ENTREVISTA EXCLUSIVA CON DANIEL JOHNSTON, EL QUE SALIA EN LAS REMERAS DE KURT COBAIN
ESTE MUSICO NOTABLE QUE FUE DIAGNOSTICADO CON UN TRASTORNO BIPOLAR GRAVE ES UN MITO VIVIENTE DE LOS AÑOS ’90 Y HA CONQUISTADO FANS COMO DAVID BOWIE, TOM WAITS, BECK, PEARL JAM Y EL CREADOR DE LOS SIMPSON, MATT GROENING, AUNQUE TODO EMPEZO CON KURT COBAIN DE NIRVANA CUANDO SE PUSO UNA REMERA CON LA TAPA DE UN DISCO SUYO. EL MARTES SALIO A LA VENTA EL DISCO IS AND ALWAYS WAS, DESPUES DE SEIS AÑOS DE SILENCIO. “TOMO DEMASIADAS PASTILLAS”, DICE JOHNSTON... ¡DESDE UN AVION!
› Por Facundo García
El tipo es el centro de un sistema solar delirante que él mismo supo inventarse. A su alrededor giran pinturas, fotos de los Beatles, un piano, guitarras y cigarrillos; todo impulsado por la batalla eterna entre Dios y Satán. No es tan importante que los médicos le hayan diagnosticado un trastorno bipolar grave, o que hayan creído conveniente recomendar su encierro en hospitales neuropsiquiátricos: los temas de este gordo –que anteayer estrenó Is and always was, el disco con el que rompe un silencio de seis años– se afirman por su propio peso, y han conquistado fans como David Bowie, Tom Waits, Beck, los Pearl Jam, el creador de Los Simpson, Matt Groening, y todo empezó con Kurt Cobain de Nirvana. Otro tanto pasa con sus ilustraciones, que se exponen en galerías de Europa y Norteamérica. El hombre detrás de la leyenda se llama Daniel Johnston. Le dicen Dan el loco. O el siniestro. O el eterno enamorado. O el genio.
Daniel responde la entrevista del NO durante un viaje en avión. Lo que no deja de ser un riesgo, ya que en una ocasión, mientras volaba en avioneta, se le ocurrió imitar a su ídolo, el fantasma Gasparín. Se apoderó de los controles, apagó el motor del aeroplano y tiró las llaves por la ventana. Estaba convencido de que iba salir flotando entre las nubes. La anécdota está documentada en la película The Devil and Daniel Johnston (El diablo y Daniel Johnston de Jeff Feuerzeig, ‘05), e increíble como suena, no es más que un episodio en la serie de subidas y bajadas que han conducido al promisorio presente de este mito indie.
Nadie hubiera apostado ni un choripán a que ese cerebro atormentado sobreviviría los ‘90. Sin embargo, Johnston está en el mejor momento de su carrera. Con CD recién sacado, anda programando giras y mantiene un ritmo parejo como ilustrador. Y sigue ahondando, como de costumbre, en obsesiones que van del amor platónico al uso del eructo como recurso expresivo.
–Si pienso, compongo. Para mí es un instante en el que conquisto la felicidad. Cuando por algún motivo no me sale la música, empiezo a deprimirme. Los períodos sin componer son catastróficos: he llegado a pasarme una semana fumando continuamente, sin levantarme de la cama. No quiero que eso se repita nunca.
–Tomo demasiadas pastillas.
Uno de los caminos para entrarle a Johnston es aprovechar sus canciones para analizar aquello que por fiaca o estupidez se dejó de lado. Los métodos para entretenerse en los velorios, el amor, el sentido que tienen los estribillos en la existencia humana, etcétera. Sus allegados saben cómo es el juego: nacido en una familia cristiana ultraconservadora de Texas, Daniel se las arregló para revolucionar su hogar desde muy chico. Papá y mamá empezaron a preocuparse por aquel muchacho que se enfrascaba con la misma excitación entre las teclas del piano y las historietas del Capitán América. “¡Sos un siervo inútil de nuestro Señor!”, le gritaba su vieja, indignada, mientras él registraba con un grabador esos reclamos para incluirlos en las mezclas caseras que paso a paso convertía en composiciones. De ese primer período es Historia de un artista, donde aseguraba que “lo mejor de la vida es gratis / los pájaros cantando y las abejas que se ríen / el artista sabe que (los demás) están equivocados / y que el sol no brilla en sus televisores”.
