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Jueves, 4 de febrero de 2010

AGUAS (RE) FUERTES I

¿Justicia social?

 Por Julia González

Pasaron las 12 de la noche y dos amigas se disponen a volver a sus casas. Hace un rato se largó una de esas lluvias de verano que duran lo que un suspiro, pero el cielo otra vez está estrellado. Al salir de la pizzería, una de ellas supone la muerte de Elton John. Se toca la teta izquierda y se pregunta si pasarán la canción de Ariel Minimal. Caminan una cuadra por Azcuénaga y doblan en Santa Fe. Se sienten seguras en la calle más iluminada. La última risa que se percibe es la del chiste de la Canción para el día que se muera Elton John, porque al toque se acerca una piba de remera verde y les pide una moneda. “No tengo”, dice la primera, mirándola a los ojos sin detenerse, como queriendo sacársela de encima. Pero la otra se para y comienza a hurgar en su cartera. “Dame la billetera”, murmura la piba, y reluce su arma blanca. Le pide a la otra que se rescate y le hace señas para que se acerque. Su amiga levanta los hombros, abraza la cartera y parece que negocia algo con su verduga. La cara de la piba es la amargura misma. No tiene más de 18 y viste bien: remera verde, jeans holgados y el pelo negro y largo. La cara suplicante pide algo más que unas monedas. ¿Será justicia social? Lo único que consigue son 70 pesos. Una vez recolectado el botín, se aleja con la navaja escondida en sus manos, mirándolas con esos ojos levemente inclinados hacia abajo. “Rescatate, amiga”, parece que es lo único que sabe decir, y se va en zigzag hacia Larrea, por Santa Fe, dándose vuelta de vez en cuando. Las otras cruzan la avenida de la mano y paran un taxi. Indican el destino y se sienten a salvo en esa aparente inmunidad del auto. El tachero escucha la historia e interviene. Está dispuesto a ir a buscar a la pendeja y cagarla a palos. No entiende cómo a ninguna de las dos le afloró la violencia. “Yo le doy dos cachetazos y me la saco de encima, ¿qué me va a venir a afanar a mí?”, opina el tipo. “Yo soy pacifista y, además, hay un problema más profundo que no se resuelve con la violencia”, retruca una. Y la otra lo afirma: “Por algo ninguna de las dos le hizo nada”. La primera llega a su casa y, temblando como una hoja, llama al 911 convencida de que es en vano. Corta y llama a su amiga para ver cómo está. “Llegué bien, estoy bien”, dice y se lamenta porque ella ahora se está preparando un té y después va a contarle a alguien por messenger lo que acaba de pasar. “La cagada es que la piba con esa plata va a comer dos días o va a comprar droga, pero después va a seguir igual”, termina. Y de inmediato se le viene a la cabeza la mirada suplicante de la piba de remera color verde desesperanza.

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Imagen: Leandro Teysseire
 
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