Jueves, 4 de junio de 2009 | Hoy
LOS PIOJOS, UN FRIO SOLILOQUIO DE BARRIO
¿Que significa el parate de la banda liderada por Andres Ciro Martinez? El fin de una era de aguante consciente, un rito que buscara reinterpretarse en alguna otra banda de sonido de los tiempos que corren.
Por Mariano Blejman
Cada vez que el rompehielos “Irízar” –cuando volvía de la Antártida– salía a mar abierto, los marinos escuchaban el tema Agua de Los Piojos por el sistema de sonido del barco. Se había convertido en cábala, ya que con ese tema de fondo salieron de una tremenda tormenta que los tenía sobre hielo firme. La historia está contada en el documental Hielos míticos, de Daniel Bazán, sobre la gesta en la Antártida. Sin embargo, nunca se escucha en el documental el nombre del tema, ni el de la banda: “Es un tema de rock nacional”, repite hasta la insistencia el capitán, que está a punto de usar la zeta en la palabra “nacional”. Agua les daba calor a los épicos marinos y, durante años, a los miles de fans que peregrinaron sobre una de las cabezas más infectadas del rock barrial.
Los Piojos rompieron el hielo del aguante hace 20 años, tardaron casi un lustro en grabar sus primeros temas para Chactuchac (1993), diez años más para hacer el primer estadio de River Plate con la ebullición de la post-crisis en Máquina de sangre (2003), en el medio giraron en una nebulosa que incluyó varias participaciones en River, pero no propia sino más bien agitada por los sponsors y como banda soporte de The Rolling Stones, un aviso de parate en 2004 y cerraron su carrera en River por sexta vez después de sacar Civilización (2007), un gran disco.
El Eternauta de Héctor Oesterheld hubiera deseado como nadie estar en la platea de una noche donde casi cayó nieve en el estadio de River. Porque por momentos el frío fue tal que el agua ya no caía pareja y hacia abajo sino que se dejaba llevar por el viento envolvente. Tal vez nadie lo notó. Los Piojos iban a necesitar de esa capacidad de romper el hielo del carismático Andrés Ciro Martínez, al frente del barco. Si los rituales necesitan un lugar donde suceder, la puesta en escena de River refería una plataforma espectacular.
Bien de cerca, visto desde la fosa donde se parapetan los bomberos que sacan fotos con el celular y los empleados de seguridad que se matan por una púa, Ciro tenía más bien la pinta de un oficinista de fin de semana: zapatos, jean algo gastados, un peinado más bien despeinado, algo de barba –casi imperceptible–, un buzo negro, el perfil le daba medio culón, algo de busarda. Parecía un tipo común, pinta normal. Sin extravagancias. Uno de nosotros: 65 mil piojosos que entendían que esa persona que cantaba, aquel pibe de barrio que andaba en bicicletas por El Palomar, intentaba hacer mover a un estadio sin excusa mayor que la música como referente.
Porque Los Piojos representaron durante los años ‘90 un aporte a la lucidez frente al discurso neoliberal, con el guiño de sus referentes (Los Redondos los votaron en una encuesta hace mucho, la negra Poly y Skay fueron a sus recitales, Maradona subió al escenario para cantar Maradó), pero cuya faena se convirtió en una máquina infernal que probablemente cambió el escenario interno del emprendimiento: había demasiado en juego. El farolito, Verano del ‘92, el clip de Maradó en MTV, acaso, fueron los motores de búsqueda de una generación postergada por el discurso oficial, un agite y un aguante organizado, que tal vez fue mal interpretado por la generación siguiente, que pensó que el aguante incluía el peligro de la inconciencia bengalera y la despolitización de la prosa.
En los albores de la década ‘00, cuando la masividad de Los Piojos se multiplicó exponencialmente, amplificado por la izquierdización del discurso post-crisis 2001 y la asunción del rock argentino como banda de sonido de aquellos tiempos, algunos emblemas como Manise (el más votado por la web), Fantasma y Desde lejos no se ve (todos tocados en River) se convirtieron en algo más que temas musicales (tal vez faltó Como Alí). De allí que este merodeo con el final (“gracias por estos 20 años”, “las despedidas son esos dolores dulces”, citando al Indio) incentivó a las tribus piojosas a sufrir un poco más que de costumbre. Frías caras largas, delineadores corridos y no por la lluvia, grandotes barbudos y algo pelados pertrechados contra el escenario, niñas voluptuosas sobre los hombros de sus amantes, lloraban como marranos.
Porque lo que se acaba no es sólo una empresa, un barco que –como el “Irízar”– se estaba incendiando por dentro cuando decidió parar, y entonces poco importará para la crónica si Micky cantó o no uno o dos temas, si Tavo Kupinski le dedicó Sudestada al reciente salido Piti Fernández, si Ciro Martínez tomó decisiones artísticas y comerciales sin consultar a los demás, o si Daniel Buira volvió a subirse al escenario con La Chilinga después de un recordado portazo. Al menos por un tiempo, lo que pasó esa fría noche de River fue que se estaba yendo la posibilidad de los piojosos de festejarse a ellos mismos. Se escurrió el Agua que da calor y se imagina epopeya; se fue el Agua, que por cierto faltó a la lista de temas, como si Ciro Martínez no se hubiese animado a terminar de romper el hielo del todo.
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