POSTALES DE MIGUEL RAMíREZ, MUERTO DESPUéS DEL RECITAL DE LA RENGA
El show. La tragedia. Las demás bengalas que no se detuvieron. Algunos apuntes sobre el posible culpable, y las causas y consecuencias de siempre.
› Por Luis Paz
Al lado de él estaba la muerte,
con una botella en la mano.
Miguel Ramírez tenía 32 años, dos hijos, una pareja embarazada de siete meses, una familia con la que compartía creencias evangelistas, un grupo de amigos con el que se apasionaba por el Club Atlético San Miguel y otros amigos con los que desde hacía más de 15 años seguía a La Renga, su otra pasión, una banda de músicos que ya se habían convertido en sus amigos y con los que compartía hasta asados. Miguel ya no tiene ni años ni hijos ni padres ni asados ni sábados en el club ni shows de La Renga. Desde el lunes, lo único que tenía su familia era un acta de defunción y una herida abierta, pero el martes, la Policía Bonaerense detuvo a Iván Alejandro Fontán, un ciudadano de Bahía Blanca que es el principal sospechoso de haber arrojado esa cretina bengala que, a seis años y medio de Cromañón y a pocos días de que se revisaran las responsabilidades en ese caso, se llevó puesta otra vida. Si efectivamente fue Fontán, lo que al cierre de esta edición no podía ser asegurado, es claro que este muchacho mayor de edad (aunque no precisada), que había salido en barra para el concierto portando una bandera, no entendió absolutamente un carajo de nada y puso en riesgo a muchos de los que fueron a ver a La Renga en el Autódromo de La Plata el sábado 30 de abril, donde el grupo presentaba Algún rayo.
Miguel arrancó temprano desde San Miguel, en micro con sus hermanos y amigos, como contó su amiga Valeria Klainsek en el mismo post en Facebook en el que le informó al que tiró la bengala: “Vos, hijo de puta, enterate de que mi amigo tiene muerte cerebral, ¿estás contento con lo que hiciste ahora?”. Según cuenta Paula, una de las que fue temprano (como tantas veces antes en 16 años de recitales) y logró estar en las primeras filas, hasta las 18 los micros que llegaban lo hacían directo al estacionamiento, adaptado a esos fines: desde allí, el público caminaba unas cuatro cuadras y se enfrentaba a una hilera de unos 20 cacheadores, ubicados a cinco metros el uno del otro, que revisan bolsos y mochilas y palpaban, les describieron al NO varios asistentes. Matías Núñez, de 17 años, que tuvo en ése su primer recital, dice que apenas le palparon el pecho. Otros, como Vanesa Navarro o Lucila Gardiol, fueron mejor cacheados y aseguran que revisaban mochilas y bolsos, aunque se queja de que a eso de las 19 los micros ya frenaban en la ruta, dejando al público a tres kilómetros.
Todos coinciden con que el Autódromo, desde adentro, era imponente, que había por lo menos 80 mil personas y hasta podrían haber sido 100 o 120 mil. La noche ya caía y se prendían algunas luces aisladas. Una bengala por ahí, de esas comunes, encendida por un pibe que ni entendía cómo apagarla y que la tiró al piso, cerca de un grupo de pibas entre las que estaba Vanesa. Un estruendo allá, de un petardo que otro gil revolea al tumulto, para cagarse de risa generando sustos. Por lo general, los abucheaban, puteaban y obligaban a apagar. Y todos juntos seguían esperando que saliera la banda. Pasan unos minutos. Ya arrancan. Hay corridas hacia el escenario, gritos de arenga, emoción. Y un destello violento, como un ovni muy pequeño pasando a gran velocidad sobre las cabezas del público. ¡Fium!
