EXCLUSIVISIMO: PHOENIX ESTRENO DISCO EN EL PRIMAVERA SOUND
El esperado cuarteto francés presentaba por primera vez en vivo su flamante cuarto disco de estudio, Wolfgang Amadeus Phoenix, y unos minutos antes de subirse al escenario un enviado del NO los puso contra las cuerdas. ¿Por qué buscaron un productor externo? ¿Por qué lanzaron el disco orientado a la web? ¿Qué recuerdan de Buenos Aires? ¿Hicieron un disco menos accesible al gran público?
› Por Federico Schindler
Es jueves y la ciudad está exhausta. Una noche antes, Barcelona, el mejor equipo europeo en décadas, se imponía con brío ante un Manchester United sobrepasado por las circunstancias. Y claro, luego llegaron los fuegos de artificio, los festejos hasta la madrugada y los cánticos eufóricos. Pero también las innumerables “cañas” o “paki beer” heladas que se beben como agua y se saldan con una resaca importante. Así, al son de las bocinas, del hormigueo callejero y de algún que otro destrozo, la Plaza Cataluña, el Camp Nou y el centro Maremagnum reunía a unas 35 mil personas. A las seis de la tarde, mientras la ciudad todavía intentaba despertarse a base de dosis intravenosas de café, comenzaba otro festejo llamado Primavera Sound. Con el paso un tanto pesado, unas 20 mil personas iban llenando el inmenso predio junto al mar construido en 2004 para el Forum Internacional de las Culturas. Ahora el ambiente es distendido, vacacional, un tanto demasiado tranquilo para el comienzo de un festival que promete tres días de rock, calor y desmesura.
Una buena cantidad de ingleses, franceses e italianos que vinieron persiguiendo el sol caminan junto a catalanes, jóvenes y no tanto. Entre la multiplicidad de cortes de pelo asimétricos y las remeras holgadas de colores vívidos a base de motivos gastados, los españoles parecen estar muy cómodos con la moda retro ‘80. También abundan los nostálgicos de los ‘90, con sus pequeñas mochilas de adolescentes eternos y sus “non prescription glasses”, en palabras de Bret Easton Ellis. La gente conversa, se pasea amablemente por el predio y se acerca lentamente a los distintos escenarios, bebida en mano. De Neil Young a Sonic Youth, pasando por My Bloody Valentine, Aphex Twin, Jarvis Cocker y Spiritualized, sobraban las razones para estar ahí. Sin embargo, tal vez por causa del cansancio general, falta esa pequeña excitación, ese murmullo físico propio de los grandes festivales. Yo La Tengo se sube al escenario y comienza adelantando canciones de su próximo disco, a editarse en septiembre. Pero ni los bajos demoledores ni las guitarras saturadas logran despertar realmente al público de su letargo. Curioso.
Son las once menos cuarto y por primera vez en la velada se empieza a sentir una cierta cuota de adrenalina. Ubicado en un auditorio al aire libre con vista al mar y escalinatas que sirven de platea, el escenario curado por la revista Rockdelux comienza a poblarse seriamente. En el backstage se escuchan algunos alaridos esporádicos de chicas impacientes. El cuarteto francés Phoenix va a presentar por primera vez en un festival su cuarto disco de estudio, Wolfgang Amadeus Phoenix, editado hace apenas tres días a través de su flamante sello propio, Loyauté. Simon White, el nuevo manager inglés de 35 años que trabajó para Bloc Party, CSS y Broken Social Scene, nos recibe whisky en mano: “Esperame un segundo, ahora los voy a buscar”. Entra en el container que funciona de camarín y vemos aparecer al cándido y melancólico Thomas Mars, el cantante de la banda, junto a Christian Mazzalai, el segundo guitarrista. “¿Cómo estás? Si no te molesta, ¿podemos esperarlo a Branco?” Unos minutos después llega Laurent Brancowitz, guitarrista principal de Phoenix y ex compañero de Thomas Bangalter y Guy-Manuel Homem-Christo en el grupo Darlin (N. de la R.: la pequeña anécdota cuenta que el nombre Daft Punk viene de una crítica negativa publicada en la revista Melody Maker, que describía la música de Darlin como “a bunch of daft punk”, o sea un “grupo de punk bobo”). Se sienta y, con una sonrisa, Brancowitz dispara: “Bueno, ahora empieza tu trabajo”.
