CON MIGUEL DI LEMME Y VICTORIA MAURETTE, DEL FILM “LOS ANGELES”
Una película sobre el conurbano y el interior de Buenos Aires, que parece salida del Bronx. Como si se tratara de mix entre Pizza, birra, faso y 8 Mile, en el medio aparece la banda Ciudavitecos. “Los pueblos mueren, la ciudad mata”, dice Juan Baldana, el director del film donde también aparece Nazareno Casero.
› Por Luis Paz
Gatillo fácil, una motosierra teñida de sangre, fernet, faso y hip-hop del conurbano sudoeste conviven en Los Angeles, la película argentina que se estrena el próximo jueves en todo el país. Tan cerca de Pizza, birra, faso (Caetano-Stagnaro) como de Wassup Rockers (Larry Clark) y 8 Mile (Curtis Hanson), el film protagonizado por Miguel Di Lemme, Victoria Maurette y Nazareno Casero retrata –tras la historia principal del pibe de campo que se va a la ciudad siguiendo un amor– la muerte de los pueblos por el cierre del ferrocarril, la lucha (armada) de clases y los destiempos de una relación, la de Matheo (Di Lemme) y Lena (Maurette), que termina recomponiéndose luego de un recital de... ¡Ciudavitecos!
“La banda está en el guión, los protagonistas hablan de Ciudavitecos, se citan en nuestro show y aparecemos tocando: ¡estuvo buenísimo!”, celebra el ciudaviteco Mariano Costa, que aparece en escena en el pico del drama. Originalmente, el grupo de Ciudad Evita –¿de dónde si no?– no era parte del guión, pero el equipo técnico usaba una casa abandonada del pueblo y allí sonaba siempre Matanza. “Pasaron los días, los temas se trasladaron al set, las letras empezaron a pegarme y se relacionaban con el contraste que imaginé para Matheo en la ciudad”, revela al NO el director Juan Baldana, también productor de documentales, videoclips (Entero o a pedazos, Cuentos decapitados de Catupecu Machu) y publicidades.
El argumento del film parece simple: Matheo (veinteañero, campechano y algo reo) vive en un pueblo rural bonaerense en extinción (Los Angeles) y quiere viajar a Capital para recuperar el amor perdido de Lena y, de paso, cobrar la jubilación de su viejo, Don Mendoza. Pero la llegada a la Gran Ciudad le depara un destino marginal. Su amigo Beto, de chiquito paisano del pueblo, ahora pibe chorro porteño, le enseña a sobrevivir, primero ayudándolo con la venta de cuchillos artesanales y luego haciéndole la segunda en una serie de enredos sin final que incluye el afano de una notebook, ubicar un billete de 50 trucho, correr del gatillo fácil de una brigada toquetona, piñas bajo un escenario, escabio, faso y conurbano.
Sobre su personaje, Victoria Maurette (que pasó de ser la Vicky de Rebelde Way al protagónico en la película de ciencia ficción yanqui Left for Dead y en el medio alumbró su debut solista, Victoria) piensa que “es el más parecido” a su personalidad de los que le tocó en su carrera. “Me llevo muy bien con pibes, soy de andar con varones y muy rea”, cuenta la actriz de 27 años, que en Los Angeles encarna a una rollinga de monoblock.
Para su ex novio (ficticio), Miguel (30 años, protagonista de la peli de vampiros Nocturnos y actor teatral), tampoco fue tan complicado: “En el teatro, de donde vengo, el trazo de los personajes es más grueso, más exagerado. Acá se trataba de interpretar a un pibe de campo, y aunque tenía que hablar, caminar y moverme de otro modo, seguía teniendo las mismas preocupaciones que cualquiera: comer, recuperar a ‘esa’ chica”.
Curiosamente, en una peli donde no faltan los tiros, la sangre, el humo y el chupi, Baldana los pone en el momento preorgásmico del film a darse un beso, pero no hay sexo. ¡Ufa! ¿Por? Victoria y Miguel coinciden, café con leche de por medio, en que “Baldana es un director receptivo y súper buena onda”, así que el NO manda un mail. “A veces es más difícil dar un beso que hacerle el amor a una mujer por día”, responde Baldana.
Sin entrar en detalles técnicos, Los Angeles es atrapante, además de por la(s) historia(s) retratada(s), por otras cuestiones. Cuentan los actores y el director que “el pueblo está perdido en el tiempo, en contraste con Buenos Aires y su ritmo de adrenalina pura”, y que de allí vienen las decisiones de cámara y montaje, dos aspectos que, con la fotografía, revalorizan la ópera prima de Baldana como obra audiovisual.
“El relato denota esos pasajes con la marca de los tiempos adecuados a la necesidad de cada escena” en cada locación, da la receta el director. Así, la primera parte de la película parece no arrancar nunca. Pero cuando lo hace, se dispara una doble línea narrativa: lo que pasa con Matheo, Beto y Lena en la “Capi” y lo que sigue pasando en el pueblo, en paralelo, contadas desde el vértigo de los cortes de plano, el mareo de la cámara en mano y el cuelgue de las tomas desenfocadas.
En ese ir y venir constante, la pelea entre un leñador representado por Juan Palomino y un terrateniente en la piel de Carlos Boccardo alcanza un punto dramático cerca de la hora de película, cuando se cruzan a pura piña, motosierra y pistola. “La pelea es el origen de la película. Un domingo, leyendo el diario, me atrapó una noticia que retrataba un duelo mortal por el robo de una vaca”, cuenta Baldana. Y en ese y este caso, “la apropiación de la tierra representa la eterna problemática que provoca la ambición en un pueblo abandonado por el cierre del ferrocarril”.
Sin levantar banderas sociales ni políticas demasiado evidentes, Los Angeles acaba entregando no sólo un interesante quilombo entre jóvenes (una embarazada, un pibe chorro y otro con problemas de guita), contada con destacables dirección y montaje que elevan la belleza fotográfica de los paisajes y las tomas, sino que también entrega ciertas críticas a la idea del progreso, de la diferencia entre lo urbano y lo rural (“los pueblos mueren, la ciudad mata”) y de las preocupaciones de los jóvenes más allá de su fin de semana.
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