THE CORAL, LA GRAN APARICION INGLESA DEL AÑO
Volver al futuro
Son de “por ahí cerca” de Liverpool, tienen no más de 21 años y sus canciones suenan (sin exagerar, eh) a Syd Barret, Captain Beefheart, Beach Boys y podría seguir una larga lista que huele a rock lisérgico y campestre. Además su disco debut, que gana premios, dinero y elogios de la crítica, ¡se editará en Argentina!
POR PABLO PLOTKIN
Hay discos que esconden buenas historias. Y hay discos que son tan buenos que agigantan cualquier historia que haya detrás. La de The Coral es la historia sencilla de seis chicos de un pueblito de pescadores –Hoylake– situado a unos 15 minutos de Liverpool. Seis chicos que se conocieron en la escuela, formaron una banda y, siete años después, grabaron un disco. El promedio de edad de sus integrantes es de 19 años, exceptuando al cantante, James Skelly, que tiene 21 y lee a Dylan Thomas y textos sobre la Guerra Civil de los Estados Unidos. Se pasaron la mayor parte de sus adolescencias encerrados en sus dormitorios, fumando porro y escuchando canciones. Hoylake “es uno de esos lugares donde todo el mundo conoce a todo el mundo pero en realidad nadie conoce a nadie”. A The Coral no los conocía nadie hasta que grabaron The Coral y ahora los conoce medio mundo (en Argentina se editará en noviembre y entonces ¡seremos parte de ese medio mundo!).
Hasta ahí la historia del grupo semi-rural del noroeste de Inglaterra que logra trascender la modorra del pago y firmar un contrato con Sony por un millón de libras esterlinas. Pero la obra es mucho más valiosa que la fábula. El primer disco de The Coral, un manifiesto de rock and roll borroso y fascinante, es la mejor ocurrencia que pudieron tener seis chicos exploradores que ya son el cuerpo del deseo de la prensa rockera inglesa (por ende, legítimo blanco de nuestra sospecha ante tanto fervor prefabricado). Tanto insistir con eso de La Mejor Banda Británica que, alguna vez, tenían que dar con algo parecido. Un título del semanario New Musical Express (la publicación más pirotécnica de todas) lo resume bien: “A ésta no la inventamos nosotros”. Ciertamente. The Coral es un disco de aventuras que, como tal, supera a casi todas las obras de sus congéneres retro. Si bien aquí también hay cierto trabajo de arqueología espontánea –influencias de Captain Beefheart, The Doors, los Beach Boys, Bob Marley, Syd Barrett–, el resultado es siempre fresco y levemente desviado. Las lecturas de Stevenson, Mark Twain y Heminghway también abonan al cultivo de esta especie de rock agreste, marinero y psicodélico, aunque para ellos “la psicodelia no es más que una etiqueta y los hongos son cosa de una vez por año”.
Alan Wills, ex baterista de una banda llamada Shack, vio “accidentalmente” uno de sus ensayos y decidió fundar un sello –Deltasonic– que editara su primer simple, “Shadows fall” (“Caen las sombras”). Entonces asomó esa especie de pequeña trova portuario-lisérgica cuyo sonido parecía flotar en buena parte de la historia del rock and roll sin anclar en ninguna parte. No es fácil definir el ADN de The Coral, y tampoco es fácil deducir cómo ese pendejo llamado James Skelly (un Matt Damon en Poxirrán) pela esa voz tan curtida, carrasposa y autosuficiente. Y para hacérsela más completa a la industria, profiere declaraciones como ésta: “The Coral es mejor que el primer disco de The Who y que el primer disco de The Small Faces, que con el tiempo se convirtieron en bandas increíbles. Nosotros vamos a llegar ahí y, si no lo conseguimos, al menos podremos decir que no estuvimos en esto por el dinero”.
Ahora la crítica británica, indignada ante la hegemonía del muy yanqui nü metal e incrédula ante el hecho de que una banda como So Solid Crew sea “la gran cosa nueva” del Reino, señala a The Coral como cabeza de serie de una avanzada renovadora, que incluye a grupos como The Music, The Crescent y The Parkinsons. Bandas que suenan a guitarra eléctrica pero que arriesgan mucho más que los Hives, y a la vez ostentan un mayor desparpajo e incorrección que Travis y Coldplay. “Coldplay y Travis son bandas inofensivas. No pueden no gustarte pero, puta madre, los chicos están escuchando la misma música que sus mamás y sus papás”, se alarma el buenode James, probablemente dándole fuego a su bong.
Pese a lo que sugieren estas declaraciones, los Coral parecen ser unos humildes pueblerinos oportunamente afectados por la química, los discos de Lee Perry y libros como El viejo y el mar, Alicia a través del espejo, Peter Pan y La isla del tesoro. Entre los discos capitales en su formación figuran Nashville Skyline, de Bob Dylan, Music From Big Pink (The Band), Slave to the Rhythm (Grace Jones), Catch a fire (Bob Marley), Trout Mask Replica (Captain Beefheart), Pet Sounds (The Beach Boys) y Kind of Blue, de Miles Davis, un ejemplo del espíritu antighetto de la banda, que introduce en sus canciones ritmos de polka y asegura haber escuchado “de todo”: “música hawaiana, tecno, bandas de sonido de cine mudo”. Como se ve, los Coral no se encierran en el ruido blanco. Admiran a Dr. Dre (“la versión moderna de Phil Spector”), al “jefe de Missy Elliott” (Timbaland) y a Outkast. “No somos unos sesentosos de mierda. No vivimos en otra era”, dice el tecladista Nick Power (19 años) que, junto a Skelly, compone temas del vuelo de “Dreaming of you”, “Goodbye” y “Calendars and clocks”.
“Lo que siento acerca del actual estado de las cosas es que la música fue reemplazada por la actitud”, señala a su vez James. “Creo que eso viene del punk. Yo no creo que sea cool no saber tocar tu instrumento; es una mierda”. Ahí están los Coral, que saben tocar sus instrumentos y no parecen, por ahora, encandilarse ante nada. Tienen los ojos demasiado entornados por la marihuana y, para evitar cualquier alusión beatle, James aclara su posición geográfica con el celo de un platense que reniega del porteñismo. “No nos podés etiquetar, somos de un extraño pueblito de pescadores”, precisa. “No somos de Liverpool. Somos de por ahí cerca.”