Jueves, 15 de abril de 2010 | Hoy
ENCUENTRO CON STEVE SHELLEY, BATERISTA DE SONIC YOUTH
Historia de cómo una trasnoche de Shelley en el Bar Obrero de La Boca termina en una larga conversación sobre la vida y obra de Sonic Youth.
Por Santiago Delucchi
Ya pasaron casi diez años del único show que Sonic Youth dio en Buenos Aires. Sucedió el 21 de octubre de 2000, y fue uno de esos conciertos que nadie olvida, vibrante de principio a fin, en condiciones inmejorables: una tormenta se arremolinaba sobre el techo semicubierto del Club Hípico y, como si se tratara de un fenómeno sobrenatural, parecía responder a los sacudones eléctricos que el grupo perpetraba sobre el escenario. Desde entonces, la posibilidad de una nueva visita de los neoyorquinos mantiene en vilo permanente a los seguidores locales. La remembranza se debe a la reciente visita de su baterista, Steve Shelley, quien se presentó el jueves pasado en Samsung Studio como parte de la banda de Christina Rosenvinge. Y porque eso, justamente, es lo primero que él quiso saber apenas concluyó la prueba de sonido: “¿Dónde fue que tocamos aquella vez? Fue algo increíble”.
A esa pregunta, claro, se le responde con otra: ¿cuándo va a volver Sonic Youth a la Argentina? “Las distancias largas siempre nos complican, sobre todo debido al cargamento: viajamos con muchas guitarras, entre 20 y 30, más o menos, en grandes embalajes. Por otro lado, no es fácil hacer coincidir nuestras agendas, ya que siempre alguno está haciendo otra cosa. Además está la familia: yo no estoy casado, pero el resto tiene hijos. Igual, sé que nada de esto sirve como excusa. La verdad es que nos encanta venir a Sudamérica, y tenemos muchas ganas de volver a la Argentina. Ojalá se concrete pronto. Y que no pase como en noviembre del año pasado, cuando tocamos en un festival en Brasil: allí nos cruzábamos con otras bandas que después venían para Buenos Aires. Nos quedamos con las ganas.”
Steve hace su descargo arriba de un taxi, rumbo a un viejo bodegón situado en La Boca del que le hablaron muy bien: El Obrero. Una vez allí se maravilla con el decorado y las fotos (una colección mayúscula que va de Bono y Lars Ulrich a Willem Dafoe y Robert Duvall, sin contar las del Diego), pero más aún se entusiasma con la comida (bife de lomo, provoleta, flan con crema y dulce de leche) y los viejos sifones de soda (incluso aprende a agitarlos cuando ya queda poco). Ahí mismo arroja: “Cuando estoy de gira con Sonic Youth no puedo hacer este tipo de cosas”.
Steve Shelley se sumó a Sonic Youth en 1985, cuatro años después de su formación. Desde entonces, Thurston Moore, Lee Ranaldo, Kim Gordon y él nunca han dejado de tocar juntos. Esta persistencia, sin dudas, provoca cierta admiración entre sus pares. Hasta parece haberse vuelto autorreferencial: su último disco se llama nada menos que The Eternal (2009). Shelley: “Con la banda tenemos altas y bajas, como todos. No sé exactamente qué es lo que nos mantiene unidos después de tanto tiempo. Sólo puedo decir que jamás hacemos lo que no sentimos o no nos interesa. Somos un grupo que tuvo que aprender a hacer todo desde cero. Ese asunto de la fama, el alcohol y las drogas nunca incidió realmente en nuestra carrera. Nunca nos sentimos estrellas de rock sino más bien fanáticos de la música, de la música que hacemos y de la música que escuchamos y compartimos. Creo que todavía conservamos eso”. Acto seguido, para completar su respuesta, enumera: “Siempre escuchamos mucho krautrock. Cuando arrancábamos con las giras y teníamos que hacer esos largos viajes por la ruta en una van, no había nada mejor que poner un casete de Neu! o de Can. Siempre nos gustó Captain Beefheart, Neil Young, The Stooges. Y también escuchábamos bastante a las bandas con las que tocábamos, como The Minutemen, Laughing Hyenas o Mudhoney”.