Laurent Brancowitz: –Fue un momento realmente mágico. Sabemos que es un programa muy importante en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, al vivir en Francia, no podemos realmente dimensionar el impacto. Como estamos un tanto lejos de ese mundo, logramos llevarlo adelante con cierta ligereza. Una vez en el set, el ambiente era particular: tenían un manejo extremadamente riguroso de la producción y al mismo tiempo había un costado de cierto relajo, teniendo en cuenta que están sacando al aire un programa en vivo para más de 10 millones de personas...
Thomas Mars: –Es el show televisivo norteamericano más profesional, pero el ambiente detrás de escena tiene algo de un programa de la RAI. Hay cosas que se hacen a último momento, todo es bastante caótico. Eso es lo genial: son los dos universos que más nos gustan, ¡pero juntos! De hecho, hubo un sketch sobre la RAI en un momento.
Brancowitz: –Por lo general, la risa y la música no se llevan muy bien. Pero en este caso funciona de maravillas.
Mars: –Con Philippe Zdar todo se dio de manera muy natural. Estábamos trabajando en su estudio en Montmartre y los viernes a la noche él pasaba religiosamente a buscar sus discos. Cada vez que venía, escuchaba en qué estábamos. Había vivido el primer y segundo disco más de lejos, y creo que tenía una visión particular con respecto a nuestro grupo. Nos había dicho cosas muy interesantes sobre nuestros conciertos, pero nunca sobre los discos. Es más delicado, un disco está fijado y no tiene marcha atrás. No tiene sentido decir “el segundo disco es excelente, pero hubiesen tenido que hacer esto o lo otro”. Los conciertos son mucho más aptos para ir siendo mejorados en el transcurso de una gira: nos proponía cambios en la lista de temas, sugería ubicaciones para las canciones... exactamente como un software que va evolucionando en sus distintas versiones 1.0, 2.0, 2.1 (risas). Fue muy interesante trabajar con él, por momentos parecía más apasionado y convencido que nosotros mismos con respecto a nuestra propia música. Cada vez que venía al estudio, se le humedecían los ojos. O, por ejemplo, se iba de vacaciones tres semanas y nos llamaba para tener novedades. En función de las respuestas, podía entusiasmarse o sentir que le habíamos arruinado la semana.
Brancowitz: –Ni bien estaba cinco minutos en el estudio, eran siempre momentos cruciales. Suena un poco extraño, pero es verdad. Llegaba siempre en el momento justo, con el comentario pertinente para cambiar o encontrar ese pequeño detalle que le faltaba a la canción. Tuvo un papel sumamente importante, pero para nada tradicional. Es más un productor como me imagino puede llegar a ser Rick Rubin (N. de la R.: primer DJ de los Beastie Boys devenido en reconocido productor de artistas como Johnny Cash, Red Hot Chilli Peppers, The Cult, Metallica o Run DMC). El tipo está ahí cinco minutos y lanza un comentario casi filosófico. A lo largo de toda la etapa de producción fue una suerte de guía espiritual.
Mars: –El equilibrio vino de nosotros y de Zdar. El nos decía todo el tiempo: “Necesitamos sí o sí una canción lenta”. Desde el comienzo tuvo una visión general de lo que teníamos que lograr. Nuestro disco anterior, It’s Never Been Like That, no era así: era mucho más directo, lo sacamos casi en su estado bruto. Mientras no tuvimos la canción Love Like a Sunset, sentíamos que faltaba algo, una resolución. De todas formas, cuando hacemos un disco no pensamos en formatos y categorías.
Brancowitz: –Cuando invitábamos gente al estudio para hacerles escuchar lo que estábamos haciendo, la primera impresión era de estar ante un disco complicado, retorcido. Es cierto que el disco tiene varias capas. Ni bien lo terminamos, teníamos incorporada la idea de que iba a ser difícil para el público. Pero, al tomar un poco de distancia, apareció una suerte de ligereza, de facilidad.
