Jueves, 4 de marzo de 2010 | Hoy
PATRICIA MALENA BERTANA NACIó EL MISMO DíA QUE EL SUPLE NO
Su historia es una postal de época. Creció en Rafaela durante el menemismo, tenía 9 años cuando vio la caída de las Torres Gemelas y cuando sufrió la crisis de 2001, conoció a Callejeros bastante tiempo después de Cromañón y en diciembre fue a su primer recital. “Mi generación no es de recurrir a los diarios”, cuenta, sobre el formato en papel.
Por Facundo García
Tras un casting que incluyó pruebas de supervivencia imposibles de superar para los simples mortales, la vencedora de esta prueba del azar fue Patricia Malena Bertana, una morocha que mañana estará festejando sus dieciocho años y que se animó a recordar los hitos que marcaron a su generación. Malena nació el mismo día que el NO, el 5 de marzo de 1992. “No tengo muy claro lo que estaba pasando en el minuto exacto en que nací, pero desde ese momento han cambiado millones de cosas, grandes y chiquitas. Para tomarte un subte, por ejemplo, ya no usás cospel; y vimos la caída de las Torres, la represión de 2001 y otros eventos que nos han quedado grabados, aunque fuéramos muy chicos y los viéramos por tele.”
Nació en Rafaela, provincia de Santa Fe. Por entonces, el menemismo estaba en pleno romance con la opinión pública y las privatizaciones eran una novedad que más de uno percibía con optimismo. Lejos de las fiestas de pizza con champán, la mamá biológica de la piba se las veía en figuritas para mantener a sus hijos. Y mientras los ojazos verdes de Malena se abrían por primera vez, Página/12 salió a la calle con un suplemento que tenía a Charly García en tapa –la nota se llamaba “El otoño de papá”–, más una nota a Fito Páez en la que el rosarino anticipaba detalles de su “nuevo disco”: El amor después del amor. Ya estaba Clara de noche, desde luego. ¿Las firmas de aquel comienzo? Andrés Calamaro escribía sobre sus safaris nocturnos por Madrid, y Mario Pergolini se extendía reflexionando sobre “la caja boba”. La agenda del primer NO aclaraba que esa semana desembarcarían en la tele argentina unos monigotes amarillentos que venían con el rótulo de ser “los dibujos animados más zarpados de la historia”. Eran Los Simpson. “Para mí, existieron desde siempre”, se divierte la entrevistada.
Además de seguirles los pasos a los de Springfield, Malena creció viendo programas como Chiquititas y Dragonball, que iba mechando con películas como Pollitos en fuga, “que estaba bárbara porque no tenía ese estilo cuadrado que a veces repetía la animación por computadora”. La diversión, sin embargo, llegó a parecerle casi un lujo. “Mi vieja andaba con quilombos y nos fuimos a vivir con mi abuela a Palermo –todavía no era un barrio tan fashion–. Estábamos ahí, en una especie de pensión. La pobre se rompía el lomo laburando y nunca alcanzaba”, resalta. Hasta que el azar le trajo otro sacudón. “Resulta que fui a visitar a mi hermana más chica a la casa en donde estaba –porque éramos siete hermanos, y habían empezado a separarnos–; y ahí conocí a Natalia y Abel. Nos encariñamos muchísimo y más tarde se convirtieron en mis papás.”
La historia parece un blues, y era justamente ese género el que marcaba la pauta, junto con el grunge. Notas a Blues Motel, Botafogo y La Mississippi alternaban con las críticas de Slash, que despotricaba contra la movida de Seattle. A la vez se filtraban las primeras informaciones sobre una banda rarísima que reivindicaba el under y la autogestión. Mano Negra se llamaba.
