LA AMERICA LIBRE EMPIEZA... ¡EN MAR DEL PLATA!
Un manojo de estudiantes y trabajadores, cansados de que la ciudad balnearia priorice los concheros por sobre el arte, okuparon un predio y armaron un espacio alternativo en el que hasta se cursa el bachillerato.
› Por Facundo García
Es cómico ver cómo la mayoría de los que andan por la costa tiene las antenas paraditas para ver si se cruza con un famoso. Y si cualquier desesperado pretende mirar al cielo y preguntar a los dioses el porqué de tanto cholulismo, su vista naufraga entre las marquesinas de los teatros comerciales, la sonrisa photoshopeada de las divas o el saludo de algún humorista medio facho. Una vez que este tratamiento se ha aplicado durante dos o tres jornadas, el que veranea en “La Feliz” siente que acaba de ser encarcelado en un programa de televisión berreta que encima dura 24 horas. Pero a no deprimirse, que el Centro Cultural América Libre –al igual que otros espacios alternativos (ver recuadro)– resiste el ataque de los concheros y ofrece opciones a un precio popular.
Comenzaron siendo okupas y se convirtieron en referentes sociales. Su historia empezó cuando el 24 de septiembre de 2006 tomaron el predio ubicado frente a la plaza Rocha, que había estado abandonado por casi una década. No eran pulenta, ni mucho menos, simplemente un manojo de estudiantes y trabajadores cansados de que Mardel priorice las plumas por sobre manifestaciones artísticas menos volátiles. “Disculpen las molestias, estamos construyendo una revolución”, fue la consigna. Y ahora la mugre se fue para que en su lugar haya talleres, obras de teatro y ciclos de cine. Entrar al gigantesco edificio recuperado produce una sensación exactamente inversa a la de pasear por el conchetódromo de la zona de boliches. “A diferencia de otros, nosotros nos autogestionamos en asamblea, y a ninguno se le ocurrió que fuera necesario designar un grupo que mandara sobre el resto”, tira la morocha Josiana García, abriendo una entrevista en la que participan diez de sus compañeros.
Obviamente podían ser muy buena onda, pero tarde o temprano los iban a querer rajar. Vino la policía y la barra brava de Chacarita –a cual más simpático–; y a pesar de que muchos no tenían experiencia militante previa, aguantaron. “Era gracioso porque caía la prensa o la cana y nos preguntaba: ‘¿Quién está a cargo?’. Nosotros nos reíamos”, explica Patricio Funes desde su acento callejero. El América tiene integrantes de todas las edades, pero el motor principal son los jóvenes. Nadie pesa más que nadie, y paulatinamente se ha ido construyendo algo así como una asamblea barrial 2.0. Esto es, un equipo que tiene base territorial y a la vez usa la web, que se preocupa por cuestiones estéticas sin olvidar los aspectos prácticos y que tiene posiciones políticas sin que eso signifique dejarse empomar por los aparatos partidarios. Cada discusión se archiva en papel, y hay una pared donde se puede analizar el cuadro sinóptico que define las funciones de cada parte del colectivo. “Casi nunca resolvemos las diferencias por votación –retoma Patricio–. Siempre tratamos de alcanzar el consenso.” Desde la otra punta de la ronda, Federico Polleri completa: “Lo que pasa es que empezamos a construir esquivando aquellos errores del proceso que se dio en 2001-2003. Preferimos centrarnos en un laburo de base bien genuino”.
Por el tamaño y la cantidad de gente que agita, el América se parece a una escuela (si las escuelas fueran copadas, claro). En el sótano hay actores ensayando, en la planta baja está la biblioteca popular y arriba se montó una exposición de fotos; mientras que en otra sala se dictan clases de yoga y se amontonan varias computadoras. En esas aulas se cursa, aparte, un bachillerato pensado para quienes hayan dejado la secundaria. “Por suerte conseguimos que el bachillerato obtenga reconocimiento oficial”, recalca Fede. Luego se divierte recordando cómo a partir de ese proyecto se linkearon con estudiantes de otras localidades, que terminaron pidiéndoles las instalaciones para alojarse y tener su viaje de egresados cerca de la playa. “Los primeros en venir fueron los chicos de ‘La Dignidad’, de Villa Soldati. ¡Y ya nos están contactando otros!”, revela Josiana, muy risueña y un poquito preocupada.
Lo que vibra en esa esquina es, en síntesis, un replanteo de lo que significa el arte. ¿Qué tipo de artista popular es el que cobra cien pesos la entrada? ¿Qué Estado es el que pone cientos de miles de pesos para que actúe Pimpinela en el Auditorium, cuando por esa plata se podrían producir decenas de emprendimientos independientes? La respuesta es obvia, y así lo entiende la asamblea, que prefiere no depender de la ayuda estatal y reconsidera permanentemente las razones y el monto de sus precios. Y los locos no están solos. Por eso el centro tiene un segundo nombre: “Casa del Pueblo”. Con ese título se da a entender que cualquier organización social que aporte ideas es bienvenida. En efecto, se han hecho dos encuentros nacionales de muralismo y se están creando instituciones hermanas en Capital y en el DF mexicano; amén de la coordinación permanente que hay entre el América y “la única radio comunitaria de Mar del Plata”, la FM de La Azotea 88.7. “Al final hemos terminado cuestionándonos el sentido de lo que se ha rotulado como ‘cultura’. Para nosotros hace rato que trasciende lo meramente artístico”, resume Josiana.
Cuando el cronista del NO se está despidiendo, una mujer lo frena y lo mira a los ojos. No se presenta, solamente tiene ganas de decir que ese grupo de chicas y chicos le hizo el aguante durante dos meses, cuando ella y sus vecinos sin techo estaban en problemas. “No dejes de poner eso”, reclama. Lo exige con tanta transparencia, que es imposible no hacerle caso.
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