Christian Mazzalai: –Creo que buscamos hacer un disco artesanal. Nuestra búsqueda tiene que ver con una visión muy épica de la tristeza, un poco adolescente, intensa y exaltada. Una mezcla de fuerza y de tristeza que tal vez en este disco se note más. Daft Punk, Air y los Strokes también tienen algo de ese espíritu.
Mars: –El título viene de varias referencias cruzadas. Hace poco leía un libro que se llama Mozart en la jungla que lo ubica en los ‘80, es bastante delirante. Nos interesaba ese juego de referencias. Es un procedimiento cercano al pop art: tomás un elemento icónico, lo destruís un poco, o por ejemplo le agregás un bigote, y cobra otra dimensión. También estaba presente la idea de fantasear con integrar elementos del mundo clásico dentro del mundo moderno. Si lo pensás, Franz Liszt era una suerte de estrella de rock de su época. Otros músicos lo detestaban por ser el que se llevaba a todas las chicas, sus conciertos se le iban de control. De allí la canción Lisztomania, que habla sobre tocar en vivo y la belleza romántica de una multitud enloquecida, pero también de la sensación de soledad de seguir siendo uno en un grupo numeroso.
Mazzalai: –Por lo general, los títulos de nuestros discos y de nuestras canciones son muy pensados, elegantes y estables. Acá queríamos lo contrario: algo caótico y un poco “llamativo”. A mí me llevó tres semanas para que empiece a gustarme. No me parecía para Phoenix. Pero Branco me trataba de convencer diciendo que era un título peligroso, que había que tratar de imponer. Queríamos explorar algo distinto, un poco más provocador, y por ahora la apuesta está funcionando.
Mars: –En realidad, por primera vez en nuestra carrera pudimos hacerlo nosotros, exactamente como queríamos. No calculamos nada. 1901 decidimos regalarlo una semana antes de hacerlo. Nos dijimos: sería genial lanzarlo en la web y después organizamos una pequeña estrategia alrededor para que tenga sentido, y que no parezca un fuego de artificio improvisado.
Brancowitz: –Leí en alguna revista una nota que analizaba el lanzamiento como un golpe magistral de marketing. De hecho, lo más curioso es que nosotros fuimos tomando decisiones súper arbitrarias, siguiendo una suerte de instinto de lo que nos gustaría recibir de un grupo. Se terminó el contrato con EMI y queríamos empezar la grabación del disco sin contrato. De hecho, produjimos el disco sin contrato. Si bien con EMI también siempre tuvimos mucha libertad, la diferencia es que hoy en día tomamos una decisión y al día siguiente la aplicamos. Trabajamos con pequeños equipos muy comprometidos con el proyecto, con los cuales no hay paredes que derribar, ni trabas.
Mars: –En Europa trabajamos con Cooperative Music y en Estados Unidos con Glassnote. Son todos pequeños sellos. Elegimos caso por caso la gente con la que queremos trabajar, con la que nos sentimos cómodos. Es importante que entiendan lo que hacemos y tengan ganas de defenderlo. Cuando estás en una major, tenés tu sede principal y todos los satélites del mundo entero que te heredan sin haberlo pedido, a veces como un hijo no deseado. Y eso es lo peor, es el infierno para todos.
Brancowitz: –Estamos realmente muy contentos con este nuevo modelo, se adapta perfectamente a bandas de nuestra talla.
Mars: –Las oficinas de Kitsuné están al lado de las de Philippe Zdar. Nos cruzábamos seguido a Gildas & Masaya, los fundadores, y nos decían que querían venir a escuchar lo que estábamos haciendo. Siempre hay un momento en el proceso de grabación en el que estás un poco vulnerable y es preferible cerrar el círculo. De allí nació este proyecto. Nos los volvimos a cruzar y nos propusieron hacer un compilado diferente. A nosotros nos gusta bastante hacer mixtapes, de hecho lo hacemos cada vez que salimos de gira para musicalizar la previa de nuestros shows. Para este proyecto elegimos las canciones que más influenciaron nuestra manera de hacer música. Y también las menos conocidas: la idea sigue siendo hacer descubrir canciones. Estábamos muy sorprendidos de que logren conseguir todos los derechos, era un rompecabezas.