Al final de la secundaria, la fiebre Beatle le sacudió el piso, aunque el terremoto no fue tan fuerte como el que produjo el contacto con su musa, Laurie Allen. La piba, una compañera de la facultad muy bonita, contribuyó para que el amor fuera una de las constantes de su obra: “El amor es como la sal. Si le prestás atención, te vas a dar cuenta de que tiene sabor. Pero tenés que estar atento. Es como cuando condimentás una comida, un ingrediente puede hacerte feliz”, arriesga Dan. Lamentablemente Laurie ya tenía novio. El rival –que se dedicaba al negocio funerario– finalmente le sopló la chica. Fue un golpe de knock out. Pero antes de tocar el suelo, Daniel alcanzó a manotear las cuerdas del arte.
Aún le quedaban los Beatles, claro. No es que los copiara: directamente estaba convencido de que era uno de ellos. En una nota con el periodista estadounidense Rich Tupica, Johnston comentó las consecuencias de su vínculo con el cuarteto de Liverpool: “La primera vez que oí sus discos era un zoquete. Cuando me puse a coleccionar sus LPs fue distinto. Empecé a encarar a las chicas copiando el acento inglés y eso”. O sea, “era como haber develado un secreto, completa Johnston, que ha ido alternando su favoritismo por cada uno de los Fab Four, dependiendo de sus vaivenes anímicos. “Hoy me siento más cercano a George”, añade, sin que el avión en el que se traslada dé señales de estar sufriendo inconvenientes.
En el campus de la universidad se hizo patente que la estructura psíquica de Daniel se asemejaba a un laberinto sembrado de bolas disco, así que tuvo que regresar con su familia. Pionero de la autopromoción, seguía grabando en casetes vírgenes, dibujaba las tapas e iba repartiendo demos lo-fi a quien se entusiasmara con su propuesta. Los fans aseguran que muchas veces, cuando le pedían nuevas copias de su trabajo, se ponía a registrar los temas de nuevo y uno por uno en lugar de usar una doble casetera y reproducir el original. “Creo en lo que te da cada minuto –cuenta, en su etapa post-DVD–. He vivido demasiado como para negar la inspiración. Una vez que me largo sobre un papel con la guitarra o el piano cerca, siento que empiezo a expandirme. Y cada vez es irrepetible.”
En 1985 estaba trabajando full time en McDonald’s. Su equilibrio mental pendía de una hilacha. La MTV fue a la ciudad de Austin –donde Dan residía– para emitir desde ahí un programa denominado The Cutting Edge (El límite), y aunque él no estaba incluido en la grilla, se coló entre las cámaras y dijo: “Hola, éste es mi primer disco. Se llama Hi, how are you? Cuando lo hice tuve una crisis nerviosa”. La prensa local se quedó pasmada frente al “adulto-nene” que derrotaba continuamente los límites que le imponía su propia timidez. “La mayoría –define el artista, retrospectivamente– mata su infancia en la búsqueda de ser perfecto. Empiezan a dejarse llevar por pensamientos horribles que anulan el amor que traían dentro. Y por esa falta de amor se les muere el niño. Dejan de hacer lo que les gusta.”
El bajón en la segunda mitad de los ‘80 fue atroz. Lo que arrancó con unos porritos siguió con sustancias más pesadas y eso, en alguien con problemas mentales, es dinamita. Arruinó fiestas familiares, casi le rompe la cabeza a su manager tras tomarse un ácido, y amenazó repetidamente con la llegada de Satán. Pasó 1987 absolutamente medicado, y siguió desbarrancando hasta que una madrugada se metió en un edificio dando alaridos contra el diablo. Una jubilada que estaba descansando en su dormitorio se asustó tanto que se tiró por la ventana y quedó con heridas permanentes. Era la primera postal de otra siniestra temporada en el manicomio.
