OTRA VEZ CALLEJEROS
› Por Mariano Blejman
Ah, la razón. Todos tenemos razón. Siempre. Es obvio que un skinhead golpeando a un negro tiene razón, que un gobernante corrupto es absolutamente razonable, que un serial killer que dice “no le tendría que haberle comido los ojos” (frase escuchada recientemente por una psiquiatra del Borda) está en el centro mismo del pensamiento racional, que una hija de un fundamentalista le dé la razón a su padre, o que Callejeros salga a vender sus shows como “víctima” del sistema. Es así, los maestros de la retórica lo saben: sólo basta con encontrar una serie de argumentaciones más o menos concatenadas como para lucubrar la teoría y autoconvencerse. El skinhead dice que los negros (o los judíos) son la escoria humana, y la raza aria es superior: lo fundamenta el darwinismo social. Tiene razón. Es entendible que alguien que maneje toneladas de dinero se quede con una partecita del mismo a cambio de favores (“si no lo hago yo, lo hará otro”). Razonable. Es normal que un descuartizador tenga un poco de culpa (lo de los ojos se le fue de las manos, la verdad). También tiene razón. Es demasiado. Un padre no puede estar equivocado, menos para alguien que está en etapa de crecimiento, por más que papá pida por el celibato y las relaciones “naturales” sin preservativo, sin importar a dónde va a ir a parar ese niño. Que Callejeros use la retórica judicial para fomentar su próximo show en Santa Fe con la frase “A fin de dar cumplimiento con las obligaciones que oportunamente se le impusiera. No siendo para más, se da por finalizado el acto, firmando los comparecientes” (está en su web) y sus asistentes se pongan remeras que dicen “Juzgado de los Invisibles”, es muy entendible. El sólido armado argumentativo del loco peligroso que da lugar al horror, en general es más negador mientras más cerca está de sus atrocidades. Así como un nazi no puede verse atroz (la psiquis humana es razonablemente maravillosa en ese aspecto), la cercanía de Callejeros con el horror no puede comprender lo atroz que está siendo con sus seguidores (tanto los muertos como los vivos) en los prolegómenos de un juicio que no sabemos cómo terminará, pero que intentará encontrar algo de razón. Algo de juicio, digamos. Callejeros está pateando la tumba de sus seguidores y no puede verlo como algo malo. Es normal. Es lo que siempre hicieron. Callejeros no son asesinos, es cierto. Son apenas unos necios. Y cuando la razón es sólo una seguidilla de argumentos contrarrestables por otros argumentos más o menos serios, sólo queda la solidez de los hechos: 194 muertos que no pueden entrar en razón. Cientos de familias destruidas por la irracionalidad de un grupo, de un manager, del dueño de un boliche, de un funcionario que miró para otro lado. Pero Callejeros ha entrado en su propia razón con el horror demasiado cerca como para poder procesarlo (uh, qué palabra). ¿Quién puede hacerse cargo de tremenda desgracia? Callejeros no puede y juega con la retórica de su futuro próximo. Imagínense a Chabán abriendo un boliche bajo el nombre “Ignifugolandia”. O el funcionario que arme un espacio político llamado Partido Incendiario. Latiguillo fácil para la revista Barcelona, pero la Justicia no es chiste, y la vida tampoco. Siga pegándole al negro, Fontanet. Que está en todo su derecho.
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