“Mirá, mirá eso”, le dice el tío a Matías, y él, en su primer concierto, ve la bala que se llevaría una vida y que le dejaría miedo de volver a ir a un recital nuevamente. Su inocencia y la vida de Miguel se pierden por lo que según las descripciones de Leonardo Garay, un pibe que estaba medio al fondo, en silla de ruedas, según también los videos que los asistentes subieron luego a YouTube y según las precisiones dadas por la fiscalía, sería una bengala naval, de esas que salen arriba de los 200 pesos y cuya venta está prohibida para fines no militares ni navales demostrados. Garay contó este martes en la televisión que el que lanzó la bengala era un muchacho treintañero, trigueño, escabiado o pasado y montado entre el techo de un puesto de Locuras y el techo de un baño químico, que por error o por hijoputez la apuntó hacia el público. El proyectil fue a parar al costado derecho del cuello de Miguel “Keko” Ramírez, que no logra reaccionar y, literalmente, se prende fuego.
Miguel trastabilla mientras se enciende su ropa, en el hombro derecho, el pecho y la espalda. En esas mismas zonas, el director del hospital Alejandro Korn de Melchor Romero, donde Miguel ingresaría la madrugada del 1º de mayo y quedaría internado “en coma profundo”, indicó que Miguel tuvo “lesiones desgarrantes” y entró “sin reflejos”, habiendo sufrido luego paros cardíacos. Todavía en el Autódromo, Miguel se desvanece justo cuando el fuego empieza a apagarse. Su hermano Leonardo, tras del shock, empieza a pedir ayuda mientras su otro hermano le quita el tubo del cuello. Los que están cerca, entre ellos Rodrigo Rodríguez, que así lo contó a los medios, se acercan para ayudar. Algunos, al verlo con la bengala clavada en el cuello y encendido, lo creen muerto. Otros lloran. Pero lo sacan, como pueden, mientras suena Canibalismo galáctico. Trotan, Miguel se les cae, medio inconsciente, hasta que llegan al puesto de la Cruz Roja, cerrado porque el show recién arranca. Es todo un lamentable panic show.
Unas horas después, Miguel ingresa al hospital Alejandro Korn de Melchor Romero, donde se le aplican los primeros auxilios, atenciones profundas y estudios preliminares. Pasa el feriado del Día del Trabajador en coma y sometiéndose a estudios. Lo mismo el lunes y el martes. El miércoles, un estudio sale mal, contará su tío. Un segundo estudio, también. Y en la madrugada, su salud empeorará. El jueves, el hospital determinará su “muerte cerebral”, mientras La Renga se pondrá a disposición de su familia a través de un comunicado en su sitio (posiblemente lo haya hecho antes en privado, no se ha sabido). Por esos días, Leonardo Rodríguez declara que le molestó que la banda estuviera enterada y siguiera tocando, dando por sentado que lo habrían visto. Paula, esa que pasó el show en primera fila, explica que el mangrullo de la torre de control de sonido imposibilitaba ver mucho para atrás. Los demás asistentes que hablaron con el NO coinciden en que hubiera sido difícil discernir, para la banda, que esos movimientos eran por un herido tan grave y no por un desvanecimiento.
Entre el viernes 6 y el domingo 8 se conocen más detalles: que Chacal Producciones estaba a cargo de la seguridad y los controles. El teléfono que la empresa publicó en su sitio web no fue atendido en todo el día, ni el lunes ni el martes hasta el cierre de esta edición. Y los números de teléfonos móviles publicados dan, pero quienes atienden niegan tener una relación con esa empresa. Sobre el estado de salud de Miguel se tiende el misterio: “Está en estado crítico”, informan brevemente desde el hospital.
El lunes 9 de mayo, a las 13.40, Miguel Ramírez no puede resistir más y muere en el Alejandro Korn. Los pedidos de justicia comparten espacio en los foros de La Renga, Los Mismos de Siempre y en Facebook con señales de dolor y solidaridad con su familia. Son ellos los que organizaron marchas y concentraciones en todo el país, realizadas ayer por la tarde y noche.
