Jueves, 23 de junio de 2011 | Hoy
CUATRO BANDAS DE FUNK ARGENTINO
Desde la bizarreada hasta la apuesta estética. Desde el respeto por la música hasta el chiste tonto. Estas cuatro bandas rescatadas por esta producción del NO apuestan a un género poco extendido por estas pampas, y justamente por ello muy atractivo. Finalmente, el funk como género es una pantomima de sí misma. ¡A agitar pelucas!
Por Julia González
Cuatro chicos llegan vestidos de civiles, cargan bolsas y mochilas. Es un domingo nublado post-sábado de fiesta en el bar de la calle Rodney, la santa sede, según dicen, donde pasan sus noches de jueves a sábado. Consultan qué tomarán esta tarde. Algunos dicen vino, otros se inclinan por el fernet. Ya con sus tragos sobre la barra de este domingo, que el bar abrió para hacer las fotos con el NO, se disculpan y desaparecen. Y cual asociados a la máquina del tiempo, vuelven a la acción con pelucas afro, gafas RayBan, sacos, moños y chalecos. De punta en blanco, como los negros del funk y el jazz del pasado. Es el atuendo que la Federación Afrancesada de Fonk (en adelante, F.A.F.) usa para tocar en vivo. Las porras son fundamentales. “Un poco de teatralidad, joder, divertirse”, dice Hutter von Fonk (bajo) y el Duke De Bernardi (guitarra) cuenta que una noche, después de tocar, se fue en peluca y recién se dio cuenta de que su cabellera era demasiado prominente cuando llegó a su casa. “El problema es que también hacemos cosas cotidianas en peluca”, dice el Gato Hernández (batería y ex Cuentos Borgeanos). Su amor confeso hacia el afro los llevó a confeccionar una carpeta con las porras magnánimas universales, que funciona como material de prensa. “Los grandes ídolos, las grandes personalidades usaron porra: Maradona, Sai Baba, Michael Jackson, mi vieja, Bob Patiño, Andrea Alvarez, La Mona Giménez, el Pibe Valderrama, Walter Pico, Alcides, Calamaro, el gordo Liberosky, Dylan”, enumera el Duke.
La F.A.F. es un power trío más un cantante, de ahí que el “funk” de su nombre se transforma en fonk, por el dominio inevitable de una formación rockera. “Pasa que lo que estamos haciendo nunca lo habíamos hecho antes –-cuenta Hutter–. Y eso es lo raro. Porque yo venía de una banda stoner, después el Duke era más rockero, el Gato del pop y Ciro (en voz y trompeta, “Torpeta”, aclaran, porque dicen que no pega una nota) del ska. Entonces fue “eh, vamo’ a tocar’”. Y así se formó la F.A.F., una noche en una fiesta en Palermo a la que habían llegado en bicicleta, transporte lisérgico que los llevó directo a una epifanía. Sin buscar a los músicos puntualmente, pero sí detrás del espíritu de aquel que le cupiera la porra, les bajó la revelación de que tenían que tocar fonk. “Esa noche en la fiesta sonaba la Federación Francesa de Funk, y me dice Hutter: ‘Hagamos una banda de funk, pero que sea de fonk’ –cuenta Ciro–. Y yo le digo: ‘¿Cómo se va a llamar?’. Y pensé en la ‘a’ de Argentina, pero a la vez de afrancesada, tipo Telerman.”
Inspirados en la banda francesa de finales de los ‘80, e influenciados por el humor más que por la música, se juntaron motivados por el disfrute que les generaba estar juntos. Pero el temita seguía sin resolver: todos venían del rock. “Al principio nos costó porque se terminaba pareciendo a Divididos”, cuenta Ciro. Pero enseguida lo solucionaron y fue rock hasta que le encontraron el punto justo después de educarse de la mano de los vinilos y de la música disco.
Los afrancesados asumen la influencia que lleva su nombre a través de esta unión federal. No es política, pero sí amistad y un pacto soberano entre los integrantes que buscan convertirse en una sola región. “Es una banda para que todos disfrutemos, que disfruta más el otro que uno. Porque en realidad se ríen de mí. Algo de bufón debo tener”, reconoce Hutter. Al parecer, entre tanto groove y movimiento de patita que termina descontrolada bailando, casi como lo hacía la buena de Tina Turner, su estilo es irse por las ramas. Por eso están planeando una película dirigida por Luis Luque, que una vez los llevó a tocar en la ESMA. Hutter recuerda: “Subió una abuela y dijo: ‘Gracias, afrancesados, bailemos’. Fue divino”. Un día entra Luque al bar (“a la Biblioteca Nacional”, aclara Jésica Bandoni, manager y dueña del Rodney) mientras los afrancesados hablaban con su manager sobre la posibilidad de filmar, cuando Hutter le dice: “Boluda, quiero hacer una película. Y entra Luque y tira: ‘¿Qué dijiste? Yo te la dirijo’”. Epicos, graciosos y adoradores del groove, están grabando su primer disco, aún sin nombre, a la vieja usanza de Chuck Berry: “En vivo, crudo y con emoción”, cierra el Gato.
