LA BANDA QUE NUNCA VAS A ESCUCHAR
› Por Javier Aguirre
Cuando el rocker sensato intuye que no podrá alcanzar el éxito comercial, ni la mansión en Parque Leloir, ni los billetes verdes, ni las alfombras rojas, ni las limusinas fucsias, ni las pastillas de todos los colores, ni los premios Empty V y ni siquiera el sexo descontrolado sin la menor necesidad de seducir ni de invitar a nadie a cenar; a veces aparece como principal objetivo la idea de convertirse en un artista de culto.
“Cualquier garcha con más de diez años de carrera y menos de cincuenta fans, es técnicamente un artista de culto”, asegura, no sin cierta sabiduría, el cantante de Prestigio, quien pretende hacer todo un estilo de la falta de higiene, el mal gusto para vestir, las propuestas poco fáciles al oído y los estribillos que no hay forma de recordar ni con reglas mnemotécnicas.
A diferencia de otros grupos que aceptaron casi con resignación ser una banda de culto, los Prestigio optaron desde el primer momento por bajarse de la búsqueda de masividad y descreer de los públicos conformados por desprejuiciadas adolescentes ninfómanas. En cambio, decidieron apuntar a convertirse en habitués de pubs para treintañeros panzones y agrios que se pasan la vida dentro de una oficina. “A la palmada en el hombro, mientras caminás por una feria artesanal un domingo a la tarde, no te la saca nadie”, continúa el mismo vocalista, quien evita dar su nombre, ya que “la fama es lo de menos, sobre todo para los que carecen de ella”, según observa.
Sin embargo, todos tienen que pagar sus cuentas, incluso los artistas de culto. Por eso es que los Prestigio, acaso oliendo el humo del último tren a la popularidad, decidieron ir por el apoyo de un consagrado. Hasta el momento ya le tiraron onda a Calamaro, a Pimpinela, a La Renga y hasta a DJ Zucker, pero no hubo caso. Su última ficha, ahora sí, es colgarse de la barba (y de las ONG) de León Gieco, a quien propusieron la grabación de un disco en conjunto, que llevaría el nombre de Prestigieco. “Se lo ofrecimos al manager de León, y quedó en contestar”, se ilusionan.
* Cualquier similitud con la realidad, es una coincidencia de esas que te hacen decir: “Pero, ¿podés creer?”.
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