DANTE SPINETTA SIGUE DE VIAJE
Para hacer su flamante Pirámide, Dante recorrió la noche y observó las relaciones que se suceden en un ámbito de ostentación, sexo y dinero. Ahora se va a México para participar de una película como dealer gangsta.
› Por Daniel Jimenez
Dante está contento. Despatarrado en un sillón de la compañía donde se va a hacer esta entrevista, se acomoda su holgado pantalón, apura las palabras y cuenta que se va a México para ponerse a las órdenes del director Mauricio de Aguinaco. Estará un mes en el DF rodando una película (el nombre aún es un secreto) donde interpretará a un dealer gangsta en una historia grasosa de amor urbano y corrupción policial. Además aprovechará para realizar en territorio mexicano la promo de Pirámide, su nuevo disco, al que define como el trabajo que más lo representa hasta hoy. Con 34 años, sereno y con su característica sonrisa cálida, Dante vive un presente que lo encuentra feliz, maduro, crítico y sin gorra a la vista.
“Puede ser que este disco sea un poco agresivo, aunque un poco menos que El apagón”, aclara. “Aunque el concepto general es fuerte. Las cosas que te bate son fuertes, más allá de que haya insultos o no. Busqué que los temas te pateen la puerta, ningún ‘knock knock’ (risas), porque es música inspirada en demolición. El álbum toma una parada contra ciertos aspectos sociales que nos debilitan mucho, como los cachivaches que hacen todo por la guita. Hay muchos temas que hablan de lo mismo, de minas que se mueven por la plata: Gisella, Cachivache, Pirámide. Es lo que pude captar en la noche; la aceptación del botinerismo como una forma cultural. Y para nuestras hijas es un ejemplo malísimo. Yo salgo contra esa falsedad. Volvamos a las fuentes y pensemos qué nos hace ricos en la vida. Obviamente la buena vida mata, pero no es la felicidad. La plata no te va a visitar si estás en la cama de un hospital.”
Reflexivo, Dante comenta que en el último tiempo fue testigo de los comportamientos animales de la noche, yendo a discos y observando las relaciones que se suceden en un ámbito de ostentación, sexo y dinero. Por eso, todas las letras de Pirámide se hicieron de noche, cuando regresaba de la disco con sus balas en la lengua.
“Iba al boliche a hacer este álbum. Todos los temas bailables salieron de ahí, escuchando otras músicas: electrónica, hip-hop, cumbia. Quería ver cómo la situación se iba deformando en las caras de la gente. Y volvía a mi casa con algo y lo grababa. Nunca había trabajado tan nocturnamente y este disco es bien nocturno. Tiene una bajada de línea directa con lo que viví, no sólo lo que me pasaba a mí sino lo que pasaba alrededor, tratando de sacar una foto de un momento. Y el disco habla de esa falsedad que al fin del día no está buena, por eso quería volver al centro. Está bueno saber qué queremos, adónde vamos como sociedad. Y ése es el mensaje de Pirámide.”
–No sé, pero en este disco me alineé conmigo mismo. Me permití experimentar más y salir del hip-hop más extremo, que tenía sus limitaciones a nivel concepto. De esta manera pude jugar con más elementos, que son partes de lo que soy. Lo mismo con la estética del disco; ya no uso la gorra, aunque si quiero la uso. No necesito estar vestido como un rapero para ser un rapero. Soy rapero, pero hay que ser uno y encontrar la raíz del sonido propio. Con este disco me voy acercando aun más a un sonido culturalmente más propio, y es una mezcla real de lo que vivo como argentino que creció en una familia musical y tuvo más posibilidades de información que mucha gente, y conoció otros países desde los 16 años. Y eso es lo que soy, no soy otra cosa. Cuando empiezo un disco, siempre me cuestiono: “¿Qué vamos a hacer, Dante? Vamos a forzar algunas reglas para lograr una alquimia diferente en las pociones”.
–En el caso de Fito, cuando hice la canción, pensé en él al toque. Se lo mandé, le gustó y lo hicimos. Fito me dijo: “Esta canción suena como que me tuviste en cuenta cuando la escribiste”, y había sido así, lo pensé desde la concepción. Y con Adrián terminamos juntos la letra del estribillo en un tema que me tiraba onda western. Todos tienen buena onda y con ellos se puede trabajar de manera tranquila y aportan su energía, por eso me parece básico meter buena madera en un disco, como pasó con Residente. Con él hicimos el camino de los Siete Lagos por el Sur argentino. Nos encontramos en la fiesta de los Grammy y me dijeron: “Vente que nos vamos mañana pal’ Sur”. Y como no conocía el Sur argentino, me fui con ellos. En el camino nos hicimos amigos, fuimos tirando cosas para atrás y nos cagamos de risa. Ahí salió el tema Patrás y dijimos: “Esto hay que grabarlo”. Y lo hicimos.
–Me importa la comunicación, llegar. Quiero tener éxito, claro, pero no voy a modificar lo que hago por eso. Quiero ser sabio en ver cómo llevar lo que hago a la mayor cantidad de gente posible. Eso sería un hit. Hay una parte del rock que tomó una decisión de no ponerse mainstream, o nunca llegó al mainstream y después lo justificó, y me parece que eso es un error. Hay que hacer lo bueno popular; ésa es la verdadera revolución cuando salís de lo que espera la gente. Creo que Illya logró meter música re loca en una generación que no tenía en cuenta esos movimientos.
–A un músico de música urbana, pero también me puedo mover por fuera de eso. Me interesa ser yo y fluir con lo que realmente me sale. Si me pinta cantar y tocar la guitarra, lo voy a hacer, y tal vez otro rapero no lo haga. Por eso salgo con el pelo distinto y digo: “Acá no hay bling bling, ni Mercedes-Benz”. Estoy en contra de ese hip-hop que muestra guita todo el tiempo. ¡Doná la guita a Haití, guacho!
–Le gustó la intensidad y lo determinante, aunque hay temas en donde lo shockean un poco las letras, como Gira gira. Sé que en algunas canciones me voy al carajo y limé un par de cosas que eran demasiado jodidas, como vender órganos y cosas así. Hay lugares donde él se siente más cómodo, como Alelí o Pirámide. Cuando yo me pongo tan agresivo, él no vive esa realidad y no puede entrar ahí, pero en general dice que le gusta.
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