Jueves, 15 de julio de 2010 | Hoy
PARA SANTAOLALLA QUE LO ESCUCHA POR LA WEB
“No me gustaba Cordera, no le creía”, le dice El Chávez al NO, en una larga conversación del actual productor de Gustavo Cordera, que ahora anticipa la salida de su nuevo disco llamado Moron City Groove: un cóctel explosivo, bailable y colorido, mezcla de groove y música latina. La historia de un hombre que se reinventó varias veces después de haber sido expulsado de Arbol por Gustavo Santaolalla.
Por Santiago Rial Ungaro
En 1997, Matías Méndez, más conocido como “El Chávez”, era por entonces un adolescente que tenía una banda llamada Arbol, grupo del que se fue de la peor (o de la mejor) manera posible: peleándose con Gustavo Santaolalla, el Monarca de la Industria del Rock Latino. En ese momento era difícil, si no imposible, imaginar este presente tan prolífico y amplio. El Chávez, después de haber desarrollado una personal propuesta “power dub” en los dos discos que editó con Nuca (su ex banda, con la que de todos modos vuelve a tocar este sábado) y de haber llevado a cabo una auténtica “revolución productiva” en la Zona Oeste, acaba de editar su excelente primer disco solista: “Son canciones que fui haciendo tranquilo, música que quizá quedaba afuera de Nuca porque no encajaba con el estilo o la onda del grupo. Y si esto gusta, tengo material para un disco más”.
Emblemáticamente titulado Moron City Groove, su nuevo disco gusta y a la vez sorprende: ¿cuánto hacía que no aparecía un cóctel tan colorido, bailable y explosivo? Aunque en realidad, más que sorpresa, estos temas grooveros y latinos sólo confirman y renuevan las expectativas sobre lo que puede generar artísticamente El Chávez solo, después de tantos trabajos de producción. Lo cierto es que después de escuchar los 32 minutos 24 segundos de este Morón Paralelo y Groovero en el que vive El Chávez uno se queda con ganas de más. Chávez le canta a la vida misma, a su gente, a senderos que se abren para avanzar, una procesión de San Genaro (“Un santo fantástico: quería ponerle a mi hijo Genaro, pero nació nena. Y al final apareció el tema”), a la música que alimenta el alma y el ritmo (o los ritmos, porque acá hay un mix rítmico digno del Beck más inspirado) que no pueden parar.
Queda claro que la cantidad de producciones que hizo en la última década (impresionante tanto por la calidad y por la cantidad: Umbandas, Ojas, Encías Sangrantes, los pampeanos Rey Momo, San Camaleón, Doña María, Shamballa, Yicos y siguen la firmas, ver recuadro) ha inspirado a El Chávez. Y lo mismo se puede decir de su ex banda, Nuca, que entró en un parate inevitable después de años de batallar desde la peligrosa y en general desgastante vanguardia del underground. Y, de tanto producir desde el Lejano Oeste, fue inevitable que los trabajos de este Lee Perry de Morón trascendiera las fronteras, no sólo de su barrio sino también del país.
“El disco que hice con Socio (un talentoso solista uruguayo muy popular en la Banda Oriental) fue un trabajo bisagra”, reflexiona El Chávez en el mítico bar La Perla del Once, sobre un disco editado hace un par de años que ganó 5 premios Graffiti, el máximo galardón de la industria uruguaya. De ahí a producir a No Te Va Gustar hubo un paso. Y, una cosa lleva a la otra: hace unos meses sonó el teléfono de su casa en Castelar y era Gustavo Cordera, que lo convocaba para producir su nuevo disco solista. Los caminos de la vida no son los que El Chávez hubiera esperado: “La verdad es que con el Pelado pegamos una onda increíble desde el primer momento y se portó muy bien conmigo. Me dijo que había flasheado con los dos discos de Nuca, y a la media hora estaba en Del Cielito tomando mate y matándome de risa. Hicimos un trabajo grosso”, dice sin poder ocultar su orgullo. No deja de ser un acto de justicia poética, luego de aquella traumática experiencia (“Creo que gracias a Dios yo estaba muy centrado, porque si no... ¡creo que me pegaba un tiro!”, reflexiona hoy, con más alivio que rencor). El Chávez aparece ahora como una figura de peso reconocido como productor y como músico, en el under y en el mainstream.
