LA CUMBIA: BANDA DE SONIDO DE LA ARGENTINA 2002
Aquí y ahora
Definitivamente, está fuera del guetto de los tropi-bailables y los programas de la tele del sábado a la tarde. Riquelme y el burrito Ortega se la llevaron de viaje por el mundo. Lucho González y Carlitos Tevez representan el estereotipo futbolero. Mariano Martínez llegó al personaje de su vida como estrella de ficción. El rock dejó de mirarla de reojo (¿todavía será una mierda?). Pero, sobre todo, la música que se escucha en Un oso rojo y El Bonaerense deja en claro una pertenencia inequívoca a un tiempo y un lugar que son, justamente, los que vivís y transitás cada día.
Por Pablo Plotkin
La cumbia villera, como toda música que nace maldita, vive una infancia corta y arrebatada. Desde que Flor de Piedra apareció en escena cantando “Sos un botón” (hit fundacional firmado por Pablo Lescano), el subgénero experimentó, sucesivamente, un alucinado estallido popular, una cacería moral no del todo consecuente y varios intentos por declararlo muerto. Lo que es innegable es que la cumbia está hoy en todas partes, el sonido cadencioso e hiperrealista de un país en el que, cada vez más, la evasión es un lujo para pocos. El bonaerense (Pablo Trapero) y Un ojo rojo (Israel Adrián Caetano), dos excelentes películas argentinas en cartel, cuentan historias situadas en el oeste y el sur del Gran Buenos Aires y tienen cumbia como música de fondo y de frente. Parece ser la única alternativa verosímil al momento de ponerle melodía a un presente tan pegajoso como el sonido del teclado de Damas Gratis.
Lescano, se sabe, es el principal responsable del giro que pegó una parte de la “cumbia argentina” en el último tiempo. Un giro que, además de temático, es sonoro. Porque no sólo firmó algunas de las letras más explícitas e ingeniosas del género (“Los dueños del pabellón”, “El pibe del barrio”, “Sólo aspirina”), sino que además reinventó el sonido del teclado cumbiero, llevándolo a una atmósfera de ensoñación suburbana, sintética y seductora. Trapero, que se asoció a Lescano para la banda de sonido de El Bonaerense, opina que “la cumbia villera es el resultado de una mezcla de ritmos mucho más activa de lo que sugiere su título”. “Lo interesante de la cumbia villera –prosigue– es que va más allá de su lugar de origen. Musicalmente hay mezclas súper interesantes”. Mezclas que incluyen el reggae, el tango más reo y un híbrido que podría denominarse ska pueblerino. Después de haber patentado ese mezcladito, Lescano decidió volver a las fuentes y, al frente de Damas Gratis, editará en breve un disco de cumbia tradicional, titulado 100% Negro Cumbiero. “¿Qué escucha la gente de mi barrio, de Villa La Esperanza? Cumbia”, se pregunta y se responde Pablo. “Mi música siempre fue para esa gente. Después, bueno, algunos temas se hicieron más comerciales y traspasaron la barrera de la bailanta. Y atrás de mí salieron un montón de grupos que se colgaron del barrilete”, analiza el hombre de 24 años que inspiró y despreció el rótulo detrás del cual se encaramaron con voracidad de oficio los peces gordos de la bailanta.
Trapero, ex habitante de San Justo (donde transcurre casi todo El Bonaerense), dice que basta pararse cinco minutos en cualquier esquina del barrio para ver pasar un auto y escuchar un par de compases de una inconfundible base electrónica tropical. “Es una música muy representativa del Gran Buenos Aires. Es parte del sonido permanente, los bondis, los ruidos fuertes que encontrás en el Oeste. Algo súper estridente. Y cuando lo ves pasar, por ahí el auto va a full y la música va a su ritmo: tzzz-tztztzzz–tztztzzz–tzzztzzztz zz...” Fue sorprendente para Trapero descubrir que esos himnos anti-ratis eran consumidos por los propios policías. “A partir de la proyección mucha gente me comentó que había escuchado esa música en las comisarías, yendo a hacer una denuncia. O sea que no hay una cuestión de bandos, sino que es la música de un mismo lugar. No hay música de buenos y malos.” Un dato que marca la distancia que existe entre la voz oficial de la fuerza y los gustos de sus trabajadores. “Alguien tendría que pensar en poner límites”, le dijo Sebastián Seggio, psicólogo de la Federal, a Diario Popular. “La música debe ser algo sano, que provoque felicidad, alegría y no que sea una vía para el resentimiento y el odio.”