En la mañana del martes, Leonardo Garay cuenta lo que vio y la fiscal Virginia Bravo, que intercede de oficio porque la familia no radicó denuncia, según explica, participa de la reconstrucción de los hechos. Ambos hechos, sumados a la denuncia de un vecino, que dio el nombre del principal sospechoso por el caso, ayudaban, al cierre de esta edición, a que la Policía Bonaerense pudiera capturar a Iván Alejandro Fontán, principal acusado de ser el responsable de este dolor, o más bien el irresponsable que se cagó en 194 muertes y generó una más.
“Hay que ver qué pasa de ahora en más. Aunque las bengalas en recitales de rock tienen otra significación tras Cromañón, me parece acertada la opinión de los que creen que hay que sacarlas de circulación. Es insólito que nos enteremos por televisión sobre la noticia de este chico, al tiempo que vemos un partido de fútbol en el que se prenden bengalas. Así que se debe medir esto con la misma vara para todo lo que signifique entretenimiento masivo. Una bengala puede ayudar a salvar una vida en altamar, pero un loco la convirtió en muerte. Hoy el rock de acá nuevamente está de luto.”
“Cuando escuché lo que le había pasado a este chico, pensé que se trataba de un provocación medio morbosa. Pienso que lo más triste de todo es que cuando suceden estas cosas lo que se pide es mayor seguridad y control. Como no nos podemos cuidar a nosotros mismos, acudimos entonces a esa especie de imagen policial para que lo haga. La solución que se genera a partir de este tipo de hechos es siempre salvaje y medio facha. Es raro pedir un poco de conciencia general porque queda como en el aire. Lo importante es aprender a cuidarnos nosotros.”
“Se deben repartir responsabilidades. Acá el que dispara la bengala no es Chizzo, ni ninguno de los muchachos. El trabajo de precaución se hizo, y esa bengala vaya a saber cómo pasó el control. Luego de Cromañón, ahora todos tenemos una conciencia distinta. Bueno, eso era lo que pensaba. No es posible que alguien más muera, ni que vaya otra persona a la cárcel por esto. A veces se espera que demos soluciones que iluminen, pero en esta situación lo que siento es incertidumbre. Por suerte no soy juez; lo que sí hago es pedirle a la gente que apague las bengalas cuando tocamos.”
“Es un momento de mucho dolor para todos. Estas cosas sólo se veían en el fútbol, y ahora suceden en el rock. Sin embargo, me parece extraño que alguien dispare una bengala contra otra persona. Nadie en su sano juicio sería capaz de hacerlo. No sé si lo hizo para atentar contra la imagen de un grupo independiente como La Renga. Estoy seguro de que ellos jamás hubiesen deseado que algo así sucediera. Una bengala se adquiría fácilmente porque tenía otra función. Pero me parece que será necesario controlar su venta.”
“No hay que culpar ni a La Renga ni a todo su público. Después de Cromañón uno pensaba que jamás a nadie se le iba a ocurrir prender una bengala por una cuestión de respeto y memoria. Pero hay algunos desubicados que no tuvieron ninguna educación. En General Las Heras, que es una ciudad de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, un pibe prendió una bengala en un recital nuestro. Paré para decirle que la apagara y tuviera un poco de respeto por esos 194 pibes que no estaban más, y me tiraron dos botellazos.”
“Ante todo, me solidarizo con la familia del pibe que fue a un recital a escuchar música, y terminó muerto. Duele tanta desgracia, me da tanta pena. Yo, si soy el padre, me boleteo. Y también me solidarizo con La Renga: son gente maravillosa, los admiro, los aprecio, son performers, músicos de verdad, de escenario. Ellos de ninguna manera provocan que la gente haga estupideces. Pero es como si siempre hubiera alguien en contra de la concordia social. La lección de República Cromañón no sirvió. Tenemos que terminar con las bengalas. Hay que recomendar que la gente no use más bengalas. Hay que insistir. El rock es música, no sigamos convirtiéndolo en algo peligroso.”
