ROCKEROS QUE ESCRIBEN
Aunque la literatura escrita por rockeros duerme en el margen, Gabo Ferro, Gillespi, Rosario Bléfari, Isol, Fernando Aime, Miguel Cantilo, Flavio Cianciarulo, Sergio Pángaro, Juan Subirá y Dani Umpi son rockeros que se mueren por escribir... y lo hacen.
› Por Matías Córdoba
Parafraseando a Gustavo Cerati, no se puede separar la literatura del rock. Se miran continuamente. Con la edición de Blow!, de Gillespi, y La música equivocada, de Rosario Bléfari, se consolidó, este año, lo que algunos artistas se atrevieron a llamar el género músicos-escritores. Está bien, todo comenzó a mediados de los ‘60, con la iniciativa excéntrica de Miguel Abuelo de escribir un libro que, antes de que tuviera una palabra, ya tenía título: La historia universal de la realidad. Según los allegados a Abuelo, todo fue un sueño. Los principales músicos que sí escribieron y fueron publicados, tuvieron como respaldo una carrera inmensa: Miguel Cantilo, Luis Alberto Spinetta, Litto Nebbia. Y más acá, los editores interesados tal vez en lo que generó el rock en el público, durante y después de los ‘90, decidieron divulgar a cantantes, guitarristas, músicos populares, así fueran textos inconclusos, memorias borrosas, cuentos infantiles, poesía minimalista o lo que tuvieran a mano. Gabo Ferro, Fernando Aime (“hay músicos que se lucen en la literatura y en la música a la vez, y son los que a mí me dan más placer”), Francisco Bochatón, Nekro, María Fernanda Aldana, Dani Umpi y Flavio Cianciarulo, por citar algunos, pudieron mostrar sus textos.
Todo parece indicar que sí existen los músicos-escritores. ¿Es el campo literario un lugar más libre para dar rienda suelta a la inspiración? “A mí me parece que sí. Además siento que el campo literario está puro y no tan contaminado con ansiedades como parece estar la música”, opina Sergio Pángaro, autor del libro Señores Chinos (Editorial Vestales). “La literatura es como escribir la partitura del alma”, opina Rosario Bléfari, y continúa: “Uno escribe algo que al ser leído suena, aun en el silencio del pensamiento interno del lector”. Suena. Esa parece la premisa del músico a la hora de escribir un libro: hacer sonar las palabras como si fueran música, como melodías arrancadas a lo inconmensurable de las palabras. “Mis libros, hasta ahora, han sido de rock. Escribo desde ese lugar. No elaboro un análisis, el rock es la coartada. Lo que hago, básicamente, se llama ficción-rock”, le dice al NO Flavio Cianciarulo, bajista de los Fabulosos Cadillacs, y autor de Rocanrol, canciones sin música (Arde Rocanrol Ediciones) y The Dead Latinos (Zona de Obras).
Entonces es literatura popular. Nada de floritura, discurso erudito y rodeos. La escritura de los músicos es un conjunto de experiencias y limbos propios. “Empecé a escribir pensamientos trasnochados, después comencé a inspirarme con libros que iba leyendo. La literatura, en general, es el resultado de las influencias que tiene uno”, apunta Gillespi, autor de Blow!, una rareza que publica la editorial El Cuenco de Plata, y que cuenta con anécdotas del trompetista con sus compañeros de Sumo. Algo similar dice Juan Subirá, de Bersuit Vergarabat, sobre los textos que contiene su Desconcierto para uno solo: “Fue algo que escribí hace algunos años, y cuenta anécdotas divertidas, eufóricas y alocadas, con algunas reflexiones oportunas, pero no para tomar como si fuera literatura”.
