CAMPEONATO QUICKSILVER 8 VS. 8
Una cosa es el surf que se ve en las películas que ocurren en Australia o Hawai, y otra cosa bien distinta es vivir una competencia de cabotaje entre argentinos y charrúas que dan muchas vueltas por el aire, pero de música surf, poco y nada.
› Por Lucas Kuperman
Desde Mar del Plata
“Así como el surfing está de moda, y cada vez hay más competidores, se les empieza a despertar el localismo a los locales. Igual no es como en Hawai y en esos lugares. Así y todo, tiene que haber un respeto básico. Tenés que dejar que los locales tomen las olas y después las tomás vos. Si vos respetás, vas a ser respetado. Si vos vas a entrar de vivo, te van a correr del agua”, dice entre risas el uruguayo Luisma Iturria. El surfer charrúa recuerda una de las pocas veces que lo corrieron en el agua y trataron de pegarle una trompada: fue en Indonesia. “Tomé una ola y fui a tirar una maniobra, un rebote, y lo hice mal; entonces salí volando para atrás. Venía remando un local y la tabla le cayó cerca, no sé si le pegó en la espalda, y le digo: ‘Sorry, disculpá’. Y se me acerca y me tira un piñón, y yo me hundo para que no me pegue. Salgo del agua y me dice: ‘Te vas’. Y le digo: ‘No, perdoná, fue sin querer’, así como tres veces, y me di vuelta y me fui. Lo tengo filmado todavía... muy divertido... bueno, ahora, porque no pasó nada”, cierra Iturria.
La organización del campeonato es directamente proporcional al relax reinante. El sábado, a eso de las nueve de la mañana, aparece un tremendo desayuno para grandotes y melenudos rubios, que contiene jugos, frutas varias, agua, café, medialunas y bebidas energizantes. Entre anécdotas relatadas por los raiders, ocurre en Mar del Plata la segunda etapa del torneo Quicksilver Surf Challenge 8 vs. 8, patrocinado por Peugeot, en el cual participan los ocho mejores surfistas rankeados de la Argentina y del Uruguay. La primera etapa se desarrolló en Montoya, Punta del Este; mientras que la segunda se extiende ahora en las playas Biología y Waimea, de Mar del Plata.
La mala nota del día la dan algunos competidores argentinos, que llegan dos horas tarde. “La vida del surfer es así, muy light, muy relajada”, se jactan algunos organizadores del evento. Pero los uruguayos no consienten: “En Uruguay, las únicas personas que estaban adentro del agua eran los dos competidores por batería. Estaba todo el mundo afuera en la playa, el área estaba despejada, no habían bañistas, no había gente molestando adentro del agua y podías correr las olas bien, y no discutir en la orilla, ‘por favor, correte que éste es un torneo por plata, que si pierdo está en juego, como quien dice, mi sueldo’. Además les dan mucha facilidad a los argentinos, muchos llegan tarde, demoran las baterías hasta que ellos lleguen, y esto me parece que no se hace. Si se marca una hora, es a esa hora; y si el competidor no está, bueno, es un irresponsable, que no compita”, sentencia George Acosta, uno de los pocos uruguayos enojados que se conoce. El charrúa asegura que el competidor argentino Bollini no apareció a competir a pesar de estar en la lista, y que en vez de darle el triunfo al competidor uruguayo, “que sería lo normal”, metieron a otro “de apuro”, y eso “me parece que no está bien”.
Además, los uruguayos dicen que en vez de ser alojados en un hostel a pocos metros de la playa, los mandaron a 40 minutos del lugar de competición, porque el que les habían dado, estaba “ocupado”. Una vez instalados, salieron del hostel y a la vuelta se encontraron con que sus cosas no estaban, porque a los dueños se les ocurrió mudarlos de habitación y mover sus objetos personales sin permiso. Ah, el espíritu deportivo...
En 1990, Eugenio y Sebastián “Culini” Weinbaum, los simpáticos conductores de MDQ, empezaron filmando sus travesías por el mundo con su camarita, y le dieron un lugar poco visto en la televisión argentina al surf hasta llegar al prime time de la televisión de aire. Hoy, si bien sigue siendo un deporte “under”, algunos riders argentinos pueden vivir de patinar olas gracias al patrocinio de algunas marcas. Entre ellos, Marcelo Rodríguez, Maxi Siri y Lucas Santamaría, entre otros, pueden vivir del deporte de forma profesional.
