Jue 04.06.2009
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UN RECORRIDO POR EL ECUNHI, ESPACIO CULTURAL NUESTROS HIJOS, EN LA EX ESMA

Da cosita

Una vieja bandera de los organismos de derechos humanos comienza a ser realidad: la ESMA, el otrora centro de tortura de la última dictadura, ya tiene espacio para la memoria. Da cosita, sí. Pero vale la pena.

› Por Cristian Vitale

Marcos y Ana Archetti son parte de esa numerosa agrupación de jazz que versiona temas del albino Hermeto Pascoal: la Banda Hermética. El, además de ser el director musical, toca el bajo; y ella, además de cantar, toca el teclado y el bandoneón. Ambos son hijos de desaparecidos. Adriana Lewi también. Nacida en 1978, cedió detalles de su devenir vivencial para que Ton Vriens, director de cine, concretara un film emocionante: Buscando a Victoria. Victoria era el nombre que le habían puesto sus padres. El verdadero. Los tres estuvieron, con sus cosas, rompiendo el hielo en el ECuNHi. Los tres intensificaron una sensación de “cosita” que aquí, cuando se viene por primera vez, es norma. Dice un tercero, testigo de la secuencia: “La sensación de ellos fue de angustia, pero después de haber hecho su arte se sintieron aliviados. Como si lo hubiesen pensado, ¿no? Como si dijeran: ‘Mis viejos hubiesen hecho lo mismo’”.

La secuencia se dispara en múltiples direcciones, principalmente por el efecto catártico que ofrece un lugar que es arte y fue muerte. Un lugar de transmutación simbólica que madres y abuelas, desde su desembarco de principios de 2008, llamaron Espacio Cultural Nuestros Hijos. Ubicado en el fondo de la ex ESMA, donde antes funcionaba el Liceo Naval, donde los militares tomaban clases, pegados al casino de oficiales y a la enfermería. Donde termina el sendero de árboles gigantes que ladean las calles internas.

Bien, aquí, donde durante la dictadura torturaba, se sustraían niños y se mataba y, durante buena parte de la democracia, se ninguneaba a la memoria, ahora hay jóvenes, viejos y una extensa actividad artística. Hay mucha luz y gente circulando todo el tiempo. Hay talleres cotidianos de artes visuales, letras, música, clown, zancos, acrobacia, teatro. Hay, cuando se puede, proyecciones de películas, muestras pictóricas –acaban de darse las del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín y la de León Ferrari–, y recitales como el multitudinario que dieron, entre otros, Arbolito y León Gieco para conmemorar los 33 años del golpe. “Se hace, pero igual tenemos que hacer un esfuerzo más grande. El deseo de todos es organizar un festival de arte mezclando todas las disciplinas. La idea es que haya gente creando todo el tiempo”, se sincera Guillermo Parodi, coordinador general del área teatro. El y los otros tres (María de los Angeles Ledesma, música; Gabriel Serlusnicoff, artes visuales; y Juan Incardona, letras) más Liliana Szwarcer, aceptan que la nota con el NO sea trashumante.

Que se camine, se tome mate y se estacione en los sitios simbólicos. Uno es el pasillo de la planta baja donde el 30 de abril –32º aniversario del inicio de la lucha de las Madres– se inauguró la galería de los rostros revolucionarios: “Cuando Hebe dio el discurso acá, les hablaba a las fotos. Y la idea de no poner sus nombres radica, precisamente, en que ellas decidieron socializar la maternidad”, dice Viviana. Los rostros se mueven ante el primer vientito. Miran. También hay graffitis. Leyendas en la pared que acompañan. Uno del Che (“El héroe popular debe ser una sola cosa, vivo y presente en cada momento”); otro de Raúl Scalabrini Ortiz (“El que no lucha se estanca como el agua y el que se estanca, se pudre”) y un tercero es de los más encendidos de Evita Perón: “Me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi amor, no lo sé todavía, en contra del privilegio que constituyen todavía los altares de las fuerzas armadas y clericales”.

El ventanal da al patio. Y desde ese patio, las fotos se ven mejor. Es el quincho semi abandonado donde los jóvenes coordinadores proyectan levantar una especie de pub al aire libre. Tras los árboles, se divisan una pileta de natación y una parrilla. Detrás, una cancha de tenis cuyo pasto en alto tapa el polvo de ladrillo. Lo fundamental, aquí, según María de los Angeles, es “tomar” los dormitorios donde antes dormían los cadetes para albergar a los artistas de todo el país que participan de los encuentros federales. “Estaría bueno que se den en el mismo lugar: que se queden y compartan, ¿no?”, se ilusiona ella, la única de los cuatro que viene de genes militantes. El edificio es donde antes estaba el taller de montaje. Aquí se reparaban grúas. El patio es inmenso, tiene una acústica especial y fue reaprovechado para montar el escenario móvil en el que se presentan todos los espectáculos. Hoy está la gente del taller de tango ensayando en vivo, pero puede haber una banda de rock, una charla sobre Tosco, un documental sobre Playa Girón o la orquesta juvenil de Santa Rosa en vivo. El galpón está rodeado de aulas y en una de ellas (se usan 30 de las 70 que hay) funciona el taller de cocina que da Hebe los martes: Cocinando política. Dice Viviana: “Los platos son baratos y autóctonos: desde panes caseros hasta pizzas o locro. Mientras se cocina, se lee, se pinta o se habla de política. Hebe está en otro plan, no se pone el pañuelo... se dulcifica mucho, sin perder combatividad, claro, porque para ella el capitalismo también se mete con los hábitos alimentarios”.

El resto de las aulas concentra los casi 600 cursos –regulares o bimestrales– que ofrece el ECuNHi: desde los talleres de clowns, zancos, acrobacia y radioteatro, hasta los de percusión (dictados por La Chilinga), tango, cajón peruano, piano, guitarra y danza. Fue un lugar feo y frío. De pabellones oscuros y grandes árboles. Aún provoca escalofríos por eso que se mezcla entre la memoria, el cuerpo y el imaginario; pero la jugada de las Madres –apoyada por un gobierno sensible a estas cosas– mutó sentido. Resignificó. Parodi, el hijo, lo sintetiza sin giros: “A todo el mundo le pasa esto de entrar y costarle, pero después se va aflojando. Nosotros estamos curados de espanto”.

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