las discotecas, por ejemplo. Me parece que es mejor hacer una gran reunión donde pasen un montón de cosas. Como Woodstock, que fue lo más grande que dio el rock. ¡Aunque también se echó a perder en un segundo!
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