No está del lado de la vereda del frente por haber escrito un ensayo sobre el gobierno de Juan Manuel de Rosas, pero lo de Gabo Ferro en su libro Barbarie y civilización: sangre, monstruos y vampiros durante el segundo gobierno de Rosas (Marea Editorial) es la demostración de que un músico, a pesar de los devaneos sesudos de la erudición, puede inmiscuirse en el ámbito académico. El mismo Gabo lo explica: “El libro surgió como un gesto político, como respuesta a lo que fue la década del ‘90. Porque durante esa época los historiadores mediáticos pretendieron censurar el tema Rosas”. ¿Y cómo se maneja un músico de rock dentro de la Academia de Historia? “Siempre me moví de una manera muy rockera dentro de la Academia, y muy académicamente dentro del rock. Y además, yo siempre tuve un prejuicio contra mí. Como si lo mío fuera menor por ser simplemente un músico. Y no hay que pasar por la universidad para poder decir algo o para contar la historia. Cualquiera puede hacerlo”, dice el ex integrante de Porco.
Pero no sólo de historia, poesía y ensayo autobiográfico va la literatura rockera sino también de cuentos infantiles, como lo hace Isol, ex integrante de Entre Ríos y ahora en Zypce. Ella dice: “Desde chica me interesó inventar cuentos, crear mundos, tratar de plasmar algunas situaciones que me parecen peculiares o misteriosas, graciosas o terribles. Poder mirar desde otros lugares aparte del mío, y compartir esa mirada con otros, me alivia, me alegra. La lectura y la escritura fueron muy compañeras en mis años de escuela primaria, en los cuales tuve algunos problemas sociales, y funcionaron como un lugar íntimo y gratificante, de aventura, de sueño, y fue algo que no abandoné hasta hoy”.
Lo de Isol es peculiar: ella escribe y pinta, dibuja, arma y desarma mundos en pocos trazos, todo relacionado con su amor al comic, la literatura y la plástica. Algo similar a lo de Santiago Barrionuevo, cantante de El Mató a un Policía Motorizado, que se embarcó en el proyecto de colaborar con dibujos en el nuevo libro de Fabián Casas, Rita viaja al cosmos con Mariano, y que saldrá por estos días, a través del sello Planta.
Sin embargo, la idea que subrayan constantemente los músicos-escritores, a la hora de pensar su rol, es afín a lo que dijo alguna vez el Indio Solari sobre los héroes rotos de los ‘60, esos que escarbaron en los “tachos de basura de la contracultura”. El músico uruguayo Dani Umpi, autor de varias novelas, lo confirma: “Me interesa la baja literatura y operar desde ahí abajo. Es, básicamente, de lo que va mi literatura. Yo era y soy bastante ignorante, aunque trato de ser caprichoso a la hora de escribir. Por eso me gusta mucho la literatura femenina y de autoayuda, sin tomarla como algo fetichista”, cierra Umpi, que escribió Aún soltera (Editorial Mansalva), Miss Tacuarembó y Sólo te quiero como amigo (ambos de Interzona Editores).
Parece que la literatura rock duerme en el margen. Todavía no es reconocida por los críticos, y el tiraje de las ediciones, en la mayoría de los casos, es bastante menor en comparación con otros títulos. Pero es allí, en el under, lejos de la esfera canónica, donde también circula la devoción por el arte de las letras, como bien hizo Reno González, líder de Reno y Los Castores Cósmicos, con su pequeño alegato llamado El fraude intergaláctico, en una edición subterránea. Las historias de Miguel Cantilo le permitieron bucear en algo que para él es un tema tabú dentro de la historia: el hippismo. “El libro Chau, loco (Editorial Galerna) lo escribí en respuesta a las permanentes preguntas del periodismo e interesados en el tema sobre lo ocurrido con la movida hippie de los ‘70 para aquí. La intención era aclarar y desmitificar, porque hoy en día se dice cualquier cosa. Imaginate que Rolando Hanglin se anuncia como ‘el hippie viejo’. Sentí que hacía falta escribir sobre drogas, represión, pero en un tono humorístico”, acota el autor de Marcha de la bronca. De alguna manera, la literatura rockera sirve para denunciar el olvido. Y también para escapar del canon impuesto a la fuerza por los suplementos literarios o el amiguismo reinante en el cerrado ambiente académico.
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