La Federación Afrancesada de Fonk toca el sábado 9 de julio en Fusión (Florida 328) a las 23.
Inclan Funk absorbe el nombre de la calle que los vio crecer en Parque Patricios, barrio rodeado de parques si los hay. En la casa de los padres de Erico Schick (bajo) se juntaban, después del colegio, Dieggy Bergesio (guitarra y voz) y Lucho Campodónico, y probablemente no sabían lo que se estaba gestando, pero seguro era algo relacionado con la música. “Nunca hubo un porqué para armar una banda de funk, surgió del impulso de tocar canciones y ritmos que veníamos escuchando desde chicos con mucha libertad y sin un plan determinado. El día de cumpleaños de un amigo muy querido por nosotros tocamos en esa fiesta y la pasamos tan bien que decidimos encarar por ese lado”, cuenta Erico. La banda tuvo otras formaciones, amigos que se fueron y otros que vinieron, pero en estos ocho años de vida son ellos tres los que la llevan adelante tracción a sangre.
Detrás de Pantano picante, su último disco, está el empuje de meterse a remar en un charco de barro, a pesar de lo áspero de la experiencia. Porque ya pasaron las épocas ingenuas (aunque divertidas) de giras por la costa o de bajarse los pantalones frente a los bolicheros post-Cromañón. Fueron a Liverpool tras ganar el concurso The Cavern en 2006, año en que grabaron Hacia los sentidos, un disco confeccionado en un suspiro para tener registrado algo para mostrar en Inglaterra. Llegaron a tocar tres veces el mismo día en el auténtico The Cavern, y eso les dio el impulso para seguir la gira por Francia y España, donde hicieron veinte conciertos y, según dicen, fueron los mejores de sus vidas. “Estar a punto de subir a tocar nuestras canciones sobre el escenario en donde empezaron Los Beatles, caminar por Penny Lane, conocer otros músicos, ir a estudios de grabación y que la gente agite con nuestra música, es una sensación muy fuerte, algo que está grabado en nuestra mente-corazón para siempre”, cuenta Lucho.
Y como ya nada los corría, se tomaron un poco más de tiempo para pensar y grabar Pantano picante, que fue totalmente pre-producido en estudio, aunque algunas zapadas locas quedaron en el producto final. El disco funciona además como una metáfora que toman de la realidad actual. “La ciudad en la que vivimos y el tipo de vida que llevamos es como un gran pantano en el que pueden pasar cosas muy buenas y cosas muy malas. Podés salir a caminar y ponerte a conversar con un almacenero buena onda, o ver a pibes en la calle que no pueden zafar del paco. Eso es picante y es duro, ves gente en la calle pasándola bien y ves el hambre. En el disco hay canciones que reflejan varios estados. Hay fiesta y hay momentos de oscuridad; son diferentes estados de ánimo”, dice Erico.
Sin prejuicios para unir a Parliament Funkadelic, Red Hot Chili Peppers, Atahualpa Yupanqui, Tom Waits, Bob Marley o Rivero, Inclan encuentra funk en todas las músicas: “Pero por sobre todo nos encantan los artistas que encontraron un sonido y una forma de expresar propias”, dice Lucho. La reflexión de que el funk es libertad (una idea que repiten mucho) llega a través de Maceo Parker, cuando Erico lo esperó cual groupie al terminar el show que dio en el Gran Rex. “¿Qué es el funk?”, le preguntó. Y el saxofonista le dijo que era “la libertad de tocar o vestir como quieran, sin tener que estar apegado a lo que venden como funk”. Por eso apuntan a que el funk que plantean los creadores es el de la autenticidad, sin la necesidad de tener un afro, pantalones oxford o lentejuelas. “Para nosotros es mucho más que eso, es hacer lo que querés –dice Dieggy–. Nosotros vamos por la música.”