La tapa del disco El Bonaerense –una especie de grandes éxitos de Damas Gratis más un tema de Su Majestad y otro de Jimmy y su Combo Negro– es una síntesis gráfica interesante del desembarco de la cumbia de los pobres en un mundo que hasta hace poco le estaba vedado. Es el afiche promocional de la película, con El Zapa asomado a una crepuscular Ruta 3, y lasuperposición de un primer plano de Pablo Lescano mirando de reojo al policía. Sobre la foto se lee: “Selección Oficial Cannes 2002-Un Certain Regard”. Para Trapero, la expansión social y ahora internacional de la cumbia obedece al mismo proceso que empuja a “todas las expresiones populares, como el folklore”. “Es que surgen como una cosa genuina, hecha por gente que tiene talento más allá de su pertenencia social. Me parece buenísimo que la cumbia villera exceda el ámbito de la villa. Algo parecido pasó con la música electrónica, o determinado rock. Cosas que empiezan como algo de gueto y terminan siendo de acceso público”.
El precursor de la inclusión de cumbia en el cine argentino es Adrián Caetano. Pizza, birra, faso (su ópera prima, codirigida por Bruno Stagnaro) se metía en lugares donde otros directores no se habían metido nunca. Un grupo de pibes vagando por la Capital sin más destino que los azulejos blancos de Ugi’s, con un final policial-bailantero-romántico que cerraba con una estridente cumbia compuesta por encargo por Leo Sujatovich. Fanático del género, Caetano volvió a poner cumbia en Bolivia. Aunque la mayor parte de la banda sonora corría por cuenta del grupo boliviano Los Kjarkas, el cineasta le encargó un par de composiciones cumbieras a Diego Grimblat, el profesional que firma toda la música de Un Oso Rojo, su tercer largometraje.
El caso de Un Oso Rojo es también novedoso. En esta oportunidad, Caetano y Grimblat inventan la cumbia incidental. Casi todos los temas son instrumentales y funcionan como la melodía dramática que acompaña las peripecias de “El Oso”, un tipo que sale de la cárcel y se abre paso en un cercano oeste donde te matan por nada y la traición acecha en cada esquina. En ese escenario de calles de tierra, fondas y remises abollados, la cumbia se mezcla con los disparos, las risas, los relatos futboleros, los televisores que reproducen carreras de caballos y el golpe seco de un vaso de cerveza sobre un mostrador. El único tema con letra que compuso Grimblat para la película aparece como cumbia de fondo de una calesita pueblerina, en una de las escenas más logradas, austeras y terribles que dio el cine argentino de los últimos años. Grimblat, un músico académico que hasta Bolivia no había escrito ni un solo compás cumbiero, cuenta que Caetano le encargó que hubiera mucha presencia de acordeones, teclados e instrumentos tradicionales del género. “La idea era hacer algo que resultase genuino, que no pareciera algo trucho. Fue todo muy rápido, una especie de rush de doce días, porque la película se tenía que ir a Cannes”.
Grimblat dice que Caetano, en materia de cumbia, “la tiene recontraclara”. “El me instruía. Me decía: ‘no, eso es muy fino, tiene que sonar más de pueblo, más grasa’. Sabe lo que quiere y lo que le llega a la gente. De hecho, desde que se estrenó la película no paro de recibir comentarios sobre la música. Hay mucho equilibrio. Y eso es un logro del director”. Un Oso Rojo todavía no existe como disco, pero Grimblat revela que en Francia, por ejemplo, hay gente interesada en editarlo. “Las películas no hacen más que reflejar el fenómeno de la cumbia, no la inventaron. Reconozco que a mí, musicalmente, no me gustaba. Me pareció curioso el surgimiento de la cumbia villera. Y ahora, a raíz de esta experiencia laboral, estoy viendo la autenticidad como estilo”.
Pablo Lescano, el verdadero hombre fuerte en toda esta historia, no da muchas vueltas a la hora de explicar la clave del éxito: “Si hoy la masa son los negros cucaracha que se juntan en un galpón, creo que muy fuera de foco no estamos. Lo único que hago es reflejar lo que está pasando hoy. Porque si chorrea la grasa, como dice la vagancia, chorrea la grasa en toda la Argentina”.