Jueves, 15 de julio de 2010 | Hoy
FLORENCE + THE MACHINE
Esta banda liderada por una misteriosa pelirroja de la que habla media isla británica va en ascenso vertiginoso. “Todavía me tomo el autobús, no uso tarjetas de crédito, me cortaron el celular y estoy bastante quebrada, pero tengo el trabajo ideal”, dice Florence.
Por Daniel Jimenez
La escena femenina inglesa no se había sacudido tanto desde la irrupción desfachatada de Joss Stone, allá por 2003. Rubia y de ojos claros, la jovencita blanca de Dover con el diablo de Aretha en el cuerpo se llevó puestos todos los rankings a fuerza de un retro neo soul con orientación FM (especialmente a partir de su segundo corte) y una voz poderosa y cautivadora para los 16 tiernos añitos que cargaba al momento del debut. Poco menos de una década después, una colorada indie, nacida en el sur de Londres en 1987 y de nombre Florence Welsh, parece ser la nueva reina: endiosada por la BBC, invitada en 2008 a los prestigiosos festivales de Glastonbury, Reading, Leeds y T in the Park (hoy es figura en los británicos Isle of Wight y Latitude Festival y el australiano Splendour in the Grass junto a Pixies, The Strokes y Richard Ashcroft, entre otros), su ópera prima Lungs de 2009 fue editada por un mainstream como Island Records y fue número uno en enero de este año en su país. Así es la actualidad de Florence + The Machine, la banda liderada por una pelirroja misteriosa de la que habla media isla.
Hija mayor de tres hermanos, Flo (así le dicen) es la nieta de Colin Welsh, viejo editor del Daily Telegraph y sobrina del comediante Craig Brown. De ese mix heredó la facilidad para contar historias con sutil ironía y su amor por las performances teatrales: por eso aparece sobremaquillada. “Siempre me gustó cantar, desde chiquita. Recuerdo que le solía cantar a mi abuela, que fue quien me llevó al coro de la escuela. A los 7 años cantaba en bodas familiares y hasta en algunos funerales, hasta que les pedí a mis padres que me pagaran lecciones de canto”, dice Welsh. Curiosa y extrovertida, entre lección y lección la pequeña Florencia tomaba clases de italiano y francés. “Al final del día, mi profesora me pedía que eligiera una canción, y siempre elegía Spooky de Dusty Springfield. Creo que ahí están las diferencias de mi rango vocal”, explica. Y es válida la aclaración.
Tanto su estilo como sus modulaciones –intrincadas, incómodas, distintivas– pueden tomar la forma beatífica de un ángel o la sensualidad primal del blues. Un encuentro de ensoñación con una joven Kate Bush con el aura de Patti Smith y el brillo de Aretha Franklin.
En escena, Florence habla del miedo y el terror como juguetes en la habitación de un adolescente: universo que ella abandonó hace apenas unos años, aunque asegura tener aún actitudes infantiles. “Como cuando bailé imitando a Beyoncé en un backstage de los premios de la New Musical Express frente a un espejo. Era una tontería... y al otro día todos los vieron en YouTube. Fue muy vergonzoso.” En sus shows abundan los payasos, las jaulas de pájaros, pompones gigantes y su clásica pintura dorada, omnipresente. Todo tiene una explicación: “En las fiestas de la secundaria, los proyectos de arte y los conciertos eran una sola cosa, por eso me gusta sentirme así sobre el escenario; trasladar ese espíritu. Es todo parte de un ritual y cantar puede ser extenuante. Amo la sensación de liberación que da el escenario. Es como tirarse sobre cientos de brazos y dejar que ellos te lleven por todo el lugar”, comenta Flo, quien a inicios de este año en medio de The Cosmic Love Tour se lanzó sobre la audiencia con un deforme vestido de red y se dio la trompa contra el piso. “No necesito que haya alguien para tirarme: necesito liberarme, nada más”, reconoce intacta.
Para entender el fenómeno de Lungs y de la propia Florencia hay que viajar hasta su adolescencia. Allí, con 17 años, Welsh comenzó a mostrar sus dotes en Florence Robot was a Machine, un espectáculo que consistía básicamente en su voz y... una máquina de ritmos. Y, como toda historia feliz, tiene un detalle azaroso que la hace invencible: en un show en un pub se cruzó con Mairead Nash, miembro del colectivo de DJs urbanos Queens of Noize, que paró allí a beber algo de casualidad. Enterada de su presencia y notablemente borracha, lo arrinconó en el baño y se encargó de hacerle saber a Nash que las casualidades no existen. Una semana más tarde, Flo fue invitada por QON para abrir las noches de su propio club. Su actuación convincente y su voz mágica no dejaron lugar a la duda: quince días después, Maired Nash era el flamante manager de Florence Welsh.
El pasaje de la soledad entre su amateur drum machine y su actual banda de siete músicos decantó para Florence + The Machine en una única obra producida por James Ford (Arctic Monkeys, Klaxons) y grabada en una sinagoga abandonada. En Lungs (“Pulmones”) conviven orquestaciones, cuerdas, sonidos espectrales, pianos, arpas, lamento gospel, percusión tribal y ruidos de metales que chocan entre sí con la mitología griega, literatura victoriana, patéticos ex novios y un concepto artístico que lo envuelve todo desde la cuna. “Mi mamá quería que vaya a la universidad porque siempre pensó que la vida es muy difícil y uno debe estudiar para poder enfrentarla. Ella tenía miedo de que yo pudiera sufrir por no aprender, así que me preparé para que algo sucediera. Y si algo iba a suceder, sucedería en Londres”, cuenta.
Como estudiante, la inquieta Florence armó distintos proyectos, como muestras e instalaciones, donde actuaba para acompañar su obra, hasta que se cruzó con Nash, y al año y medio largó las clases en el colegio de arte. Glastonbury la estaba esperando. “Amaría volver a la universidad”, dice Flo. “Recuerdo que solía sentarme en una esquina del aula con mi radio y dibujar en mi pequeño diario de caricaturas como si estuviera en la biblioteca. Aún no sé cómo no me expulsaron.” De Lungs, Florence + The Machine cortó seis canciones, siendo Hurricane Drunk el nuevo éxito en el Reino Unido. Algo inédito para una artista nueva.
Mientras sigue de gira por los festivales europeos, Florencia ya está preparando su segundo álbum con la ayuda del productor Paul Epworth, trabajo al que describió prematuramente como “más duro” y “más orientado a la ciencia” que su debut, aunque siga compartiendo su tiempo junto a su grupo de viejos amigos, que son los integrantes de The Machine. “Es una parte importante del trabajo saber que estamos llegando todos los amigos juntos a estas instancias de un sueño artístico, así que sólo tenemos que seguir haciendo lo que hicimos hasta ahora. Mi vida no cambió: todavía me tomo el autobús, no uso tarjetas de crédito, me cortaron el celular y estoy bastante quebrada en cuanto a plata, pero tengo el trabajo ideal. Me gusta cantar, me gusta bailar, aporrear los parches cada tanto y vestirme como quiero. Si encima alguien me paga por hacerlo, lo considero increíble.”
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