THE PERONISTS, AMIGOS DE KIRCHNER Y LOS FUJIMORIS
ESTOS TRES GRUPOS CON NOMBRES DE PRESIDENTES ADVIERTEN LOS NOTABLES PARALELOS ENTRE EL MUNDO DEL ROCK Y LA POLITICA. “EN EL ROCK TAMBIEN HAY FASCISTAS. NO PUEDO CREER LO SEPARATISTAS QUE SON LOS ROLINGAS, POR EJEMPLO”, DICE THE PERONISTS.
› Por Luis Paz
La del rock debería ser una política de verdad, al modo en que Depeche Mode la definió en su álbum Violator: “Ahora que no estás satisfecho con lo que te han hecho pasar, es tiempo de pagar el precio de no escuchar sus avisos, y decidir siendo joven tu propia política de verdad”. El rock, espiritualmente, es materia de juventud; y la juventud, materia de puesta en duda. No se trata de extender aquellos “¿y por qué?” de cuando teníamos seis años, pero sí los cuestionamientos propios del momento en que una decisión política, una opresión institucional o un desaire familiar nos extirpan para siempre la inocencia. Inocencia que, por estos días, se va cada vez más pronto, hoy que la estructura familiar puede deshacerse instantáneamente por la pérdida de un puesto laboral y que las publicaciones infantiles venden en lugar de compartir conocimientos. Hoy, la indefensión contra la hostilidad del mundo aparece más pronto. Y el rock, en ese sentido, ha sabido ser un escudo de verdad desde el momento en que te acompaña al tirarte en la cama y subir el volumen para no escuchar los gritos de tus viejos en la cocina.
En este contexto no se puede ser inocente. Que los personajes de las tiras infantiles tengan nombres como Charlotte no es inocente. Que tu dentista recomiende Sensodyne no es inocente. “Chavizar” las tomas de escuelas no es inocente. Y que las bandas convocadas por el NO se llamen The Peronists, Amigos de Kirchner y Los Fujimoris, claro, tampoco lo es. Federico Sánchez Randall de The Peronists, Guillermo Masse de Amigos de Kirchner y Juan Torres y Leandro Sánchez de Los Fujimoris decidieron dar esos nombres a sus bandas –junto a sus compañeros de grupo– no por la fonética o una simple ocurrencia sino como un modo deliberado de provocar mediante el uso de la ironía política. Si el rock sufre tiempos de avance opresor, desde el rock se debe responder sin inocencia y con espíritu joven.
“Los Fujimoris tienen dos años como banda, surgimos justo cuando lo sentenciaron y nos tuvimos que morfar puteadas en shows y por Fotolog de un pibe que se había cebado con nosotros por ese nombre”, comenta Leandro, bajista de la banda. El nombre de la banda apareció espontáneamente cuando intentaron pensar uno que los unificase como grupo, pero que tuviera un rasgo principalmente irónico. Cuando apareció Los Fujimoris, en el primer intento de bautismo, no hubo revisiones: era ése. Aunque esa carga irónica (“Fujimori es un personaje desagradable”, dicen) les hizo ruido a quienes dicen tener una posición política más cerrada y que entienden al humor como nimiedad, falta de respeto a la real militancia y, en ocasiones, hasta como una aberración.
Salvo que seas Jello Biafra, de los Dead Kennedy’s, elegir nombres como el que estos jóvenes rockeros prefirieron vale así más de un conflicto. “No sólo fueron los Kennedy’s, ha habido bandas punks españolas que en el post-franquismo salían a tocar vestidos de Hitler. Amigos de Kirchner estábamos cansados de las bandas políticamente correctas y del modo amable de entender al arte y al rock. La idea fue cambiar de nombre cada vez que cambiase el presidente, pero Amigos de Fernández daba muy banda de rock del Oeste, así que mantuvimos el Kirchner”, señala Guillermo. La primera nomenclatura del grupo fue Amigos de Videla, porque también buscaban el cruce entre ironía y poesía y les parecía muy poético: “¿Cómo un hijo de puta como Videla va a tener amigos?”. Pero enseguida, para no quedar pegados a pensamientos fascistas y represivos que no profesan, cambiaron por el actual. Y hasta hacen fechas como FrePaSo, Amigos de Corach, Amigos de Kohan y otras variantes. Lo de Federico, único The Peronists y tucumano devenido trotamundos a partir de su música, fue simplemente tomar algo que rondaba el aire: “En este país era imposible, una boludez, que no hubiera una banda The Peronists”. La explicación es tan reveladora como contundente.
