JOSé GOYENECHE, DE VALENTíN Y LOS VOLCANES, HABLA DE LAS “GRANDES” BANDAS
Este proyecto nacido en el riñón del neo-rock platense se desentiende del mainstream y toma vuelo propio con la salida de su reciente trabajo Play al viejo walkman blanco. Viaje a un mundo de oscuro romanticismo lo-fi.
› Por Luis Paz
Debe haber pocos tipos más parecidos a Hunter Thompson que José Goyeneche. Es más: aquella personificación de Johnny Deep como Thompson en Pánico y locura en Las Vegas, al lado del cantante de Valentín y Los Volcanes, se queda corta. Hay, eso sí, un par de diferencias: la malicia poética rastreable en aquel autor está reemplazada, en Goyeneche, por una situación permanente de fantasía, códigos epocales y sentimientos puros, como en una novela de iniciación más que como en los relatos ultrapasados de Thompson. “Somos fanáticos de ciertas cosas un poco románticas, como el casete, esas novelas de iniciación estadounidenses, ciertas películas de los ‘80. Eso es parte fundamental de nuestra infancia y adolescencia, y supongo que sigue trabajando en nuestros inconscientes”, admite el músico al frente de esta notable banda platense que, en Play al viejo walkman blanco, entrega una colección de canciones cerradísimas, ajustadísimas e instantáneas, acomodadas a mitad de camino entre una ética muy madurada, una poética en la que conviven Santa Claus, sus renos, un homeless y un Jesús con barba falsa; y una estética musical centrada en las guitarras.
A mediados de los ‘90, Jo fue parte de un grupo de artistas “domésticos” que encararon búsquedas musicales, audiovisuales, plásticas y poéticas en un ineludible plan lo-fi, en lo que terminó siendo un caldo de cultivo del que surgieron, años después, nombres como El Mató a un Policía Motorizado, 107 Faunos o Sr. Tomate. Jo incluso compartió banda en Aneurisma con el Chango y Willy, de El Mató. Hizo fanzines (Melvin... y tu hermana!! aún es hallable en blogs), discos como solista y paseó la plástica hasta que en 2004 se escapó de la música: “De esa época quedó la Juvenil Empresa de Color (una organización multimedial/productora a la que le adjudican la publicación de Play...), nuestro testaferro artístico”, define. “Fue, inicialmente, un sello virtual que creé en 2004, pero cuando me fui quedó colgado. En algún momento fue como una marca estilística que agrupó a bandas amigas y algunas de afuera que me gustaban mucho, como Orphan Sunshowers, de Brooklyn; o Linda de Al Cruzar la Calle, una venezolana que canta como los dioses”, marca, y ya se vuelve complejo señalar cada tramo de la producción y la realización artística que Goyeneche ha atravesado.
Regresar fue más complicado: “Empezamos con Valentín y Los Volcanes y no podíamos hacer mucho. Estábamos viejos, teníamos instrumentos de dos pesos, nos habíamos olvidado de cómo afinar, no conocíamos bolicheros, no teníamos baterista. Grabé todas las maquetas sin bajo y con loops de batería, con Nico (Kosinski, fundamental guitarrista del grupo y también compañero de andanzas por aquellos años fundacionales). Queríamos tocar, pero no teníamos dónde. Pero siempre sentimos que algo importante estaba por suceder. Tenés que creer en tu obra, aunque te griten idiota”, jura.
Las cosas se acomodaron y luego de un CD-R, Valentín y Los Volcanes lanzaron Play... el año pasado, uno de los discos más certeros de 2010, desde miradas que pueden ubicarse en el romanticismo lo-fi, en el gusto por canciones esbeltas y con profundidad, desde el mismo anhelo infantil o a partir de las elecciones de vida de la post-adolescencia. Play... es una gran postal de época estampada con renos, canoas de papel, un sol que no se mueve y un pasto verde y húmedo desde el que buscar formas en las nubes de sus melodías. Tan buena senda agarraron, que terminaron contando con la colaboración de Daniel Johnston, que presenta el video de Piedras al lago, y siendo invitados por “un abogado de Nueva York que se aburre y tiene dinero” a publicar un single en vinilo producido por el estadounidense, que hizo lo mismo con un disco de Prietto Viaja al Cosmos con Mariano.
“Hacer música es la única forma que encuentro de no sentirme tan intrascendente. Hay drogas, placeres fuertes como el amor, está la opción de viajar y sentirte un nene mirando un paisaje extraño, pero eso se acaba cuando se te acaba la droga, cuando te tomás el avión de vuelta o cuando la chica te abandona. Grabar discos es algo definitivo, el disco permanece, es como una evolución de la memoria”, plantea, conectando este acto creativo de grabar un CD con la magia de aquellos otros tiempos. Y el propio Jo se mueve con esa paz. Fuma cigarrillos armados, viaja en tren, es difícil verlo con ropa con inscripciones o marcas. “No me trepo a un cocotero para proveerme de vitaminas, pero nunca usé mi tarjeta de crédito para sacar un plasma en mil cuotas. Sigo mirando tele en un Telefunken y prefiero el arroz o los fideos a esos platos posmodernos caros y dudosos.” Aunque todo eso se basa más en lo que entiende como una vida saludable en términos de dignidad que por la salud o el medio ambiente: “Ser ecologista es actuar por culpa o ingenuidad. La salud del mundo no depende de la conciencia individual sino de decisiones industriales en esferas de poder que exceden el discurso de un pibe que cocina soja”, opina.
Y del mismo modo admite que la música en general tiene un funcionamiento demasiado ajeno a los artistas, y argumenta: “Allá arriba (por el mainstream) es allá arriba, y no me interesa, como no me interesa lo que sucede en el Pentágono. No me interesa cómo funciona, ni sus actores, ni su actual vacío. De verdad, no me resulta atractivo. Creo que existe la posibilidad de que desaparezca ese allá arriba, esa primera línea del rock. De alguna forma, los artistas van a ser o ya están siendo famosos para círculos muy reducidos, no hay lugar para nuevas grandes estrellas, sólo están los que todavía no se murieron. Y creo que es una evolución: cualquier señal de desestandarización me parece positiva”.
* Valentín y Los Volcanes toca el sábado 28 de mayo en Concepto Cero (Frankville Hostel, calle 46 Nº 781, La Plata) y el domingo 19 de junio en La Cigale (25 de Mayo 597, Buenos Aires).
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