Inclan va desde el flash musical de climas y sonidos hasta canciones potentes de power funk, y momentos de fiesta donde el groove y la energía de la banda equiparan el escenario con los que están abajo. Letras surrealistas, realistas y estribillos donde el público no tiene más remedio que prenderse. Y sobre si hay una movida incipiente de funk que asoma la cabeza, dicen: “Por lo que se ve, hay una escena del funk que quiere crecer. Yo recuerdo que ya a mediados de los ‘90 comenzó a armarse una escena del hip-hop y funk; hoy hay muchos más grupos agitando el género, pero lo que veo con esa escena que me hace algo de ruido, y por eso no queremos encasillarnos, es cierta falta de identidad en algunos casos. Si bien el funk nace entre los ‘60 y los ‘70 en plena revolución de las Panteras Negras en Estados Unidos, nosotros estamos en Argentina 2011, cultura y tiempos diferentes”.
* Inclan Funk toca el miércoles 20 de julio en Le Bar (Tucumán 422), en el ciclo “Naranja en vivo”. A las 22.
nEn la era de la bengala perdida, ser músico y tener un boliche supera con creces cualquier combinación perfecta, incluida la famosa Alcoyana–Alcoyana. Porque gracias a que Baltasar Fernández (bajo) regentea El Emergente Bar, su banda El Increíble Funk creció a pasos de gigante en seis meses. “Zumo de limao” es el ciclo que todos los viernes los tiene como protagonistas junto a los poetas de Poesía Estéreo (Sebastián Kirzner y Diego Arbit) y Juan Xiet, mientras que El Increíble Funk oficia de banda residente. El ciclo comenzó cuando quedaba un hueco en la programación del bar y Baltasar no tuvo mejor idea que programar su banda todos los viernes: “Y en un momento tuve que subir la apuesta y dije: ‘Vamos a meterle un ciclo: Zumo de limao’”. Su creador lo define como un evento de alto nivel, con intervenciones performáticas actorales y humorísticas. “Pero no es un humor convencional, donde la banda toca sola con sus invitados músicos, sino que cada uno hace sus presentaciones y lo que se logra en conjunto es algo realmente copado, la verdad que es un producto muy bueno”, asevera.
El concepto que más se acerca a El Increíble Funk es el de jazz. Pero como el universo del jazz es tan vasto, podemos acotarlo al mundo de la improvisación donde se cuelan temas crudos e instrumentales, lisérgicos, mántricos, grooveros y extensos. Los viernes, el ciclo se enfiesta aun más cuando viene a cantar Orge, de la revista THC, músico y militante por la Asociación de Reducción de Daños de la Argentina (ARDA), que anima políticas públicas de drogas basadas en los principios de reducción de los riesgos y daños. De ahí que El Increíble Funk grabó junto al militante el tema Tenencia libre, himno que se graba cada año para la Marcha Mundial de la Marihuana. Con este loor, los músicos se corrieron un poco del funk neto e hicieron algo más moderno, emparentado a Rage Against The Machine, con una huella propia de los ‘90.
A la formación tradicional de trío se suma una flauta traversa, que le da esa impronta sesentista al sonido. Cualquier parecido con el patrón rítmico de Jethro Tull es pura e inevitable coincidencia. “Lo que me gusta de esta banda, en lo personal, es lo que puedo aportar con la traversa; creo que el funk es la mejor época del instrumento, principios de los ‘60 y hasta el ‘75. Con todo el rock progresivo y el funk, el instrumento termina de explotar ahí y creo que después empezó a achancharse un montón desde la parte técnica, desde la interpretación, se lo empezó a llevar para otro lado. Está buenísimo sentir esa energía percutiva que tiene ese instrumento, que en un momento se dejó de usar”, dice Rodrigo Soko, que completa la base rítmica con Baltasar en bajo y Alejandro Zárate en batería.
El Increíble Funk se formó con músicos de rock, punk, clásica y pop. Sin embargo, un denominador común que los une es el espíritu de gozo arriba y abajo del escenario. El funk tiene eso, un intenso groove que los hermanos afroamericanos nos legaron a fines de los ‘60, de la mano del soul y el rhythm and blues. “Es una música muy divertida que nos da la posibilidad de tener un producto final elaborado, pero a la vez no dejar de lado lo que es la improvisación. Agarramos esas estructuras y las despedazamos, divirtiéndonos y grooveando; realmente está bueno”, expone Sebastián J. Perossa (guitarra y teclados).
