CRóNICA: NDE RAMíREZ EN FORMOSA
La banda formoseña está incómoda en todas partes: los miran raro en los boliches cuando aparecen con bombos legüeros y los apuran para bajarse del escenario cuando llevan distorsión a festivales folklóricos. “En ciertos ambientes se vuelve bizarro e intolerable”, dicen.
› Por Julia González
Perderse en la balacera de Retiro con rumbo litoraleño es saber que se está a punto de perpetuarse en el asiento por casi 20 horas. El horizonte peregrino es conocido: panchos, bolsos, un peso para la tele que consuela la espera, y esa voz en off (que fácilmente podría pasar a bingo) anunciando las partidas y las llegadas de los micros. El destino es Formosa, tierra de Nde Ramírez, banda que oficia como huésped para conocer su movida en el marco del decimotercer Festival de la Caña con Ruda.
Llueve tercamente y en la ruta habrá tres choques. Por eso, en medio de la noche, el micro se estanca y la soledad negra del derrotero semeja el comienzo de una película de suspenso. Pero el tránsito se recompone. Mejor no saber si hubo muertos. Ya en la terminal formoseña, Jay Ramírez, baterista de la banda, se presenta y saluda a los visitantes. Entregados hace rato a la aventura, y con el estómago vacío, fotógrafo y cronista del NO se clavan un café con leche en un bolichón de por ahí. “Son dos besos acá”, dice serio Jay y se señala una mejilla y luego la otra. Dos besos entre mujeres y hombres. Porque entre los hombres por lo general se dan la mano; y si hay mucha confianza, un beso en una sola mejilla. Camuflándose ya entre las costumbres, donde más tarde se aprenderán algunas palabras en guaraní, la lengua originaria de Paraguay, se va presentando sola Formosa.
Se sabrá, por ejemplo, que nde significa “tú”, segunda persona del singular. Por eso, Nde Ramírez, colectivo que fusiona el folklore litoraleño con rock, ambos estilos inevitablemente heredados, cambiaron el The, por el Nde. “Nde Ramírez tuvo un giro en el nombre a partir de varios motivos. Primero era en inglés, haciendo el guiño a la influencia foránea, y nos calzaba justo. Pero el tema de que sea en inglés tuvo un par de comentarios que me afectaron un poco”, cuenta Marcos “Ayi” Ramírez, guitarrista, cantante y conductor de esta movida.
La puerta de calle del centro de operaciones de la banda invita a pasar a través de un calco que dice “Bienvenidos al Bº Villa Jardín, donde nadie se enoja”, justamente el nombre de su primer disco. A simple ojo, este cordial recibimiento pareciera estar abriendo las puertas a un mundo zen y pacífico de buena onda. Pero no es ése el significado. La referencia es a la desidia que producen las injusticias en un pueblo donde, una vez pasada la bronca, los habitantes se olvidan y las cuestiones fuleras van apilándose cual basurero. Eso es lo que explica Marcos, formoseño de ley comprometido con la Pachamama y con el Pombero, el más rockero de los personajes de la mitología litoraleña. “El Pombero toma caña, fuma cigarro, te roba la novia, es el que viene a rockearla un poco, viene a dar un poco de rebeldía, no es sumiso. Es una metáfora que se utilizó para ilustrar esta personalidad rocker guaraní que tenemos nosotros. Somos rockeros y pomberos”, se proclama Marcos.
Los personajes de la fauna formoseña se suceden. Van saludando con doble beso el flautista, el cantante, el bajista, el Negro Franco, que lo presentan como el Bukowski negro y quien advierte que Formosa es estar en la época de los federales y unitarios, pero sólo se ven los gauchos. Antes de entrar al último ensayo del día, Marcos hace entrega de lo que reunirá esta noche al pueblo formoseño: una botella de Coca-Cola abarrotada de caña con hojas de ruda. En la calle hay tantos puestos que venden esta espirituosa bebida a tres pesos, como los que ofrecen bolsas de chipa.