“Bueno, al final no sé bien cómo fue, pero me fui a vivir con Nati y Abel y empecé el colegio viviendo con ellos”, retoma Malena. Al año, la madre biológica juntó a todos sus chicos otra vez y se los llevó a vivir a Granadero Baigorria, Santa Fe. “Allá seguí la escuela, aunque en realidad no iba nunca. A todo esto yo tenía 9 –previa crisis 2001– y mis hermanos andaban por los 11, los 13 y los 15. Era un bardo.” En tanto, el sueño neoliberal se iba resquebrajando, y las tapas del NO daban cuenta del florecimiento de la cultura rolinga, con banderas de “cerveza, esquina, porro y aguante”. La Renga respondía a diplomáticos bolivianos que se quejaban de la letra del Blues de Bolivia y los Gardelitos anticipaban –a través del legendario Korneta– detalles de su primer disco, Gardeliando. Por su parte, los Babasónicos no se quedaban atrás y conversaban en este espacio sobre su ascenso en el circuito y sobre su tercera placa, Dopádromo.
¿Y Malena? Luego de una catarata de aventuras imposible de resumir, la llamaron para que se sentara a la mesa y participara de una charla en la que Abel y Natalia propusieron a su familia traerla de vuelta a Buenos Aires. “Imaginate, yo era una nena y estaba escuchando lo que discutían, tratando de entender algo...”, relata. Eran tiempos turbulentos en todos lados. “El 11 de septiembre de 2001 vi los atentados por la tele –justo era el Día del Maestro, así que no había clases–. Y ahí nomás tengo la imagen de los adultos agarrándose la cabeza y viendo el bardo de la crisis de 2001. Es más: me acuerdo de que yo era chiquita y discutía con mis conocidos. Les decía: ‘No, pará, el presidente es tal’, y ellos me explicaban que ya habían pasado tres gobiernos a partir de ese que yo estaba nombrando.” Aquella vez, la encuesta anual del NO invitó a los rockers a mencionar lo más destacado de aquellos doce meses de furia. El título de la nota era más que elocuente: “Elecciones anticipadas”.
“Ya desde ahí me enteraba de las noticias más que nada por la tele y por Internet, porque la verdad es que mi generación no es de recurrir a los diarios”, explica. Es difícil que la entiendan los que nacieron antes de los ‘90. Malena ya mandó miles de correos electrónicos, chatea casi desde que tiene memoria, fue flogger y se cansó, conoció a Callejeros recién después del incendio que dejó 194 muertos y agotó párrafos de Harry Potter sin necesidad de sentir que estaba “leyendo alta literatura”. Niega entre risas cuando le preguntan si la influyó Titanic. “¡Pará, era muy chica!”, se excusa. E insiste: “Probablemente, los que ahora estamos cumpliendo dieciocho pensamos de un modo que para los demás debe ser difícil de entender. Yo veo, por ponerte un caso, las reacciones de mis viejos cuando compramos algún electrodoméstico. Y es increíble cómo tienen miedo de que se queme todo si tocan el botón equivocado. Nosotros, me parece, sabemos que dos por tres lo mejor es apelar al ‘ensayo y error’”.
En 2004, Malena tenía catorce y fue a bailar por primera vez, en un verano repleto de conciertos masivos y raves. “Lo mío, igual, eran las matinées, y estaba a pleno con pantalones de tiro alto”, bromea. Hoy escucha Las Pastillas del Abuelo, y en diciembre fue a su primer concierto de rock. Crecer y encontrar una identidad sin perder el equilibrio ha sido una lucha, aunque acaso la clave de su sensibilidad esté en ese camino recorrido. Hoy Malena trabaja en una hamburguesería –por dos mangos, hay que decirlo–, y tiene claro que en cuanto pueda va a buscar algo mejor. “Este año voy a empezar la facultad. Quiero estudiar diseño de parques y jardines”, se ilusiona. ¿Y qué es crecer? “Seguro que no es distinguirse a la fuerza, como hacen muchos de los que se prendieron en el auge de las tribus urbanas. Una movida tipo ‘o sos esto o sos lo otro’, y si elegís no pertenecer a ningún grupo se dice que ‘no sos nada’. Es como lo que hacen los políticos, que viven discutiendo en vez de tirar para adelante. Por eso es que a mi generación le cuesta encontrar valores. Habrá que esperar. Tenemos que seguir viviendo, ahí está la posta. Si nunca te pasó nada, es difícil que madures y que entiendas lo difícil que es para los que tienen menos que vos.”
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