En los albores de la nueva década lo invitaron a retornar a Austin para actuar frente a tres mil espectadores. Lo acompañó su papá, que no se inquietó ante la sospechosa tranquilidad de Dan. Cuando ambos iban regresando en avioneta a West Virginia, donde vivían, el compositor flasheó que era Casper y consiguió llegar a los controles para detener la hélice y “dar un paseo por las nubes”. Zafaron milagrosamente: unos árboles acolchonaron el porrazo, por lo que sólo tuvieron que curarse los moretones. “No juegues a las cartas con el demonio”, avisaba Daniel en una de sus letras de esa época. ¿Sería capaz de seguir su consejo?
En 1992, Nirvana se presentó en los MTV Music Awards y la pudrió. Harto del mainstream, Kurt Cobain hizo percha un amplificador, mientras el bajista Krist Novoselic caía al piso aturdido luego de arrojar su instrumento al aire y atajarlo con la frente. En medio del quilombo –búsquenlo en YouTube, es una joya– puede verse al rubio de Seattle usando una pilcha que se transformó en acertijo entre los fans. Meses antes, el vocalista/violero había escrito en su diario: “Me gusta infiltrarme en los mecanismos de un sistema, haciéndome pasar por uno de ellos para luego empezar a corromper lentamente el Imperio desde adentro”. En aquel descontrol, Cobain llevaba, debajo de su camisa, una llave con la que confiaba hackear la industria aunque fuera por un rato.
En el centro de su remera se veía, estampada, la tapa del disco Hi, how are you? Jeremiah –la “rana inocente”, que junto con Joe “el boxeador al que le falta un cacho de cabeza” es un sello distintivo de Johnston– se movía al ritmo de los acordes finales de Lithium. Y resulta que pasaron los días y Kurt no se cambiaba las pilchas. Hacía notas, figuraba en la tele, completaba sesiones fotográficas. Cada vez más curiosos se preguntaban qué significaba esa rana.
Por su parte, Daniel había recaído en un hospital. No tenía noción de quién carajo eran los Nirvana. Las discográficas, no obstante, ya rastreaban su paradero para sacar rédito económico del suceso. Lo querían convertir en una estrella, una posibilidad que le encantaba. Le ofrecieron editar un disco y sacó Fun, su versión más accesible para oídos no acostumbrados a su estilo. Vendió menos de seis mil copias, y Atlantic Records –la empresa que lo había contratado– decidió prescindir de sus servicios.
El sueño había sido fugaz. Para colmo, esta vez Kurt Cobain no iba a poder ayudarlo. Un escopetazo suicida había roto toda comunicación posible. Johnston siguió comiendo, fumando, dibujando, componiendo y perdiendo dientes. Su reino interior seguía tan activo como siempre, y por más que el reconocimiento no volviera a tocar a su puerta, le quedaba el consuelo de anticipar que “cuando nos volvemos famosos en el cielo / no hay razón para dudar o preguntarse por qué / (pero) nuestras porciones de torta siempre tienen crema” (When we all Become Famous in the Sky, White Magic, 2004). Entonces lo vino a visitar ese tal Jeff Feuerzeig. Quería hacer un documental sobre su vida.
The Devil and Daniel Johnston se estrenó en 2005. Teniendo en cuenta las características del género, puede decirse que fue un éxito. Miles de fans de distintos continentes se toparon con esta rara flor del jardín rockero, y encima el día del estreno invitaron a Laurie, la mujer a la que estaban dedicadas tantas horas melodiosas. La mina fue: ¡parecía que las canciones que se burlaban de los entierros y le declaraban amor eterno habían rendido frutos, porque hasta se había separado del sepulturero!