Más allá de las cuestiones organizativas, la competencia transcurre con gran ventaja por parte de los argentinos. Pasados los octavos de final, en los que se cruzan competidores de ambos países, la tabla final queda conformada por seis riders argentinos contra dos uruguayos, y en las semis ya no quedan uruguayos. El torneo se define entre Lucas Santamaría, Nahuel Rull y los finalistas de la etapa anterior, Maxi Siri y Marcelo Rodríguez. “Hacer surf no es difícil, vivir del surf sí”, explica Iturria. “Estados Unidos, Australia y Brasil son las tres potencias del surf mundial. Tienen muchos años y mucha cultura de surf, tablas, trajes, ropa, y no sólo las principales como conocemos acá. Al haber más cultura, hay más cantidad. También hay más campeonatos, más marcas, más apoyo, más plata, entonces hay más incentivos para los competidores.”
Siri se reparte con Martín Passeri la mayoría de los títulos de la última década y explica que, “en un país como Australia, el surf es un deporte principal, es como acá el fútbol. Los apoyos económicos y la carrera son muy diferentes. Acá estamos muy divididos, y no te da la garantía de que te podés salvar económicamente o que podés mantener a tu familia. Allá, vos te jubilás de surfista profesional; acá no”.
Más allá de las olas, los surfistas de cabotaje piensan, curiosamente, que falta “tamaño” y “experiencia” para barrenar, y que el invierno es muy duro, sobre todo por la discontinuidad. “Se surfea, pero también se sufre”, dice Siri. Los comeolas se meten en el rulo de las competencias fuertemente entre enero y febrero, y entre abril y diciembre se quedan haciendo la planchita, a no ser que consigan viajar al extranjero. En el torneo también se compite por el “Best Trick”, en donde se busca pasar de ronda logrando el mejor truco. El premio es de mil pesos, y los uruguayos están mejor “parados” para este tipo de gambetas subacuáticas.
Así barrena la tarde marplatense, mientras hombres que ofician de estereotipo de felicidad, munidos de tablas, entran y salen del mar, las orejas llenas de arena se calzan los auriculares disponibles. Entonces uno se pregunta: ¿el surfer escucha música surf? ¿Hay una oda (no una ola) al ritmo bailable, al sonido machacante californiano que en los años ‘60 hicieran famosos los Beach Boys, Jean & Dean, The Trashmen? ¿Acaso hay inspiración en los locales Kahunas o The Tormentos? Para desazón del cronista, los surfers actuales apenas los conocen. “Algunos chicos escuchan algo de eso”, dice Luisma Iturria. “Igualmente, yo escucho más radio, escucho la música de los videos de surf, las maniobras y los aéreos, y con cierta canción, antes de ir al agua, te acordás de las imágenes y las usás para motivarte.” También Maxi Siri escucha la música “de los videos”, aunque admite que “algunos escuchan reggae o cosas más para relajarse”. George Acosta agrega una pizca de Jack Johnson, el hombre de ritmos dulces alojado en Santa Bárbara, aunque la cosa parece ir por otro lado: “Muchos participantes están corriendo en Centroamérica y ahí se escucha mucho reggaetón y salsa, y se están mezclando las culturas”, dice.
Pero es hora de poner los pies sobre la mar: la final del torneo sucede igual que en la primera etapa, con Maxi Siri y el chubutense Marcelo Rodríguez. Como si fuera un Patrick Swayze argentino, Rodríguez dice que siempre piensa en ganar. “Cuando estoy en el agua, trato de estar tranquilo. Este año, con el seleccionado, trabajamos el tema de la paciencia y esperar las olas que realmente conviene agarrar, y no agarrar las malas. Solamente son dos olas las que te hacen pasar de ronda.” Y después de decir eso, así como si nada, Rodríguez se sube a su tabla voladora, se engancha en un rulo interminable y se lleva el premio mayor de 10 mil pesos, mientras Siri refunfuña en la arena: “Marcelito es así; si no hay olas, el loco las inventa”. Los uruguayos se quedan con el premio “consuelo” del “Best Trick”, cuando Claus Giorgi inventa una pirueta que vale mil pesos. O, como dicen, el pan nuestro (mojado) de cada día.
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