Brancowitz: –Di Angelo, por ejemplo, es una suerte de Prince que dice que no a todo. Lou Reed también, tuvimos que mandarle una carta personalizada. Le dijimos simplemente lo que pensábamos: que sin su canción, este compilado no hubiese existido. Era “el” tema que influenció el nuevo disco. Es una canción que habilita una nueva dirección en el rock, es precursor en la manera de integrar varias cosas familiares y el hecho de que tenga una melodía tocada, un tema que vuelve interpretado por cada instrumento, súper depurado y a la vez eficaz, es genial. Lo escuchábamos todo el tiempo.
Mazzalai: –Conozco a Deck desde que tenemos seis años, a Thomas desde que tengo 12 y luego está mi hermano, Branco. Chag, el manager, era compañero de escuela. Cedric, el que se ocupa de la parte técnica, era un compañero de jardín de infantes de Thomas, siempre fuimos una banda. Era nuestro modo de supervivencia en esa ciudad de la nada, del vacío absoluto que es Versalles. Estábamos todo el tiempo juntos, crecimos juntos y creo que a esta altura ni siquiera sabemos lo que es estar solos.
Mazzalai: –Es curioso. Hay muy pocos músicos en Versalles, pero somos varios los que logramos sacar proyectos adelante. Está Air, Alex Gopher, Etienne de Crecy. El tema es que hay un solo bar, no hay escena, ni conciertos. En su momento era una suerte de comunidad un poco bizarra, secreta, que se intercambiaba discos en reuniones y fiestas. Los Air eran como nuestros hermanos mayores, pero nos conocíamos un poco. Descubrimos a los Stone Roses gracias a ellos.
Mazzalai: –Fue sencillamente delicioso. Me compré unos zapatos increíbles, justo al lado de la sala, en lo de un artesano que parecía vivir en el siglo XIX. Me acuerdo de que después del concierto fuimos a un bar bastante típico (Tío Felipe, una pizzería de San Telmo). Cuando caminábamos por la calle todo nos resultaba a la vez familiar y exótico. Era la primera vez que íbamos y nos sorprendió la calidez del público. La recompensa máxima en nuestro oficio es cuando viajamos y descubrimos otros países. Cuando estábamos en la Argentina, acabábamos de escribir Lisztomania. Teníamos la sensación de tener algo entre las manos. El soundtrack de Buenos Aires era el estribillo de Lisztomania. Deck y Thomas lo habían encontrado, y es uno de los momentos que más me gustan. Llegar al estudio y que alguno de la banda haya encontrado algo, una melodía, un estribillo, lo que sea. Es el mejor regalo que nos podemos hacer entre nosotros.
Mars: –¿Hicimos la lista de temas?
Brancowitz: –No realmente...
Mars: –Bueno, te tenemos que dejar...
Son las once y cuarto de la noche, los Phoenix terminan la entrevista con el NO y se reúnen a puertas cerradas en su camarín, pocos segundos antes del estreno mundial en vivo del flamante Wolfgang Amadeus Phoenix. El escenario ya está preparado, las luces comienzan a apagarse y los gritos esporádicos se hacen cada vez más intensos. Comienzan los aplausos. Thomas Mars, Laurent Brancowitz, Deck D’Arcy y Christian Mazzalai se reúnen en círculo junto al baterista y al tecladista antes de subir las escaleras que llevan al escenario. Se abrazan, como si estuviesen renovando una vez más el pacto de sangre que tienen desde hace años. Cual deportistas, hacen algunos movimientos de brazos y sonríen. Súbitamente comienza a escucharse el sonido repetitivo y feliz del sintetizador que abre Lisztomania, se prolonga durante casi un minuto haciendo crecer la tensión y los cuatro dandies modernos toman el escenario por asalto. Al frente, perfectamente alineados, miran al público con empatía.