“A los chicos de La Renga los conozco, son súper responsables, minuciosos, toman todos los recaudos de seguridad, pero es una situación incontrolable. Por más cacheos que hagas en un concierto, alguien siempre puede meter algo escondido, como ha pasado en el fútbol. Tiene que haber un cambio de todas las partes y, en especial, en la mentalidad de la gente, del público. Hay que terminar con la inconciencia, con la pelotudez. Hay cosas que, aunque no se hagan a propósito, son peligrosas. Y la pregunta es: entonces, ¿por qué las hacen?”
“No queremos hablar sobre las bengalas. Hace cinco años que no hay ni una sola bengala en los shows de La 25. Preferimos hablar sólo cuando saquemos un disco.”
“Tenemos un problema que es de raíz. Lo que hay que hacer es incentivar la organización de los músicos; tenemos que organizarnos, como hacen los estudiantes, o como hace, en su gremio, cualquier otro trabajador. Hay que entender que al sistema capitalista, en su afán de hacer negocios, le chupa un huevo que los pibes tomen conciencia. Lo que pasó en República Cromañón sólo sirvió para privatizar la cultura, y para que los jóvenes tengan cada vez menos espacios para expresarse. Hay que tomar en cuenta todo esto y, en las próximas elecciones, no votar candidatos capitalistas que sólo buscan negocios y que no hacen nada para generar conciencia.”
“Hay que recuperar de vuelta el sentido de lo que era el rock, lo que era esa cultura musical. No mezclar todo ese código de la cancha. Se pueden combinar algunas cosas, pero tampoco llegar al extremo de que se pierdan vidas. Nos da mucha pena. Nosotros tenemos la visión de que la gente la tiene que pasar bien y tiene que estar segura. Desde la época de A.N.I.M.A.L. me daba miedo la pirotecnia. Un día, entrando a la prueba de sonido en Cemento, viene un grupo de chicos y uno me da un bolso lleno de bengalas. Yo me quedé helado y le digo: ‘Vos estás loco. Dámelas, pero éstas me las quedo yo. No las van a prender’.”
“La verdad es que no puedo hacer un análisis demasiado racional de algo tan irracional. Ya no pasa por prohibir o no prohibir. Pasa porque están todos locos. Me pone muy triste por los muchachos de la banda y por toda la escena. Que vuelva a pasar algo así te da a pensar que nadie aprendió nada. Ya no tiene que ver con el rock. Habla de la estupidez humana. Es muy triste que no se pueda aprender algo tan básico como cuidarnos, como no matarnos. Ya no es la inseguridad, que te salen a chorear o lo que sea. Estás en un concierto y te meten una bengala en el cuello. Ya no tiene ningún tipo de explicación.”
“Lamento mucho que esto le haya sucedido a La Renga, que son tan buena gente y cuidan a su público. Las bengalas que hoy siguen presentes en el fútbol y en los recitales, tristemente, fueron la herida de bala del rock argentino. Tiempo antes de Cromañón, el rock era un espacio de arte y de cultura, patrimonio de los propios artistas y su gente. Al día siguiente de la tragedia, el rock argentino se convirtió en un mero entretenimiento para la clase media, en un negocio hiperreglamentado, controlado y monopolizado por empresarios y funcionarios de turno. Una doble tragedia. Es momento que también hagamos autocrítica y veamos qué nos pasa como público, dónde estamos parados socioculturalmente. Es increíble que después de los muertos de Cromañón a alguien se le ocurra tirar una bengala. En el caso específico de Massacre, tratamos de estar muy atentos siempre al transcurrir del show, sobre todo con los excesos en la seguridad, ya que son otros los rituales de pertenencia.”
TESTIMONIOS: Javier Aguirre, Lucas Kuperman y Yumber Vera Rojas
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