Cualquiera de estas bandas podría haberse llamado The Mickeys, Amigos de Minnie o La Estratosfera Rock’n’ Roll, pero no. Coinciden en que, en este momento, el rock podría recobrar su condición política. “Pero ojo: que la banda que piensa sólo en las groupies también está mostrando una posición política”, aclara Guillermo. “Decimos que es necesario en el under porque, en el mainstream, cada artista representa a ciertos segmentos sociales”, se suma Federico. Y mientras deja sobre la mesa de pool el taco, Juan intercede con que “el rock aporta puntos de vista. Tal vez no colabore con la revolución directamente, pero sí al oponerse a la opresión del modelo”.
“Si me llamo The Peronists, tengo que hacer una música popular. Pero veo que todo el mundo es peronista y, sin embargo, son distintos. Cada tema mío debe ser distinto, entonces. Para componer me baso en mi construcción sobre el peronismo, en cómo me atraviesa”, cuenta Federico. Guillermo advierte: “Pero hay peronistas progres, gorilas, antiperonistas y a todos los sobrevuela la figura de Perón”. “Sí, pero en el rock también hay fascistas. No puedo creer lo separatistas que son los rolingas, por ejemplo, que son anti cumbia, anti electrónica. A veces es más peligroso el pensamiento de las escenas y los públicos que si una banda se llama Los Videlas”, responde el tucumano, que ha tocado en festivales independientes europeos compartiendo cartel con Faith No More y 2 Many DJs “sin que nadie fuera a la otra carpa a gritarle ‘puto’ a nadie”.
Llamar “rock político” a lo que hacen estas bandas sería injusto. En primera instancia porque no hacen una bajada de línea directa. Y luego porque toda creación tiene un sentido político. Si bien toda conducta humana está atravesada por la política (el precio de fumar un cigarrillo es una decisión política, por ejemplo), no necesariamente influye en quien la hace con una toma de posición política. Pero estos músicos sostienen que, desde el arte, además, se expresa una actitud orgánica, sea hacia el establishment, hacia el cambio de statu quo en puerta o hacia una total utopía. “Ir a tirarle huevos a Videla está perfecto. Pero, ¿por qué eso se puede y a Charly no lo dejaron tirar muñecos desde un helicóptero cuando quiso recrear los ‘vuelos de la muerte’? ¿Por qué hay que quedarse con la denuncia políticamente correcta en el arte?” Dice Juan: “El arte es una representación de la existencia, y la existencia es pura política”.
En la Argentina, el rock y la política se relacionan de diversos modos. La mayoría ya han sido estudiados por el NO, como los casos del Rock & PRO, los festivales oficiales, la relación entre estética y política, y la larga historia del rock en la Casa Rosada. Pero rock y política, en este país, se relacionan también de un modo figurado: así como en torno de la figura de Perón se ha planteado la dicotomía posmoderna entre peronistas y antiperonistas (hoy son peronistas progres contra los gorilas y peronistas conservadores), el rock ha tenido su Soda contra Redondos, su rock barrial contra nuevo rock (que salió de barrios, ¡qué tanto!), sus “caretas” contra “pulentas”.
