ROCK ESCOCéS
Bienvenidos a una ciudad ¿imaginaria? que mezcla el centro mundial del juego con la realidad áspera de la clase obrera escocesa. Se acaba de editar el disco epónimo en la Argentina después de haber recibido elogios de los Oasis, Morrissey y el ex Libertines Carl Barat. ¡Digan Whisky!
› Por Roque Casciero
Los carteles de neón no brillan lo suficiente como para ocultar que detrás hay fábricas donde los obreros dejan el sudor día y noche. Por cada uno al que le cantaron su número en la ruleta de la vida, hay miles que sufren en silencio, con los dientes apretados. Ahí las trabajadoras sociales tienen más trabajo que en el resto del país y las parejas rotas dejan chicos llorando en la oscuridad de sus habitaciones. Y los jopos a la Elvis no son el accesorio obvio de los que casan a los borrachos sino los modernísimos looks extrapolados de otra era que usan, aquí y ahora, las estrellas de rock de veintipico. Bienvenidos a Glasvegas, una ciudad ¿imaginaria? que mezcla el ensueño plástico del centro mundial del juego con la realidad áspera de la clase obrera escocesa. O a Glasvegas, la banda de Glasgow creadora de ese universo, a la que sólo le hizo falta su álbum epónimo para que se desvivan por elogiarlos los Oasis, Morrissey y el ex Libertines Carl Barat. “Somos de Dalmarnock, una zona de clase trabajadora”, le dice al NO el guitarrista Rab Allan. “La gente que nació en ese barrio viene de generaciones que trabajan en fábricas, así que por lo general nadie tiene aspiraciones como las de estar en una banda, por ejemplo. En nuestro caso fue diferente, pero no creo que el lugar de donde salimos sea relevante para la música que hacemos. Aunque hay mucha gente que piensa que sí lo es.”
En la historia del cuarteto –que completan James Allan (cantante y guitarrista, primo de Rab), Paul Donoghue (bajo) y Caroline McKay (batería)– todo sucedió demasiado rápido: de hecho, la formación actual del grupo tiene menos de cuatro años. En noviembre de 2007, la publicación de Daddy’s Gone, una canción confesional sobre un chico abandonado por su padre (que también aborda el sentimiento de culpa paterno), desató la batalla entre varios sellos que querían contratarlos. Y el hype, claro. “No creo que eso sea negativo si tenés una buena banda y hacés buenas canciones, porque te da una plataforma para hacerte conocer. En nuestro caso, claramente nos ayudó: había un alto nivel de expectativa antes de que saliera nuestro primer disco”, asegura Rab.
El álbum, que ya tiene edición argentina, está a la altura de las circunstancias: la narrativa directa de James se asienta sobre capas de guitarra y ruido blanco, con baterías en stacatto estudiadas de los girl groups de los ‘60. “Es gracioso, siempre nos comparan con The Jesus & Mary Chain, pero eso no era lo que buscábamos”, se desmarca el violero. “Más bien queríamos sonar como una orquesta, donde hay violines e instrumentos de viento, algo como la wall of sound de Phil Spector. De él también tomamos la influencia para los ritmos. Como Caroline nunca había tocado la batería antes de entrar a la banda, fuimos nosotros los que le dijimos cómo tocar, así que tal vez no le resultó tan raro porque fue lo primero que aprendió.” Rab Allan no recuerda cómo empezó a escuchar el trabajo de Spector (quien acaba de ser encontrado culpable de asesinato): “Supongo que James habrá escuchado el disco que les produjo a los Ramones y a través de eso se habrá metido con el resto de su trabajo, las Ronettes y los discos que hacía en los ‘60”.
–Por supuesto. La razón por la que estoy en una banda es porque amo a Oasis, ellos fueron mi inspiración, y Alan McGee fue quien los descubrió, así que el hecho de que le gustáramos a él fue como un sueño hecho realidad. Y otro más reciente fue que hace un tiempo hicimos unos cuantos shows como teloneros de Oasis. Imaginate: cuando tenía 12 años los vi por televisión y después de eso decidí formar parte de una banda. Fue como una epifanía, algo que no sé por qué sucedió, porque antes de eso nunca me había interesado por la música. Pero los vi por televisión y algo cambió. Y algo similar le pasó a James.
–No. Tardé bastante en dedicarme al instrumento, más que la mayoría de los que tocan. Creo que tendría 14 o 15 años...
–Sí, y llegó a jugar como profesional, ése era su trabajo. Lo único que sé yo sobre el fútbol argentino es que siempre tienen buenas selecciones... al contrario de lo que pasa con Escocia (risas). Sin embargo, James es un gran fan de Maradona, siempre miraba sus goles y me hablaba de la Mano de Dios. El recién empezó a tocar la guitarra a los 18, todavía más tarde que yo. Crecimos juntos, como hermanos, y supongo que es una de esas cosas raras que hayamos agarrado la guitarra exactamente al mismo tiempo.
–Bueno, James ya tenía un ego desarrollado antes de estar en una banda (risas). No creo que eso vaya a ser un problema para nosotros, porque cuando James compone una canción, siempre piensa en la banda: si a nosotros nos gusta, entonces hay posibilidades de que le guste al resto.
–A veces hablamos, aunque las letras son bastante claras, es bastante obvio sobre qué hablan.
–Sí. Geraldine trabajaba con nuestro manager y era trabajadora social. James habló con ella un par de veces y sacó la idea para la canción. Al final terminó trabajando con nosotros, es la que vende nuestras remeras. La primera vez que escuché Geraldine pensé que era una canción de amor (“cuando la chispa evada tu alma, estaré a tu lado para consolarte”), pero el último verso explica la canción. Recién en el final se sabe cuál es la inspiración del tema: “Mi nombre es Geraldine, soy tu trabajadora social”.
–James siempre dijo que quería hacer un disco navideño, así que cuando grabamos el primer disco les dijimos a los de la compañía que queríamos hacer el navideño y estuvieron de acuerdo. Así que conseguimos estudios en Transilvania, Rumania, y creo que nos llevó ocho días grabar, mezclar y terminarlo. Sí, fue medio una locura...
–No, lo más loco fue que Liam Gallagher me diera un beso y me deseara feliz cumpleaños. Muy bizarro...
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