Jueves, 22 de abril de 2010 | Hoy
Los videos virales son un medio de comunicación colectivo que hace apenas un lustro prácticamente no existían y hace una década eran técnicamente inconcebibles. Los increíbles casos de Numa Numa, Trololo y la banda Ok Go.
Por Facundo García
Quién no pasó por el suplicio de tener un amigo que pretende mostrarle a uno todos sus videos preferidos. “¡Uh, no te pierdas éste!”, suele proponer el sujeto, usando un engañoso tono casual. El problema es que cincuenta minutos después seguirá repitiendo la misma frase. Encima, si los otros no se entusiasman con sus ovejitas que bailan, sus accidentes en patineta o sus canciones tecno de los ‘90, el pesado de los videítos empezará a ser presa de un malestar perceptible. O más: es casi como si se ofendiera. Y lo notable es que la ciencia aún no ha logrado descifrar qué hay en esas imágenes para que alguien crea que debe distribuirlas entre sus conocidos, aun a costa de quedar como un plomo. Nadie sabe cuál es el secreto de esas minipelículas que se vuelven adictivas, enfermizas, ridículamente importantes o –como repiten los especialistas– “virales”.
Sea como fuere, el género ya tiene sus clásicos. Quién no recuerda al gordito que cantaba Numa Numa. En un momento declaró estar harto de ser un hazmerreír, aunque se ve que el aroma del dinero ahuyentó su timidez porque Gary Brolsma empezó a aparecer en la tele y hoy –cuando su “actuación” ya se vio la friolera de 42 millones de veces– vende remeras, ringtones y otros productos en su sitio Newnuma.com. Todo gracias a una grabación de poco más de un minuto que hizo en su pieza, usando ingredientes que sólo él y unos pocos más son capaces de reunir. Más de un publicista mataría por conseguir esa fórmula.
Se dice que un video recibirá la mitad de sus visitas totales en las primeras semanas luego de ser subido a un site. La otra mitad vendrá a ritmo tranquilo, a medida que pasen los meses. Hay varias razones por las que un video puede volverse “contagioso”. Que aparezca un culo como el de Keyra ayuda bastante. Sin embargo, los glúteos redondeados no son indispensables (al menos en este asunto). Sí se recomiendan proporciones generosas de bizarrez y ritmo. Otra condición suele ser el humor. Y por sobre esos factores, el más difícil de cosechar: la frescura, esa sensación de que lo que se ve hace trizas las rutinas del cerebro.
Frescura es justamente lo que transmite el ruso Eduard Khil, Trololo para los amigos. El cantante tuvo su época de gloria durante la era soviética y vivía retirado hasta que en enero su nieto le comentó que se había vuelto famoso por segunda vez, ahora vía Internet. Millones habían quedado prendados con su pinta de muñeco de cera, pero sobre todo con su interpretación del tema Estoy feliz de llegar a casa. Lo ridículo es que en el registro, tomado a fines de los ‘70, el hombre no interpretaba una letra. Solamente “tralalalás” y “trolololós”. El efecto es un gusano melódico que se aloja en la memoria y la taladra sin piedad. Así la antigua estrella del campo socialista conseguía volver al primer plano y hasta pedía a sus fans que le manden letras para relanzar su canción. Otra celebridad web había nacido.
Ahora, ¿en qué se parecen Numa Numa, Trololo y la Caída de Edgar? Algunos llaman “memes” a estos trocitos de cultura que pueden reproducirse frenéticamente. Fue el científico inglés Richard Dawkins quien introdujo el concepto para referirse a “ideas que funcionan como si fueran organismos vivos, intentando reproducirse y dejar descendencia”. ¿Ejemplos? Melodías, conceptos religiosos como “Dios”, eslóganes y –desde luego– videos de YouTube. Un meme muy difundido es el que consiste en comparar cualquier cosa con el nazismo. La llamada “ley de Godwin” –que también podría denominarse “ley de Elisa Carrió”– estipula que a medida que se alarga una discusión, las probabilidades de que una parte le diga a la otra “sos un nazi” se aproximan al ciento por ciento. Entonces el meme brota, se reproduce –”no, el nazi en realidad sos vos”– y finalmente sigue expandiéndose, hasta que muere. O muta. En eso, el caso Trololo es ilustrativo. Al video que inauguró la serie le sucedieron una versión cantada por una mujer, una ilustrada con dibujos animados, remixes, una aplicación para iPhone y varias notas periodísticas, incluida ésta. Para el filósofo español Jordi Cortés Morató, esa dinámica tiene que ver con que “así como los virus parasitan el mecanismo genético de las células, los memes actúan como parásitos de nuestros cerebros, que se convierten en medios para la difusión de aquéllos. La difusión de los memes actúa, pues, de manera parecida a la transmisión de las epidemias”. Achís.
Los compañeros del canadiense Ghyslain Raza lo grabaron imitando a un jedi. De la noche a la mañana, el improvisado guerrero se enteró de que un millón de personas habían sido testigos de “sus habilidades” a través de la red. Y ese número seguía aumentando. Al “Star Wars Kid” lo bardeaban en el barrio, en el colegio, en la calle. A tal punto que, en 2003, la familia Raza le hizo juicio a los padres de los pibes que habían subido el material porque el muchacho “había tenido que soportar, y aún soporta hoy, las burlas del público en general”, lo que lo iba a obligar a permanecer “bajo tratamiento psiquiátrico por tiempo indefinido”. Al final llegaron a un arreglo monetario. No obstante, la advertencia estaba ahí. El ciberespacio se cobra víctimas muy concretas.
A la vez –y sacudiéndose un poco la paranoia–, los virales representan un rico espacio de comunicación colectiva que hace sólo diez años no existía. Hay bandas que, como Ok Go, están ganando proyección a partir de clips tan impresionantes como This too shall pass, visto más de 10 millones de veces en un mes. Por su parte, el genial Capusotto se convirtió en una especie de pandemia de la risa. Quizá pronto se empiece a hablar de personas virales, más que de videos. En esa dirección apuntó en marzo la revista Wired, al destacar como marca del mundo post-YouTube el surgimiento y proliferación de una nueva clase de creativos. E-celebrities al estilo de Fred Figglehorn, David Colditz y Natalie Tran entran de cajón en esa categoría, por no hablar de argentinos como el niño-guitarrista–freak Lucciano Pizzichini. De todas formas, la calesita de figuras no se detiene. Ver a PianoChatImprov –un youtubero que está ganando su lugar en el podio con improvisaciones que hace con su piano en vivo y por chat– es como espiar lo que puede venir en el futuro próximo.
Mientras las agujas del reloj y las epidemias siguen avanzando, vale la pena releer a William Burroughs. Ya en 1962 el escritor afirmaba –con varias copas encima, es de suponer– que cositas tan aparentemente inocuas como las palabras se habían transformado en virus que pudrían el pensamiento de sus víctimas. “Traten de alcanzar el silencio mental aunque sea diez segundos –proponía–. Van a encontrar un organismo resistente que se los impide y los fuerza a seguir hablando para sus adentros. Ese organismo es la palabra.”
Webs:
* PianoChatImprov
http://www.youtube.com/PianoChatImprov
* This too shall pass de OK Go
http://www.youtube.com/watch?v=qybUFnY7Y8w
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