Y, a la vez, el rock local es bien personalista: Charly, Spinetta, Nebbia y Pappo son figuras centrales, frente al pragmatismo y la propuesta integral de los movimientos del rock argentino. “Puede tener que ver con que, en otro momento, en el rock había una situación de comunidad, con bandas que se mezclaban con artistas plásticos, escritores, periodistas, y pujaban por un modelo en común. Hoy el rock es el mercado de las superestrellas”, aventura Guillermo. Federico amplía con que “el rock es un negocio”, y bajo esa condición hay cosas que no se morfa: “Cualquiera que me hable de cambiar el mundo mientras está metido en una industria con un sistema de producción que explota a mucha gente, como es la música y sobre todo el mundo del espectáculo, está en una grosera contradicción”. Juan, sin embargo, hace una distinción: “El arte moderno siempre ha funcionado estando pago por los Estados, la Iglesia o la burguesía: los pintores y dramaturgos. Es digno entender tu banda como un laburo y cobrar por él, lo malo es aceptar la explotación de los sellos y los bolicheros”.
En ese contexto de rock con apellidos más que con ideas o modelos de país (algo similar a lo que ocurre con los exponentes políticos), aparece un entretenido juego que deja los tacos y a la bola 8 olvidados en una mesa del bar La Academia, de Congreso. Se da cuando Guillermo analiza “este momento de decadencia política, donde de Macri no se sabe qué carajo hace o qué virtudes tiene para ser jefe de Gobierno, pero ahí está; es como Wanda Nara en la televisión”. Se desatan las comparaciones. La polémica lista final, armada en conjunto por los cuatro músicos, define a Claudia Puyó como la Lilita Carrió del rock (“¡es igual!”, gritan), a Charly como el Perón del rock, a Spinetta como “el Yrigoyen o el Alem” (hay dudas) del rock y a Fabiana Cantilo como “la Monica Lewinsky del rock”. Un rato después aparecerá que “¡Grinbank es el Alfredo Yabrán del rock!”.
Juan recuerda que cuando comenzó a hacer música quería pertenecer a una vanguardia que pujara desde el arte por un cambio. Se encontraron con que quisieron hacer una fecha con una banda que ha cobrado cierto renombre y que les pidió mil pesos para tocar con ellos. En algún sentido, es algo similar a lo que sucede con los punteros políticos: “Fue como decirnos que en Morón mueven 10 mil votos y que había que pagarles”, equipara Leandro. “Hoy no encuentro una banda con la que comparta ideológicamente”, lamenta Juan, el guitarrista de esta banda instrumental del sur conurbano. Guille los acompaña: “Allí es donde el rock debe ser militante contra los vicios del rock. Perdón, pero no puedo pensar en los rockeros todos juntitos de la mano, no me sale y me embola muchísimo”. Algunos otros casos de relación estúpida entre una banda y su electorado son: “Cuando termina de tocar una banda y se va su gente, sin importarle las que tocan en la misma fecha; los problemas de cartel; y los celos si a tu banda la corean más”.
Por supuesto, en eso también aparecen punteros. Dice Leandro: “Siempre hay un puntero en tu banda, el que te trae su grupo de amigos. De repente mirás y decís: ‘Qué grosso, nos trajo diez personas’”. ¿Cómo se le paga? Claramente no bajándole planes sociales, una idea bien extendida en la población acerca del clientelismo político, pero tampoco de un modo muy distinto: “Compartís un par de cervezas con el loco, mínimamente”, dicen.
“¿Cuál es el sentido de la militancia en el arte?”, repregunta en un momento Guillermo. Se refiere a las acusaciones de levedad acerca de lo que una canción o un libro pueden aportar en miras de un cambio cultural de base. “Para aportar en un cambio de paradigma, al parecer, sólo lo podés hacer con un fusil en la mano”, ilustra. La acusación es tan liviana que se cae cuando uno pasa a mencionar casos como los de la Fratac o Mascaró Cine Americano, de arte militante en verdad. “Si hasta hubo curas militantes de verdad y en la revolución cubana estuvo Silvio Rodríguez como comunicador de las ideas de la revolución”, menciona Guillermo.
