Jueves, 13 de agosto de 2009 | Hoy
CROMAñóN, LA SENTENCIA
Por Mariano Blejman
Habrá que prepararse. El debate no se saldará con la sentencia del juicio por las 194 víctimas del incendio de Cromañón, pero sentará algo así como jurisprudencia cultural. El miércoles 19 de agosto se conocerá el dictamen por el estrago en el cual están procesados funcionarios, productores, manager y músicos, varios de ellos por estrago doloso. La Justicia dictaminará su responsabilidad penal. No nosotros. Han pasado casi cinco años escribiendo sobre la causa. Pero, independientemente de la cuestión penal, la Justicia va a dirimir también una triste discusión: va legitimar (o no) una manera de hacer de la cultura rock de los últimos veinte años (probablemente desde que los Redondos futbolizaran el rock).
¿De qué se trata este juicio para nosotros? Una condena sobre Callejeros implicaría también una legitimación cultural de la postura de aquellos que pensamos que si bien la banda no tenía intención de matar, generó las condiciones para que eso suceda, ya que era corresponsable de la organización de sus recitales, permitió y alentó el ingreso de bengalas y tres tiros, y apenas alertó a su público sobre los peligros de la suma de sus propias negligencias con un “¿se van a portar bien?”. Y esto, también, independientemente de que la arrogancia posterior del Pato Santos Fontanet, y el cinismo con el que se victimizaron, usufructuaron con la pena ajena y se regodearon con la muerte de sus seres queridos, no haya hecho más que embarrar su historia.
Pero, ¿qué pasaría si la sentencia sobre la banda es leve o nula? ¿Resultará, entonces, que era aceptable meter cuatro mil personas en un lugar donde entraban menos de dos mil, que estaba bien cerrar las puertas de emergencia “por seguridad”, que era festejable saturar de fuego un lugar cerrado, que había que aguantar al aguante, y no “chuparla por caretas”? La comunidad rockera sabe bien que, desde fines de los ‘90 hasta el 30 de diciembre de 2004, el fuego en los recitales fue una manera de llevar la fiesta del rock desde las barriadas hasta el escenario, de demostrarles a las bandas que su público estaba allí. Hace tiempo que circulan en la blogósfera diversas posiciones de los seguidores de Callejeros, o de los que estuvieron allí, diciendo, más o menos, que lo que hacían estaba bueno.
Hace casi cinco años, la nota de la tapa negra del NO de luto por las muertes decía: “El fin del rock Cromañón”. Entendimos que un estrago tan doloroso (doloso) como éste iba a modificar la manera de organizar el consumo rockero, y algo de eso pasó: llegaron los festivales, pero la ola prohibicionista se fue para el otro lado. Sin embargo, esto no es un juicio al rock sino un procesamiento a una metodología de organización desconsiderada. La flexibilización laboral, la falta de relato colectivo, el desinterés por el cuerpo propio, la ausencia de proyecto, funcionan como atenuantes dentro del desastre que dejaron los diez años de menemismo. El público joven se desconectó socialmente y encontró en el rock una representación que no tenía en otros aspectos de su vida cotidiana. La militancia del aguante hacía pensar que “estar” era “ser”. Y que para “ser” había que hacerse “notar”. Una condena leve o nula sobre Callejeros será, creemos, una legitimación de que hacer las cosas muy mal, al fin, no estaba tan mal.
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