LOS VIDRIOS AMAN QUEBRARSE, DE GABRIELA SAMBUCCETTI
Poetisa y música suburbana que sale a buscar imágenes para delinear un mundo cercano, feroz y mágico. Cuidado: tiene superpoderes.
› Por Federico Lisica
Gabriela Sambuccetti no necesita sesiones espiritistas o máquinas ectoplasmáticas. Denle una lapicera y cual médium invocará las energías que andan dando vueltas (después las ayudará a ocultarse). Es que la autora de Los vidrios aman quebrarse asegura ver poesía en cada objeto vivo o inanimado, en un recuerdo, en un trabajo, en las charlas con amigos: siempre. “Me gusta que aparezca esa figura, una capa, algo que no es claro; juego con eso”, detalla. Pueden ser cráneos que ruedan por oficinas, fantasmas sepias insistentes, señoras que limpian los baños para nadie o una “vieja enferma chupando limones”. “No me gusta revelar tanto los poemas –dice–, tengo presente el sentido y quiero ocultarlo un poco. Me sale mejor no ser evidente. Creo que me podés encontrar en el libro, pero tampoco. Es como describir las imágenes que tuviste en un sueño, una aparición, no sabés bien qué es lo que viste, pero ahí está”, musita y por lo menos, todavía, no se esfumó frente al grabador. Tal vez haya voces en la grabación. ¿Quién sabe?
En su prosa, hay algunos –pocos– fantasmas amigables como Casper (“es el éxtasis de un árbol en el campo”) y otros son invocaciones provocantes (“conozco las huellas de los monstruos”). Y si Karl Marx hablaba de uno que recorría Europa, por momentos Gabriela se deja crecer una barba imaginaria y hablará de “máscaras burguesas”. “La literatura es una mentira, es un rasgo; y cuando escribo, siento que me libero de las hipocresías de la vida cotidiana –apunta sin grandilocuencia–, aunque en realidad escribo para ser feliz, no tengo grandes ambiciones en ese sentido.” En ese viaje, Gabriela deja rendijas para espiar. De hecho, los veintiocho poemas de su obra no tienen nombre, salvo uno, que se llama –seca pero pensadamente– Libro. “Soy tu cazadora”, se presenta.
Desde adolescente, visita a una amiga de su abuela, quien le hizo conocer poetas franceses y le enseñó a respetar los ritmos y silencios. “Veo mucha similitud entre la música y la poesía, está muy presente cuando escribo, en dar con la palabra en el momento justo, algo que te golpea.” Por si quedan dudas, Gabriela es bajista. Tocó con Diego Billordo, lo hace en ese experimento denominado Lavarropas de Tambor Horizontal y anda preparando dos dúos. Todavía está fascinada por el despliegue de Les Claypool en vivo, aunque aclara que su estilo sobre el escenario es menos extremo. “Desde la reserva, capto y llamo la atención, estoy a un costado y no es que pego saltos. Toco. Hay gente que me ha dicho de la mirada, creo que la sensibilidad da peso ahí arriba”, arroja. Y si Gabriela se va soltando, su escritura también mudará. Bueno, se niega a dar el nombre de su segundo libro, pero suelta algunas pistas: “Es mucho más crítico sobre el día a día, tomo una posición más firme, y también está abierto más al debate”. Uno de esos poemas habla de que no hay batallas invencibles por la identidad y de lo que retorna como la humedad.
Para seguirla: losvidriosaman.blogspot.com
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