La Iglesia es otra de esas entidades opresoras a las que el rock ha vivido oponiéndose. Pero la pregunta que sobrevuela esta charla es por qué en el tercer mundo la Iglesia también debe ser conservadora, cuando hubo curas que se la bancaron jodidamente, con laburo de base, o como los que hoy se oponen a condenar la homosexualidad en contra de la institución. Juan analiza que lo que hay que ver es que “la Iglesia, más allá de la fe de las personas en algo divino, es una creación humana, como los partidos políticos o como el rock, y está viciada y es corrupta, como hay bandas corruptas y políticos corruptos”. En definitiva, el rock también ha sido una herramienta de liberación devenida en herramienta de opresión social, cuando replica fórmulas, cuando no cuestiona, cuando no alerta, cuando ni siquiera provoca. “Dejarte el pelo largo y drogarte eran actos políticos también, no todo es facha y reviente”, menciona Guillermo. De hecho, a Spinetta lo echaron de una agrupación de base por querer fumarse un porro.
De hecho, es más: en el viejo hampa de los bandidos urbanos con cojones, para asaltar un banco y repartir el botín en una villa no se permitía consumir drogas, ni tener sexo los días anteriores a un gran golpe, y los que participaran del hecho debían entrenar un mes, salir a correr. Códigos viejos y perdidos. En la guerrilla revolucionaria, las restricciones eran las mismas. Inevitablemente, el tema drogas es, en el ámbito del rock, también tema político. Juan evalúa que, “en definitiva, la droga no es más que droga y hay espacios donde no tiene sentido. Las drogas apuntan a una revolución pasiva y reflexiva, espiritual y mental”. “¡Claro!”, salta al toque Guillermo, que dicta la fórmula: “Usalas, crecé, explotá tu talento y aportáselo al mundo. Ahora, si le das merca a un batallón... bueno, a la vista están los resultados”. ¿Soldados yanquis empastillados invadiendo?
“La droga no debe ser para terminar revolcándote en el suelo. En muchos casos, es la vía para una revelación que te permita ver un ideal diferente y actuar consecuentemente”, evalúa Federico, quien fue literalmente rajado de su casa cuando sus padres supieron que fumaba porro. “Por hacer rock, frente a los viejos nosotros somos anarquistas, putos y drogadictos”, lamenta Juan. O como en definitiva señala Guillermo: “Somos posmodernos”.
En los últimos meses, la Argentina avanzó en materia de redistribuciones y reivindicaciones, con ciertos hechos puntuales: pasó con la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, con sus matices aún no explicados, y con la Ley de Matrimonio Igualitario. “Si cuidás y aceptás a los gays, estás cuidando al amor y está buenísimo. Si cuidás que no se aborte, estás cuidando una vida, entonces es más jodido. Si cuidás que no se fume faso, estás cuidando la salud pública, lo que vuelve todo mucho más complejo”, analiza Guillermo la inacción política en torno de ese tema, aún post–fallos despenalizadores de la Corte Suprema sobre el consumo y el cultivo para uso personal. “Es insólito”, reclama Federico: “Trabajo, estudié y hago mi aporte cultural, pero no me puedo fumar un porro en este país”. Los Fujimoris guardan lillos y picadores en sus cajones, “y nadie tiene por qué revisarlos”. “En las familias de los Amigos de Kirchner se drogan todos”, bromea Guillermo, a risa suelta. “No, en serio, está todo bien: ni fuman, pero entienden que lo hago consciente y respetuosamente. Se trata de libertades y entienden que hacemos música, y en particular rock, como ejercicio de nuestras libertades.”
Ah... libertad. De eso se trataba el rock. Ninguno de estos músicos es líder de venta. Ninguno agota entradas de recitales en grandes escenarios. Pero manifiestan su propia política de verdad. Tienen veintipico de años y, sin embargo, más de un político sesentón debería aprender de ellos sobre conducta cívica. Los paralelos han quedado trazados: de los nariguetazos en el Congreso al picador de faso en un cajón, de los punteros políticos a los fans movilizadores de nuevos fans, de la opresión de la Iglesia a la opresión de los bolicheros. Es menester, como jóvenes sujetos de acción política, que ustedes lectores, ustedes músicos, nosotros periodistas y todos ciudadanos, apliquemos a la verdadera política del rock: la de la verdad y la oposición a la opresión. Es eso o que nos vayamos todos.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux