AGUAS(RE)FUERTES
› Por Julia González
El ministro de Cultura, Hernán Lombardi, comentó en Twitter lo bien que había estado el concierto de Esteban Morgado en Roma el domingo pasado, y colgó una foto donde estaban abrazados. Al día siguiente de su hermosa noche tanguera, y en simultáneo con lo que estaba sucediendo en las puertas de la Jefatura de Gobierno, tweeteó por las dudas: “La orquesta sinfónica de Salta en el Anfiteatro de Parque Centenario. Cultura en primavera”. Mientras tanto, en Buenos Aires, unos cien músicos y autoconvocados se reunían en la puerta de la Jefatura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. La semana pasada, un grupo de amigos de Facebook (la fotógrafa Lula Bauer; una de las creadoras de Sonido Ambiente, Carla Sanguinetti; y los músicos Fer Isella y Pablo Dacal) estaba desvelado y online, y comenzó a contarse sus penurias: que a uno le clausuraron un concierto por las medidas preventivas de Macri a raíz del derrumbe de Beara, que los precios de los boliches y la eterna persecución a la música en vivo. El reclamo es concreto y tiene tres puntas: la reglamentación de la ley de régimen de concertación para la actividad musical, aprobada hace un año y medio, pero aún sin reglamentar; el pedido de no al cierre de espacios de conciertos y a la persecución de la música en vivo; y por la aprobación de la ley del régimen transitorio de clubes de música. Sin esta ley, los clubes con permisos transitorios quedan sin habilitación. Todo esto está en el inconsciente de los que están en Avenida de Mayo al 500. Pasan los colectivos llenos de turistas con gafas y sombreros de paja. Rubios excursionistas en perfecto city tour cogotean para ver qué pasa con este grupo de gente con guitarras al hombro. Hay caras conocidas: Bicicletas, los hermanos Ezquiaga, Ezequiel Cutaia, los chicos que llevan adelante el Club Cultural Matienzo, Estamos Felices, Lolo de Miranda!, Andrea Alvarez, Liliana Herrero, Springlizard, Valeu, Lucio Mantel, Tomi Lebrero, fotógrafos y periodistas. La Cumparsita es un buen comienzo. La presencia de Liliana Herrero es una excusa para mechar algo de folklore y tocar Lunita tucumana. “Qué bonito, loco, qué linda la música”, dice uno mirando al cielo mientras entona Sólo se trata de vivir, de Litto Nebbia. Lolo sin la guitarra baila, canta e imita los graves de Nebbia. “¡La música es lo más!”, grita y arenga para que todos bajen a la calle. Lo siguen. Allí algunos levantan los brazos como entonando una serenata para los que están adentro. Un 64 les pasa finito. “Estoy rodeado de viejos vinagres, Macri es el peor”, cantan con furia, pero siempre manteniendo la nota. Un pibe con remera de Pez baila frente a los policías, mueve sus caderas como si estuviera sambando. Los policías no se molestan, miran cruzados de brazos. “Lindo, ¿no?”, le dice una chica a uno de ellos que está como una estatua. “Sí, viene bien un poco de música”, contesta el poli. Se arma un barullo en la puerta de la Jefatura. “Hablé con Lombardi –cuenta Isella–, y ellos nos van a atender.” Willy González Heredia, coordinador general, recibió a Dacal y a Isella. “Este tipo no sabía ni quién era Liliana Herrero, cosa que es un gran paso para atrás porque ya se estaba hablando con Lombardi”, cuenta Isella desilusionado. Y si no hay respuesta, el lunes todos de nuevo a cantar. Desde la calle corean Y dale alegría a mi corazón y tres policías en la esquina desvían el tránsito, no sea cosa que suceda una desgracia.
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