Jueves, 2 de septiembre de 2010 | Hoy
EL GOBIERNO DE MACRI MIDE EL IMPACTO DEL POGO EN RIVER
Primero se llevaron a los borrachos, pero a mí no me importó porque yo no era borracho. Enseguida se llevaron a los autos mal estacionados, pero a mí no me importó porque tampoco era auto. Después detuvieron a los decibeles, pero a mí no me importó porque yo no era decibel. Ahora vienen por el pogo, pero ya es demasiado tarde.
Por Federico Lisica
Puede que las placas tectónicas debajo de la cancha de River Plate hayan sentido un picor casi una década atrás. Más exactamente el 15 de abril de 2000, luego de que el Indio Solari apretara los dientes, extendiese una ñ más allá de lo concebible, y la viola de Skay arremetiera con el estribillo del autodenominado “pogo más grande del mundo”. Cinco años después, el área de Sismografía del Observatorio Astronómico de La Plata captó vibraciones similares a los festejos tras un gol en el Estadio Unico. Pero no había sido por obra tripera o pincharrata: el culpable fue el cantante calvo –ahora en plan solista– y los miles de saltos de miles personas al escuchar Ji ji ji en vivo. Las llamadas telefónicas de vecinos, inquietos por los temblores en ventanas y lámparas, junto a las oscilaciones de edificios altos, fueron la cuota insólita de aquella jornada rockera.
Con la mudanza de barrio, las crónicas sobre el tema han tomado un color distinto (¿amarillo y negro?). Noticias sobran desde hace un tiempo, fueron cubiertas en estas páginas y se ven amplificadas por las jornadas inminentes de espectáculos. Que sí, que no, hubo clausuras de espacios para shows, relocaciones de los mismos en disputa, fiscales de puño férreo, asociaciones vecinales en estado de alerta, informes técnicos lapidarios y malestar en las productoras de shows. Ahora el entuerto tiene un nuevo protagonista: el pogo. Movimiento en el ojo de la tormenta (perdón, no hay metáfora sísmica atractiva), uno de los grandes males a combatir por varios vecinos de Zona Norte y herramienta publicitaria acorde con la alicaída gestión del Gobierno de la Ciudad.
“No hace falta ser pro, sólo tener experiencia en recitales en campo”, decía el mensaje que comenzó a circular desde el fin de semana en las redes sociales, solicitando pogueros probos. ¿Para qué? El próximo 8 de septiembre se llevará a cabo un muestreo de resistencia de suelo en el estadio de River Plate. Diego Santilli, ministro de Ambiente y Espacio Público, se sorprendió de la alta respuesta femenina a la demanda. “Vamos a simular un poco en escala reducida para ver si con un nuevo piso se puede atenuar el impacto sobre los edificios de alrededor”, señaló el funcionario en Twitter.
Los 200 seleccionados recibirán guías para poguear sobre dos prototipos de campo de 36 metros cuadrados (un mitigador de origen textil y el otro con amortiguadores inspirados en la industria automotriz). Para probarlos se harán saltos coordinados, al parecer, a partir de un abrazo masivo. La experiencia intentará disipar dudas, tras la encendida de luz roja del vibrador poguero con el estudio del ingeniero Jorge Linlaud –encargado por vecinos– y realizado durante la última visita de AC/DC.
Linlaud declaró que las vibraciones se encuentran “17 veces por encima de los valores máximos permitidos”, habló de “mareos, vómitos y malestares, ataques de pánico”, y se refirió a un muerto por el desprendimiento de un estadio en Colombia. El Anexo 1 de su estudio, presentado como concluyente, copia y pega párrafos de Wikipedia para describir el origen del temblor: “El baile denominado pogo”. Leer en un informe técnico a Sid Vicious, “emociones sobrecargadas” y géneros como el trash metal o el crust, produce convulsiones ídem a las que padecerían los habitantes de Núñez.
Otra evaluación, solicitada por la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad y que tomó como parámetro los recitales de AC/DC, Metallica y Coldplay en el mismo estadio, no llegó a tal extremo. El informe determinó que hay un problema real con la amplitud originada por los saltos. Echale la culpa al pogo y a sus ondas de hasta tres kilómetros que afectan a los edificios de entre diez y doce pisos de altura. En algunos casos, la vibración es bastante superior a la tolerable por las condiciones de confort establecidas.
Para este nuevo testeo, el municipio trabajará en conjunto con T4F, productora que ha contratado a la Facultad de Ingeniera de la UBA para la medición. Desde la empresa señalan que esperan contar con los resultados en 30 días y aclaran que, “como todo experimento científico, no es ni el último, ni es el definitorio”.
Historia del p(r)ogo
Si fuésemos puristas, técnicamente –atención ingeniero Linlaud y funcionarios– no estaríamos hablando de pogo sino de una marea humana gozando a su modo de un espectáculo masivo. El pogo no se trata de un baile sino de un movimiento corporal que le debe su nombre al pogo stick, ese juego anglo para niños que consta de un palo con un resorte y una base para apoyar los pies. Su origen, ciertamente, data de la escena punk y ska inglesa que promovió la liberación y reacción contra el orden establecido en varias formas: una de ellas fue el cuerpo. A varias bandas del género se les adjudica la promoción del salto en el mismo lugar (The Pogues, Gang of Four y más). Su hermanito ya es mayor de edad: se llama mosh, y emergió del hardcore norteamericano. El cantante de Bad Brains, H.R., hablaba de “mash”, de juntarse y dejarse llevar por la música, unos con otros en masa, mejor. Su fonética jamaiquina derivó en el “mosh” (expresión que tiene sus anti declarados como Billy Corgan de Smashing Pumpkins e himnos contrarios como The Safety Dance de Men Without Hats) y es lo que mejor se aplica a los recitales argentos. Pero lo cierto es que en el rock vernáculo se habla de pogo a secas.
Pilsen le ha dedicado Pogo en el ascensor; un erudito en el tema como Ricky Espinosa de Flema compuso Pogo, mosh y slam y Ella baila pogo; y los Babasónicos ofrendaron su Malón con ese “revolcarse entre la gente”. Además tiene sus ritos, como el mencionado record ricotero y el particular circle pit en los shows de Arbol (¿la sentada pit?).
¿Keith Richards te mandó de un guitarrazo a hacer stage diving? ¿Has quedado con migraña por headbandear en un show de Almafuerte? No hay preguntas de esa índole en el casting preliminar para los pogueros “profesionales”. Hubo, sí, que especificar la edad y el peso. En base a dichas variables, 200 elegidos serán los responsables por la habilitación total de la cancha para los shows de Bon Jovi y Jonas Brothers y sus hordas –histéricas, seguro; pogueras, se verá– de público. La promotora de ambos shows es, justamente, T4F. Irónicamente, en el contestador de la empresa suena Hard as a Rock de AC/DC y La ciudad de la furia de Soda Stereo.
Es muy temprano para saber si el “pogo pro” sentará jurisprudencia en festivales futuros o si, habiendo visualizado “el problema”, se aumentarán los decibeles a un nivel acorde con recitales masivos (recordar el irrisorio 95 de tope en uno de los últimos Pepsi Music). Teniendo en cuenta los vaivenes con los espectáculos masivos de la gestión, sumado a su política en lo referente al cierre de locales nocturnos (la cruzada Salí Seguro los sindicó como focos infecciosos), y las listas negras a alumnos secundarios, el pedido de pogueros vía Internet sorprende, no disipa dudas y queda envuelto en el manto de ardid mediático. Lo que pudo confirmar el NO es que se descartó la idea de un DJ. Se entiende: Pappo hubiese surgido de las entrañas del estadio con su Harley.
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