Jueves, 31 de diciembre de 2009 | Hoy
LA TENDENCIA QUE NO FUE
De la lucha de clases a la guerra de almohadas. Los flashmobs aparentaban con ser la gran cosa de los fenómenos sociales y no pasó –al menos en Argentina– de un encuentro hypeado en el Planetario.
Por Federico Lisica
“Muy pronto, más novedades sobre el próximo flashmob.” El último post en la página web Flashmob Buenos Aires data del 7 de enero de 2007. Tres días antes de esa fecha, este suplemento se hacía eco y desmenuzaba a través de su artículo de tapa (“La rebelión sin sentido”) las manifestaciones de orden global que volvían lo lúdico, lo masivo, el encuentro urbano y la acción fugaz (antes que espontánea), una puesta a punto 2.0 del happening y las teorías del situacionista Guy Debord. “Si los flashmobs son ‘la movida del verano’ o manifiestan en la urbe los rizomas organizativos propios de las nuevas tecnologías aún está por verse”, decíamos y curioseábamos sobre la significación –latente y/o explícita– en los lanzamientos de burbujas, los bailes, la calle y la variante vernácula más exitosa: la batalla de almohadas.
“Preguntarse si los flashmobs son inteligentes es como preguntarse si el surrealismo o la patafísica lo eran. Se intenta, eso sí, realizar una acción que contraste con la actividad corriente del sitio elegido”, aseguraban desde Madrid mobs. “Sé que me gustaría hacer algo que trascienda, que no se quede en tal acción y se disuelva. El potencial está”, señaló Marina Ponzi, la entonces estudiante de comunicación (hoy caza tendencias y organizadora de eventos), fogoneó desde un blog la idea de intercambiar por algunos minutos cojines y golpes. Tenía la esperanza de juntar cien personas en El Planetario. El día pautado: 18 de noviembre de 2006. Resultaron ser miles de jóvenes y por varias horas. Si bien se puso en duda la pureza del evento por la presencia de periodistas (una de las prioridades de los flashmobs es mantener la sorpresa en la forma de interacción), Marina resaltaba “el hecho social de juntarse en la calle a hacer algo distinto”. En esa línea, Howard Rheingold, creador del término de “comunidades virtuales”, dijo en entrevista exclusiva con el NO: “El divertimento autoorganizado –más que el entretenimiento masivo tipo packaging– es otro canal de expresión de los smartmobs”. La inteligencia –¡y el flash!– de estas multitudes, explicaba el gurú techie, tenía su plus en “la utilización de los medios de comunicación móviles e Internet para informarse y coordinar acciones”.
Echale a la propuesta papas fritas, una consigna retro (“Que vuelvan los lentos”), el ABC del marketing en búsqueda del preciado target “joven”, y tendrás “el flashmob más grande de Latinoamérica”. Así lo evidencia en You Tube el clip de la campaña de Doritos creada por la agencia BBDO. Una marca de snacks como “referente generacional” que apela “al estado de ánimo colectivo apropiándose de un sueño”, un research para saber que el deseo de los “millenials” es “acercarse físicamente a la persona que les gusta”, “consumidores proactivos”, una campaña transformada en “movimiento cultural”. Todo eso afirma el brief audiovisual sobre la acción que tuvo su epicentro en “la bola de boliche más grande de Buenos Aires”: ¡El Planetario! Allí, el 7 de marzo de 2008, 7 mil asistentes bailaron canciones de amor, un tanto más tarde de lo previsto porque no contaban con el permiso municipal. No es cuestión de mascar con bronca la papa frita. “Un spot publicitario filmado en la estación de Retiro para la consola de juegos Xbox 360 relanzó el furor mobber. En el comercial, que nunca fue emitido al aire (You Tube hizo lo suyo), unos simples transeúntes se apuntan con los dedos generando un flashmob espontáneo. Pasó de la estación de trenes a los campus norteamericanos”, comentábamos entonces.
Con shows (megafestivales o intimistas) craneados para asociar el valor de marca a un grupo y hasta lo un-cool como etiqueta vendible, nada más ideal para el entramado publicitario que el envoltorio de una práctica festiva, efímera y de utilidad incierta. Así brotan virales como el que muestra a cientos de sujetos en una oda a un celular –el T mobile dance– o el de los Black Eyed Peas aprovechando el síntoma para lanzar “I gotta feeling” en el show de Oprah Winfrey. ¿Celebrando qué? ¿Acaso importa? Para algunos sí.
“Generación Precaria”, un colectivo francés que alterna el mitin político por el papel picado (buscan concientizar sobre las condiciones laborales de los sub 30), concibe al flashmob como “un arma muy bella (...). Los nuestros son un mix de lucidez, información mediática, pedagogía y acción concreta. Es una instancia. Un instante. Pueden ser graciosos, son visibles, y simulan no reproducirse jamás”, confesaron. Sin darle importancia a las críticas de “activismo de robot” o puro esnobismo, desde la web de guerrilla urbana Improve everywhere, una porteña invita a un flashmob con un post de reciente publicación. Si ves por la calle a una masa uniforme, todos ellos con bolsas de polietileno en la cabeza pidiendo por la prohibición de las mismas, habrá tenido éxito.
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