Del advenimiento de músicos que se animaron a descontracturar el funk y traerlo al presente, se desprende una educación forzosa que los llevó a empaparse de música afro. Harvey Hancock, Sly & The Family Stone, todas bandas principios de los ‘70, les dieron la bienvenida al maravilloso y negro mundo del ritmo. “Lo bueno de El Increíble Funk fue que, por iniciativa de Balta, tuvimos que meternos a buscar en las raíces del funk; y los temas que no son nuestros, son todos de los inicios del funk, bandas casi desconocidas. Estuvo muy bueno conocer la mezcla del jazz, del rock and blues con el funk y empezar a mamar eso, que si bien habíamos escuchado algo de funk, no lo teníamos ni a palos”, finaliza Sebastián.
* El Increíble Funk toca todos los viernes en El Emergente Bar (Gallo 333) después de la medianoche.
Son once, diez, doce, los músicos de Un Perro y la Vieja Escuela del Funk. Algunos sesionistas, otros amigos y cuatro son compañeros de elenco de El Choque, de Jeremías Segall, artífice de la banda. Si el perímetro del escenario se los permite, se suben todos los que estén para hacer estallar esa energía que los instigaba a seguir bailando después de las funciones de El Choque. El año pasado, luego de su espectáculo La Nave en el Club Cultural Konex, el grupo de percusión redoblaba la apuesta de su música con objetos y le daba gas a ese público que, aún excitado, recibía la propuesta de Un Perro con los brazos abiertos. Comandados por esta especie de Jumping Jack Flash que canta hip-hop y arenga al más quedado, Un Perro busca la fantasía de contagiar su estilo y ver al público sonreír. “Ah, sí; y nos interesa que les digas a tus amigos, así podemos tocar en lugares más grandes, con un sonido más y más elegante”, escribieron en su perfil de Facebook.
Heredero del groove a través de una dinastía de músicos, Jeremías armó su primera banda a los 9 años con su padre, Ernesto Segall, la voz del entrañable Topo Gigio. “Sí, mi viejo hace esa voz y toca la viola. Ahora no está tocando en Un Perro porque somos mil y ya eran como tres guitarras, una cosa de locos; pero cada vez que puede y tiene ganas, se sube a tocar un tema”, cuenta el multiinstrumentista. Con aquella precoz formación hacían enganchados de los ‘80, y de los 14 a los 17 se la pasó tocando rocanrol. En su casa, la educación que recibió fue la del funk, a diferencia de muchos otros hogares, donde a lo sumo sonaba algún disco de rock. “Algunos viejos escuchaban Beatles o Stones, pero mi viejo escuchaba vinilos de funk, por suerte, porque gracias a él me metí ahí”, recuerda y reconoce que empezó tocando rock, pero que nunca aprendió a cantar: de ahí el nombre de su grupo.
“No porque sea mi banda, pero siento que la propuesta con este estilo de funk no está muy presente acá. Y cansado de no encontrarlo, dije: ‘Bueno, la armo y escucho el funk que a mí me gusta’, que es con un poco de soul, no es el funk tradicional de mil brasses, y por ahí una minita que canta, sino funk crudo en la base. Y el tema del castellano me jode. Vos escuchás unas letras de Earth, Wind & Fire, ponele, que hablan mucho de amor, pero acá decís la palabra amor en castellano y te querés matar”, compara Jeremías. Entonces, para que la cosa no se vuelva melosa, decidió rapear y le dio a su estilo el toque personal que lo saque del romance. “Se me hace muy pop, no encuentro un funk grooveado. Me gusta que las canciones sean historias, no es que repito la estrofa después del estribillo. Eso me parece interesante”, reconoce.
Cuando empezó con este proyecto perruno, donde es manager, productor, compositor e intérprete (“Por suerte laburo con El Choque, que me da la posibilidad de sustentar la banda”), Jeremías tuvo la ilusión de que, luego de grabar su primer disco, alguien lo escuchara y dijera: “Algo hay que hacer”. “Me gustaría que en todos los bares, en todos los pubs, además de escuchar bandas de rock y fusión, que está buenísimo, suene funk.” Por eso está invirtiendo todo su capital en grabar su primer disco, para escucharlo dentro de quince años y que suene tremendo. Grabado en Circo Beat de la mano de Mariano López, el ingeniero de grabación de Spinetta, con seguridad su disco resista el paso de los años. “El chabón es re grosso (pero mal). Y aparte yo escuché mucho los Kuryaki en mi época más joven y fue el que mezcló Chaco, No es tu sombra, Abarajame y dije: ‘Guau, que esté en el disco sería muy grosso’”, cuenta. Y cierra contundente: “El audio es todo”.
* Un Perro y la Vieja Escuela del Funk toca el domingo 17 de julio en Makena (Fitz Roy 1519).
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