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Jueves, 17 de diciembre de 2009

SOBRE EL NUEVO MINISTRO DE EDUCACIóN

A Abel Posse no le gusta ni siquiera Micky Vainilla

 Por Mariano Blejman

Cuando apareció el Himno Nacional Argentino en Filosofía Barata y Zapatos de Goma (‘90), Charly García tuvo que sortear un juicio por “ofensa a los símbolos patrios”, y cuando alguien osaba ponerlo en alguna escuela secundaria, siempre había algún profesor de otra época que se indignaba y decía que era un gesto amoral y una sarta de idioteces, que pensábamos que habían quedado enterradas hace rato, hasta que el gobierno cada vez más autoritario de Mauricio Macri tuvo la ocurrencia de nombrar como ministro de Educación al ex funcionario de la dictadura y de unos cuantos gobiernos democráticos Abel Posse. El ministro que ve subversivos por todos lados dijo que “el rock estupidiza a los jóvenes”, defendió el accionar de la sangrienta dictadura militar y no se desdijo.

Algunos intelectuales piensan que —como pensaba una parte de la izquierda en los ‘70— la llegada de los fascistas al gobierno va “a sacarle la careta” a este gobierno autoritario, que asumió el poder con un discurso de derecha cool, que se compró al rock más fino —pero también menos politizado— con el ciclo “Vamos las Bandas” que depende del ministro de Cultura Hernán Lombardi, ex grupo sushi de Darío Lopérfido y sus amigos, después de un traspié inicial que había nombrado a un reconocido titiritero.

Pero los espacios ganados deben defenderse, aun a riesgo de seguir lavándole la cara al proyecto presidencial de Macri. Ahora Macri mandó a callar a Posse, y a concentrarse en su trabajo que es organizar al estudiantado de la Ciudad Autónoma, pero por ahora lo mantiene en el cargo. O sea, Macri le dijo a Posse... vaya “haciendo”, pero en voz baja. Puesto que el nombramiento de Abel Posse afectará, sin duda, la vida cotidiana de cientos de miles de porteños “jóvenes” cuando empiece el próximo ciclo lectivo (ya ni siquiera vale la pena explicarle lo que significa el rock para la cultura joven, puesto que ese es un debate anacrónico), habría que ver cuál será la postura pública del mundo del rock, cuando tenga que convivir con los espectáculos organizados también por el gobierno de la ciudad.

Desde que la ciudad es autónoma nadie pone en duda que el gobierno debe tener como parte de su presupuesto un espacio para la música joven (pero no sólo el rock, sino también la cumbia, el tango, la electrónica), como también lo tiene el cine, el teatro, la danza... De hecho, el macrismo jamás hubiese ganado la elección porteña sin la anuencia de algunos líderes radiales de opinión que le hicieron la venia desde mañanas muy escuchadas, o con comentarios cómplices por televisión en horario central, consumados en el We will rock you del Macri-Mercury, el día de las elecciones.

Aunque la presencia de Abel Posse ayude a desenmascarar las verdaderas intenciones de un hombre —Macri—, cuyo imperio se construyó haciendo negocios con la dictadura y que elogia al interventor de la ciudad en esa época Osvaldo Cacciatore por las autopistas que hizo (pero no por los centros clandestinos que se administraban en su terreno), Posse debería renunciar. El problema no es sólo si Posse es o no un fascista confeso, sino que está en un lugar de poder, y tiene —por tanto— poder de ejercer su fascismo. Es una obviedad que el rock no debería dejar pasar. Tal vez sea el momento en que los músicos, que ya sufren este gobierno con el demencial sistema de inhabilitaciones que —como demostró una investigación de este suplemento— invitan al cohecho en altas esferas antes que a la seguridad, deje de lado a los Micky Vainilla de su tropa y se ponga la camiseta de los espacios públicos ganados. ¿Qué va a pasar en el próximo ciclo de “Vamos las bandas”? ¿Los músicos van a subir a tocar y le van a agradecer al ministro fascista? ¿O le van a agradecer a Lombardi, como si fuera parte de la oposición? A ver si encima ahora viene Posse a prohibir en las escuelas el Himno Nacional Argentino que hizo Charly hace veinte años.

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