EL INSOPORTABLE FANTASMA DE CROMAñON
Diferencias y similitudes entre las dos trágicas muertes ocurridas en recitales de rock: Rubén Carballo en el recital de Viejas Locas y Melisa La Torre en Las Pastillas del Abuelo.
› Por Mario Yannoulas
Otra vez hablar de lo mismo. Dos muertes en un mes. Eso dejó el ¿negocio? ¿espectáculo? ¿mercado? ¿país? ¿sentimiento? del rock argentino en Capital. El martes, al cierre de esta edición, la confirmación de dos noticias fatales, los fallecimientos de Rubén Carballo y Melisa La Torre, cambiaron las caras de esta redacción. Ambos por ir a recitales de rock, y rodeados de circunstancias no del todo claras. Ambos, por hacerle el aguante a bandas que alguien podría catalogar de “rock barrial”. Se trata de Viejas Locas y Las Pastillas del Abuelo, aunque cabe preguntarse, en todo caso, si éstos últimos forman parte de ese cuadro. Se pone en duda, en ambos casos, la eficiencia de la organización de los eventos a la hora de resguardar la seguridad de su público. Por encima de esas coincidencias, que no son menores para cualquier análisis, a simple vista los dos casos no parecen ser lo mismo.
Si alguien investigara durante años el comportamiento de ciertos sectores de la sociedad argentina y obtuviera un diagnóstico sensato, quizá tampoco sería suficiente para cambiar esa forma de asistir a los recitales. Así, estas pocas líneas —escritas a horas del acontecer de dos nuevos tristes hitos de rock— no buscan proferir explicaciones sino conjugar algunos escenarios confusos entre demasiadas voces y pocas certezas, pero en los que tirarle tierra al rock chabón no parece suficiente.
La situación de Rubén Carballo, encontrado inconsciente a cuadras de la cancha de Vélez luego del recital de Viejas Locas, era pública. Luego de una lenta e irremediable agonía, falleció en la mañana del martes. Los indicios apuntan a una situación de brutal represión policial (lo cual también denunció la familia), fogoneada, además, por un nivel de desorganización alarmante por parte de Fénix para un evento de tal magnitud. Es decir, a una empresa importante y no un grupo de desangelados. La banda dio razones a los detractores del rock barrial al no mostrar más compromiso que un comunicado helado y un “hacemos votos por su recuperación”, en conjunto con la productora. Sólo el bajista Fachi se acercó hasta el Centro Gallego para hablar con la familia, en un gesto emotivo pero que poco resuelve a esta altura. Y las palabras escritas (muy mal escritas) y divulgadas por Pity Alvarez sólo empantanaron más la cosa.
Como es parte de su costumbre, y con esa sutileza tan rústica, algunos medios televisivos desviaron la mirada desde la organización hacia el nivel de alcohol consumido en la previa. Si por cada recital en el que el público se alcoholiza hubiera que lamentar víctimas, el saldo sería inconmensurable. Y también en las bailantas, y también en las discos. Quizá desconozcan eso. El NO estuvo ahí ese sábado en el regreso de Viejas Locas, y las condiciones de ingreso al estadio estaban planteadas de forma inhumana. Es sorprendente que al triste caso de Rubén Carballo no se le haya sumado algún otro.
Si de no aprender se trata, pregunten por la Argentina. El sábado a la noche, Las Pastillas del Abuelo festejaba su primer concierto propio al aire libre, en la cancha auxiliar de Ferro. Este suplemento dio cuenta del fenómeno de la banda en 2006. El título de la nota era “Lamentablemente venimos con suerte”. El crecimiento exponencial dio lugar a la planificación del recital en Ferro, cuya primicia también dio este espacio hace un par de meses. Pero llegó la noticia de que Melisa La Torre, de 20 años, había sido trasladada inconsciente al Hospital Alvarez y había fallecido ahí en la guardia “por una cardiopatía dilatada y congestión de edema pulmonar”, según fuentes policiales. La corta distancia con los hechos nubla el cuadro de situación.
Hasta ahora, hay pocas pistas ciertas. Al cierre de esta edición se sabe que: el show se demoró cuarenta minutos por la recomposición de una valla que había sido vencida por la presión de la gente; que era mucha la presión que el propio público generaba contra el escenario y que Piti, el cantante, pidió que cualquier problema fuera comunicado al personal de seguridad; que Melisa, involucrada en una avalancha, sufrió de asfixia y fue trasladada al centro médico, pero no pudo ser salvada; que su padre acusa a la banda por “negligencia” aduciendo que podrían haber detenido el show, que hubo sobreventa de entradas y expendio de bebidas alcohólicas dentro del estadio; que algunos testimonios descartan la sobreventa, que había espacios libres y que no advirtieron que se comercializara alcohol en el predio. Al tiempo, la banda emitió un comunicado junto con la productora Crack, en la que hacían pública su tristeza por el acontecimiento. “Pasado el mediodía del domingo, una vez que se identificó a Melisa y sus familiares, se tomó contacto con la familia conversando con su padre, poniéndose a su total disposición. Hasta donde se tiene conocimiento, el fallecimiento de Melisa fue producto de un paro cardiorrespiratorio. Insistimos en el profundo dolor que nos produce este lamentable hecho, sabiendo que la filosofía que nos guía fue, es y será preservar la seguridad de los seguidores de la banda”, concluye. Hasta el martes a la tarde, nadie atendía el teléfono en Crack.
Las Pastillas no adscriben al rock barrial desde lo musical ni lo logístico, y siempre mostraron cierta preocupación por la seguridad de su gente. Y, más allá de obvias situaciones (a las que hace algunos años se agregó el no-uso de bengalas), ningún libro estipula el límite para detener la realización de un recital. Falta que la información termine de salir a la luz para repartir responsabilidades. Pero algo falló. En agosto del año pasado, el NO dedicaba su tapa a la reflexión acerca de lo ocurrido en Cromañón durante el show de Callejeros en 2004. Entre tantas palabras, había algo así como una advertencia: la proscripción de las bengalas no era suficiente para terminar de aprender. Cualquiera que haya estado en el campo de un recital rockero sabe que se ve tanta solidaridad como desconsideración. Además de las obvias responsabilidades del Estado y los productores de los shows, en algunos casos, como en Las Pastillas, el público también podría animarse a reflexionar sobre las responsabilidades del caso. El rock ya no es peligroso para el establishment como era antes. Pero lo es, sí, de una forma mucho más perversa.
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