El video del encuentro está disponible en la web. Muestra un abrazo emocionado entre el poeta y su musa. ¿Y qué fue lo primero que el seguidor de Casper sugirió cuando la tuvo enfrente? Casamiento inmediato. Laurie, un poco contrariada –después de todo, sólo la habían invitado a un estreno cinematográfico– tiró la pelota afuera. De cualquier manera fue una escena que debe haber inspirado a Johnston para sus próximas dos o tres reencarnaciones. En la conversación del avión, el músico corta por lo práctico: “Ultimamente lo que me interesa es que vengan chicas lindas a los shows y ya”.
–No lo sé. Me doy cuenta de que efectivamente vienen a verme porque por lo general suele ser la condición previa al show (¿!).
–Es simple. El cielo y el infierno son espacios donde vivir. El año pasado conseguí mudarme a una nueva casa, al lado de mis padres, en Waller, Texas. Estar ahí es similar al cielo.
A sus cuarenta y ocho años, Johnston vuelve al ruedo con Is and always was (“Es y siempre fue”). No lo entusiasma ponerse la dentadura postiza para cantar, su condición de diabético insulinodependiente lo obliga a empezar a cuidarse con el morfi y su mano izquierda tiembla como nunca. Igual se para, orgulloso, y ofrece lo que tiene para transmitir. “Había estado guardando este material por mucho tiempo. De hecho, en un principio quería que el título del CD fuera Always was (‘Siempre fue’). No obstante, ponerlo en pasado resultaba demasiado frío. ¿Y sabés qué? Cada vez me estoy poniendo todavía más Beatle. Jason Falkner, el productor con el que trabajé esta vuelta, participó en el disco de Paul McCartney, Chaos and Creation in the Backyard. Imaginate, es un beatlemaníaco. Supongo que eso hizo que pegáramos buena onda.”
¿Qué encanto tiene este antigalán que se olvida de sus hits? En un universo en que la distancia entre el rock y Palito Ortega se acorta cada vez más, pensar que Johnston está usando el arte para elaborar pedazos de su paraíso personal no deja de sonar heroico. Habla poco, de a dos o tres oraciones y prefiere definirse con fórmulas sencillas. Pero no caretea ni ofrece lo que no está dispuesto a dar, y esa honestidad se percibe con contundencia.
Su recién estrenado CD se puede descargar de la red y se enmarca en una racha positiva que también ha dado como frutos la edición de The Angel and Daniel - Live at the Union Chapel –el DVD de un concierto en vivo– y varias novedades vinculadas con la ilustración. En febrero se editó la primera colección de sus obras visuales, y la marca Converse lanzó un modelo especial de zapatillas con motivos diseñados por su pluma. Es más: por si no fuera suficiente con la aparición del avatar de Cobain –remera de Hi, how are you? incluida–, en el Guitar Hero 5 acaba de darse a conocer un videojuego para iPhone e iPod Touch en el que hay que conducir a la célebre ranita de Daniel a través de varias plataformas. “Y yo ni siquiera sé qué es un iPhone”, se divierte él.
A la lista de proyectos de suma una biopic que está dirigiendo David Miller. Johnston lo confundió durante semanas con Steven Spielberg: “¡Es que nunca me dijo que no fuera!”, se justifica. “Quiero que el film enseñe cómo las personas pueden resucitar en sus emociones y pensamientos. Contar que todos aquellos que están para atrás, deprimidos, locos o consumiendo basura, pueden correrse de esos castillos de arena”, agrega.
–¿Qué? ¿¡Este avión está yendo a Sudamérica!? ¡Pero a mí nadie me dijo!
–Ah, menos mal. Me encantaría ir. Allá la marihuana es legal, ¿no?
Traducir los títulos de algunos discos brinda un pantallazo de su personalidad: Canciones de dolor (1981), No tengas miedo (1982), Más canciones de dolor (1983), Woodshock (1985), Amor de Frankenstein (1992), Espermatozoides suertudos (2001) y Asustate de vos mismo (2003) servirían para inaugurar la serie.
Estas son algunas de las frases de Johnston:
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