Sobre la mesa del estudio hay unas hierbas locales que invitan a fumar. “Hacemos una pasada de las canciones y ya estamos”, dice uno de ellos. Se meten once monos en una sala en donde no cabe un alfiler. Ramal, el único lugar que había en Formosa para tocar rock, fue cerrado hace unas semanas, no se sabe por qué, ni tampoco cuándo volverá a abrir. Los estuches de los instrumentos que descansan en el estudio son rígidos. Eso explica sus constantes éxodos, tanto a Buenos Aires como a Paraguay, Santa Fe y Corrientes. Dicen que tienen una respuesta impresionante.
La caña con ruda es el remedio de los pobres; barato y fácil de conseguir. Cuenta la tradición litoraleña que para pasar agosto, el mes más frío del año, hay que tomar siete tragos de este brebaje el primer día del mes. Así se ahuyentan los demonios de las enfermedades y los malos espíritus. A la noche, los pasos son hacia el Sol de América, el club en donde se festeja la Caña con Ruda. Las mesas están reservadas por familias y las sillas, dispuestas en filas. Aunque todo el mundo se pare a bailar, nada se desordenará con el correr de la noche. El presentador, hombre de palabra fácil y elegante poncho al hombro, una copia bastante fiel de Claudio Orellano (¿queda mal si decimos “el gordo que trabajaba en Crónica”?), mira cómo un grupo de chicos Sub-13 baila una chacarera.
Arenga, agita a sus pichones que, dice, acunan el folklore en su corazón. Acorde con su lengua afilada, el presentador promete más música, más ballet, más de todo. Un cantante local toca Balderrama, y por allá se mueven en círculo unos pañuelos blancos, guiados por muñecas privilegiadas. Cuando faltan diez minutos para las 12 de la noche, se corta el baile y la música. El cura ya está listo para bendecir la panacea alcohólica. “Caña con ruda, si te cura, yo no sé, pero te alegra el corazón”, dice el párroco desde el escenario, que alterna castellano con guaraní en su discurso. Todos se levantan de sus sillas con las botellitas en alto. “¿El cura estaba a favor del matrimonio igualitario?”, quiere saber esta cronista, y un formoseño asiente con la cabeza: “Si es medio vago éste”. El público besa las petacas y aplaude las palabras cristianas. Dicen que la caña aleja el mal que trae la tristeza.
Llega el turno de esta familia musical conformada por los Ramírez. Tuneados con sombreros de paja y pilchas de colores, copan el escenario. Empiezan su repertorio a puro folklore-rock, pero el público está perplejo. No baila. Está estaqueado en las sillas y mira atento como si estuviera asistiendo a un número defectuoso. Algún que otro viejo aplaude la propuesta del colectivo que canta en favor de la Tierra y en contra de los ladrones del verde y de la televisión que estupidiza. Un par de borrachos son los únicos que bailan abajo del escenario. Un rato antes, uno de ellos había venido a pedir que le regalaran una petaca de caña.
La banda toca una canción tras otra, como trompada de loco, porque al tercer tema el presentador comienza a echarlos del escenario. Nde Ramírez apunta sus instrumentos y calla a la lengua bífida. La distorsión de las guitarras, y la propuesta jugada de esta banda, es un choque brusco para una entidad estructurada. “Estamos subidos a un barco que tiene como argumento el folklore, pero también el rock; y ese cruce, en ciertos ambientes, se vuelve algo bizarro e intolerable. Pero también es un desafío aun mayor”, dice Marcos.
Nde Ramírez sigue con la performance. El Negro Franco hace su show. Recita y conversa con Eduardo Karothy, cantante, que está vestido de Superman, a punto de luchar contra dos malambistas que zapatean violentos con la mirada recta y pendenciera. En este contexto, los zapateadores representan a lo más rígido del folklore. “El desafío es seguir tocando y seguir invadiendo espacios. Y así como hemos tocado en boliches con bombos legüeros y zapateadores, y se ha tolerado, el desafío sería ir con batería y guitarras eléctricas a los festivales folklóricos y que también se tolere”, cierra categórico Marcos. No hay señales de que este grupo de locos reclutados en su provincia se bajará del colectivo.
* Nde Ramírez toca el miércoles 22 de septiembre en el Jazz Daniels del Roxy Live Bar (Niceto Vega 5542) y el domingo 26 de septiembre en el Festival Summar 2010 en el Anfiteatro del Parque Centenario.
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