Shelley vive en Hoboken, Nueva Jersey (el chisme indie: a tan sólo dos cuadras de sus colegas de Yo La Tengo). Allí está el nuevo estudio de Sonic Youth (antes estaba cerca del World Trade Center, pero decidieron mudarse unos años después del atentado). Y allí, además, el baterista fundó su propio sello, Smells Like Records, allá por 1992, en pleno apogeo de la escena alternativa, con el que editó todo tipo de discos, de los debutantes Cat Power y Blonde Redhead a los históricos Lee Hazlewood y The Raincoats. “El sello, básicamente, funciona en mi departamento (risas). No estuve muy activo últimamente, lo reconozco, pero tampoco siento que me haya perdido gran cosa. Es un momento raro para la industria de la música en general”, explica. En los primeros años de Smells Like Records, precisamente, Steve y su amigo Tim Foljahn (Two Dollar Guitar) secundaron a Chan Marshall, mejor conocida como Cat Power.
El dúo acompañó en vivo a la cantante y coordinó las grabaciones de sus dos primeros discos, Dear Sir y Myra Lee. “Chan llegó de Georgia y se instaló en Nueva York. Por entonces ya tenía una versión de Cat Power, incluso había sacado un single con el sello de la gente de God Is My Co—Pilot, pero no tenía banda. La escuché por primera vez cuando yo tocaba la batería con The Raincoats. Fue una noche en que ella abrió para nosotros. Tocamos varios años con ella, grabamos bastante material y giramos por la Costa Este, más algunos conciertos en Francia. Luego ella firmó con Matador Records. No nos vemos mucho, a veces nos encontramos en algún show. La verdad es que fue un momento difícil: no era tan ameno tocar con ella.”
El pasado arisco y turbulento de Cat Power no es ningún secreto. Pero esta colaboración, seguramente, no fue tan desafortunada como la que tuvo con Daniel Johnston, uno de los cantautores más radiantes y más chiflados de los últimos tiempos. Bastante de eso puede apreciarse en The Devil and Daniel Johnston, el film documental de Jeff Feuerzeig que intenta retratar el mundo de este genio atormentado. Allí, precisamente, Shelley protagoniza un episodio desopilante. Así lo recuerda: “Conocí a Daniel en Austin, Texas, cuando todavía andaba repartiendo sus casetes. A mí me encantaban esas grabaciones caseras. Por entonces, él ya era amigo de los Butthole Surfers y venía a vernos cada vez que tocábamos allá con Sonic Youth. No me acuerdo si alguna vez llegó a ser nuestro telonero, pero siempre andaba por ahí, en los camarines o en el backstage. En cierto momento decidí invitarlo a Nueva York para hacer algunas grabaciones. Obviamente no fue una buena idea. Daniel ya había sido diagnosticado como maníaco-depresivo, y justo cuando vino había dejado de tomar su medicación porque sentía que no estaba siendo creativo. Se volvió loco, se reviró por completo, y lo peor es que se estaba quedando en mi departamento. Duró una semana, fue una verdadera pesadilla”.
Steve se toma con humor el suceso con Johnston, pero no deja de aclarar que realmente la pasó mal. “Para colmo, Maureen Tucker, de The Velvet Underground, había llegado a la ciudad para hacer unas grabaciones con la banda, y yo no pude participar porque tuve que quedarme cuidando a Daniel. Se metía en problemas todo el tiempo, en cada lugar al que íbamos. Cuando fuimos a la Estatua de la Libertad, por ejemplo, se puso a hacer sus dibujos por todos lados, y obviamente lo agarraron. A veces venía y me decía: “Steve, voy a estar en la tapa de Newsweek, esto es importante, voy a ser más grande que Los Beatles y voy a hablarle al mundo entero de Jesús”. ¡Y lo decía muy serio! Yo sólo trataba de hacerlo regresar con sus padres. Me da vergüenza decirlo, pero corría peligro (risas). Al final tuve que echarlo de mi departamento, me dio mucha pena, pero pensé que así, a lo mejor, regresaría a su casa. Sin embargo, no se iba: se quedó en Nueva York, tocó en el CBGB, grabó algunas cosas y vivió un tiempo en el subte. Para mí es un bochorno: fue uno de los peores momentos de mi vida, algo para olvidar, y encima está registrado en esa película (risas)”.
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