El baterista comienza a tocar, Thomas Mars arroja las primeras palabras y ni bien entra el riff se dispara la primera ovación general. En el lapso de un minuto, el público deja detrás el cansancio para entregarse de lleno a esta máquina imparable de rock napoleónico. Siguen 1901, Everything is Everything, Consolation Prices, una versión bastante distorsionada de Run Run Run, o el pequeño himno Too Young, antes de llegar a Love Like a Sunset, un momento de abstracción que deja a más de uno atónito frente a lo que escucha. Los finales son épicos, las inflexiones ajustadas y extremadamente precisas, las versiones en vivo suenan cada vez mejor. La comunión de potencia, espontaneidad y elegancia es perfecta. Al cabo de 50 minutos, Mars comienza a cantar Long Distance Call, baja a la fosa y se acerca al público hasta fundirse con él.
Con un contexto recesivo pronunciado de trasfondo, no le tocaba, en su novena edición, una temporada fácil al evento que supo convertirse en la antesala de lujo de la temporada de festivales europeos de verano. Unos meses antes, su competidor principal, el Summercase, había capitulado por falta de sponsors. Varios periodistas locales comentaban incluso que su organizador, el legendario sello y productor de conciertos Sinnamon, estaría al borde de la quiebra. Las señales de alarma comienzan a sonar en el mundo de la producción musical española. Crisis del disco, crisis de financiación, crisis económica generalizada. Así y todo, el festival barcelonés supo llevar adelante la tarea con talento y conservar lo mejor de su espíritu: una programación del más alto nivel que propone un excelente equilibrio entre figuras consagradas y sonidos emergentes.
Sin embargo, la crisis se hizo particularmente notoria en la casi nula ambientación del austero predio del Parc del Forum, un inmenso descampado de concreto diseñado en 2004 para el Foro Internacional de las Culturas. Visto desde otro ángulo, se podía leer casi como una declaración de principios, una vuelta a lo esencial –la música– que ya no siempre motiva la realización de este tipo de eventos masivos. Bienvenido sea. Con un total de 171 conciertos, catorce escenarios (seis de ellos situados en el recinto principal, el resto repartidos en el centro de la ciudad) y casi 80 mil espectadores a lo largo de los tres días, el evento tuvo una serie de momentos sublimes, como el emocionante regreso a Barcelona después de veintidós años del canadiense Neil Young o la presentación de The Eternal, el nuevo disco de los incansables e inspirados Sonic Youth.
El que también presentó material nuevo fue el ex frontman de Pulp, Jarvis Cocker. Further Complications, la segunda entrega solista del carismático poeta de Sheffield, tuvo como invitado de honor a Steve Albini, productor reconocido por su trabajo junto a Nirvana. El sonido crudo y eléctrico de sus nuevas canciones no logró, pese a su contundencia escénica, convencer por completo a un público bastante frío y decepcionó a más de un nostálgico de su período brit pop. Los británicos que sí lograron lucirse fueron los aclamados The Horrors, que luego de un debut a base de rock garage se volcaron a sonidos cercanos del krautrock con el excelente Primary Colours, editado en mayo pasado. También sorprendieron Art Brut, la formación liderada por el irónico Eddie Argos; Ebony Bones, estrella de la serie televisiva británica Family Affairs devenida en diva del electro pop colorido con notas punk; y los cancioneros folk franco-suecos Herman Dune.
Los que definitivamente cautivaron al público fueron los neoyorquinos de The Pains of Being Pure at Heart. En vivo, sus canciones recuerdan a la primera época de los Smiths y recuperan lo mejor del rock independiente norteamericano de los ‘90. Para los amantes de los beats y del baile, la propuesta también fue muy convincente. Encabezada por el legendario artista del sello Warp Aphex Twin, la programación electrónica tuvo como invitados destacados a los Simian Mobile Disco, entregando un show audiovisual de una potencia demoledora. El que tuvo la responsabilidad de cerrar los festejos fue un miembro de la escudería Ed Banger, DJ Mehdi, que mantuvo a la multitud bailando hasta altas horas de la madrugada. Un final feliz que deja augurarle al Primavera Sound una larga vida.
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