Jueves, 27 de mayo de 2010 | Hoy
LA MúSICA QUE ESCUCHAN LOS JUGADORES
Por Javier Aguirre
Si el 11 de julio estás en el Obelisco festejando, todo lo que sigue en este texto quizá no vaya a importarte un carajo. Es un asterisco tan pequeño e inabarcable como el tramposo debate entre ganar o jugar lindo: nunca lo plantea el que acaba de ganar. Pero la Subsecretaría de Incumbencia Rockera del NO maneja cierto rumor que no se puede silenciar: más allá de la interesante interpretación del Himno por parte de Andrés Ciro Martínez (ex Los Piojos) antes de la goleada contra Canadá, la Selección que va a disputar el Mundial de Sudáfrica carecería de rock.
Es justo admitir que los seleccionados argentinos nunca han sido un bastión rocker. Quizás en los ciclos de Marcelo Bielsa –’02– y José Pekerman –’06– la presencia de Juan Pablo Sorin, con sus apariciones en shows de Bersuit, sus crónicas ricoteras en este suplemento, o su programa rocker en FM La Tribu (¡va mi saludo a los oyentes de Tubo de ensayo, y a todo el equipo!), sugería la excepción a la regla. Pero, además de ésa, no hay muchas más medallas rockeras que puedan colgarse.
La Selección 2010 parece lejos de ostentar “eso” que llamamos rock. No es que en las borgeanas bibliotecas MP3 del plantel no haya discos de Charly García o de los Fabulosos Cadillacs: la capacidad de almacenamiento del iPhone (o del iPod, o del iLoQueSea) que tenga –por caso– Juan Sebastián Verón debe ser de suficientes gigas como para albergar la historia universal de la música. Pero, aunque la Brujita tenga esa música en su poder, no pareciera que la escuche. Ni tampoco da la impresión de que la arenga musical de la Selección sea en clave rockera.
¿Es el rock un gen recesivo en el fútbol? Apenas uno o dos mundiales atrás –los mundiales son la mejor unidad para medir el tiempo– parecía que no, cuando una generación de ex jugadores (Germán Burgos, Christian Bassedas, Fernando Pandolfi, Damián Manusovich) bocetaba cierta avanzada rockera. Pero no hubo recambio generacional, y el reggaetón copó la parada, con Carlos Tevez y Piolavago como gran estandarte.
Por suerte queda Diego Maradona, toda una estrella de rock, musa explícita de Piojos, Ratones, Cafres, Calamaros, Garcías, Fitos y Manuchaos, y abanderado de casi todas las mismas causas que la comunidad rocker. Su aporte rocker, como entrenador, no sólo se percibe en la inesperada convocatoria de Ariel “el Chino” Garcé (con su onda bardera, sus collares, sus dreadlocks y su historial de doping positivo de marihuana, tal vez un estigma en la escena-fútbol, pero un guiño cómplice para “el palo”). Donde más salta el rock de Diego es en su mística. A diferencia de las gambetas de Lionel Messi, que también pueden burlar a todo lo que se le plante, las ya prehistóricas gambetas de Maradona parecían sonar contraculturales, ir contra la corriente, como dice el Salmón. Y a pesar de que, hace unos días, Andrés Calamaro le rindiera pública pleitesía a la Pulga, Messi todavía resulta demasiado cristalino en el establishment futbolero como para ser un rockstar.
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