“Fue bueno para mí haber podido hablarlo con Santaolalla. ¡Yo era muy chico! Era mi banda, mis canciones... Lo bueno es que eso me hizo dejar de tocar la bata y empezar a tocar la guitarra, cantar. La verdad es que yo estaba un poco frustrado de hacer tantas cosas, tantos trabajos y que nunca pasara nada. No es fácil el laburo de productor, y a veces tener muchas expectativas te termina jugando en contra. Creo que eso fue lo que nos pasó en Nuca con La máquina de la Pampa, que fue una producción que tuvo su reconocimiento, pero la saturación de tocar tantos años y las necesidades de cada uno hicieron que perdiéramos un poco la magia entre nosotros.” Tanto trabajo no fue en vano: hoy, con 33 años, El Chávez tiene “la edad y la barba de Cristo”, y algo más. Ha crecido y su estilo es el fruto natural de su identidad, identidad que a nivel estético se nutre del eclecticismo que ya exhibía en sus comienzos como miembro fundador de Arbol (no hay que confundirse con lo que Arbol es hoy en día: en sus comienzos, la banda hasta tenía influencias hardcore) y a nivel ético del espíritu comunitario de autogestión de la comunidad Yatay.
“Mi antena vio venir / con un delay / el huracán”, canta El Chávez, y la verdad es que esa antena, abierta para samplear a Groove Armada y para nutrirse de la cumbia o darle el toque litoral con un acordeón, es la que marca el “estilo” de temazos como Monterrey, Rosamaría o Calendario. Un estilo latino y abierto, una síntesis de dub, trip-hop, reggae, hip-hop y electrónica, todo apuntalado por un beat cumbiero que hace que Moron City Groove tenga una propuesta festiva sin ser vulgar, bailable pero a la vez poética, bizarra pero a la vez armónica. Una propuesta que se ve potenciada por la banda que armó para presentarla en vivo, en la que se destacan dos negros “argenchinos” que van a dar que hablar: los hermanos Matías y Emanuel Ruiz, una dupla que en el bajo y la batería revive la mística de los hermanos Aston “Family Man” y Carlton Barret, genios del dub de los Wailers. De hecho a Matías ya le echó el ojo Cordera para su banda, La Caravana Mágica. Todo puede entrar en la coctelera de El Chávez: en el disco (producido por él mismo junto a Guillermo Beresñak y co–producido también por Pablo Romero de Arbol) también participa (junto a una selección de talentos del Oeste y Montevideo) la cantante Eugenia Insaurralde, la esposa de Matías y madre de su hijita de 3 años, que probablemente tenga algo que ver con el tono positivo y luminoso de estas canciones.
El productor no se detiene: ahora se vienen los discos de Jaqueca (oriundos de Quiroga, un pueblito perdido, de apenas 2 mil habitantes), Andando Descalzo y Lombardo. Con el agotamiento creativo, humano y también comercial de varias de las bandas exitosas del rock argentino, la aparición de alguien como El Chávez también puede marcar un cambio de aire en una industria aletargada y en franca crisis comercial y artística. Y es que El Chávez, de algún modo, es un ejemplo de lo paradójico, promiscuo e impredecible que es el mundo de la música. Recuerdo haberlo escuchado explicar, hace varios años, que cuando se dio cuenta de que se podía sobrevivir un mes “comiendo polenta”, todo cambió para bien. Hoy, con una dieta que ya no depende de la polenta con pajaritos, El Chávez es un artista “pulenta”, que se anima a soñar con producir a Manu Chao (“para mí, Casa Babylon es como el Album Blanco de Los Beatles”), El Dante o al Indio Solari (“ojo que ahora me voy a vivir a Parque Leloir”, fantasea), pero que a la vez sigue poniendo el sello Yatay en cada una de sus producciones.
De Yatay también provienen la cuidada estética del disco (chequear el video de Monterrey) a cargo de Fernando Randl de Yicos. Difícil que El Chávez pierda la esencia: el regreso “especial” de Nuca tiene como única motivación “el placer de volver a tocar, y también hacerle un homenaje a Marcos, un gran amigo que tocaba en la banda y que murió”.
Pero así como El Chávez es abierto, también admite que puede ser un poco complicado: “No me gustaba Cordera, no le creía. De hecho, cuando empezamos a laburar había gente que me decía que me iba a volver loco, que era un demonio... Pero la verdad es que hicimos un laburo terrible, y me siento parte del disco que hicimos, hasta voy a tocar la guitarra en la banda. Es un tano jodón, me hace acordar mucho a Pablito Romero. Tienen un talento que los sobrepasa a ellos mismos. Vos lo ves a Gustavo tocando la guitarra y es de madera, pero se te pone hacer una canción y te saca algo de la galera que no podés creer”. El Chávez confiesa que no todo es perfecto: Cordera lo vuelve loco, sí, pero con Santaolalla: “Me gasta siempre con eso. Me dice: ‘Cuando ganes el Grammy, ¿se lo vas a dedicar?’”.
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