ENCUENTRO ENTRE WALAS Y DORA, LA MUJER DE BONAVENA
Ringo, el flamante disco de Massacre, recupera la figura de Ringo Bonavena, el rockero que mejor boxeaba. “Estoy despidiendo El Mamut para lanzar Ringo. Estoy dejando de ser el gordo para convertirme en el atleta”, dice Walas, que se encontró con la mujer de Ringo para esta producción.
› Por Facundo Enrique Soler
Lo que queda de Ringo Bonavena es el recuerdo de uno de los máximos boxeadores de nuestro país y la imagen del primer deportista que supo mezclar su carrera con humor, música y caradurismo. Dora Bonavena, su esposa y madre de sus dos hijos, sigue sosteniendo esa leyenda del fortachón de Parque Patricios que, pese a los millones de dólares, mantenía la misma esencia de un niño: “Era un nene grande, que le gustaba divertirse. Nunca se olvidaba de sus raíces”. Esas raíces fueron las que utilizó Walas para rendirle un homenaje a Buenos Aires. Así apareció Ringo, el nuevo y esperado álbum de Massacre, que explota las viejas mañas de la banda y a la vez lleva sus sonidos a lugares inesperados. “Este disco es un homenaje a la ciudad en la que vivo. En este último tiempo me volví a enamorar de ella, de su nueva cabeza, de los jóvenes con militancia, de viajar en subte, del lunfardo, de lo popular y lo terrenal. Así llegué a ponerle Ringo, porque es un icono porteño. Además, en su figura veo mucho de la dinámica de Massacre. Tenemos esos ingredientes por fuera del rock que él tenía por fuera del boxeo”, deslizó el frontman y cerebro del grupo.
En el bar Sócrates –pleno corazón de Caballito–, la única señora que acompañó a Oscar Natalio Bonavena (o Ringo) a todas las ciudades del mundo en las que peleó, se encontró con el cantante que decidió inmortalizar su figura en un disco. “Vos sos del barrio, ¿no?”, pregunta Dora y, antes de que Walas pueda contestar, continúa: “Yo no te conocía, pero hace unos días el quiosquero que me vende los puchos me dijo que un grupo de por acá estaba por sacar un disco que se llama Ringo y que era por mi marido. Después fui a la peluquería y estaban todas las chicas hechas unas locas hablándome de vos”. Walas, contento porque la señora está al tanto de la situación, le responde: “Sí, yo me crié y vivo por acá. Mandales un beso a todas o, si no, dejá que yo se los doy personalmente”.
Dentro de los once temas que completan la lista de Ringo está La Virgen del Knock Out, un homenaje “a vuelo de pájaro” de lo que era la figura de Bonavena cuando se subía a un ring o cuando estaba abajo; el púgil creaba un personaje inolvidable que mezclaba humor, ironía, ego e irreverencia. Para esta canción, Walas inventó un hada madrina que se dedica a cuidar a Ringo mientras se pelea con los boxeadores más importantes del mundo. Una especie de santidad que le sonríe de reojo y lo acompaña cuando le sacan el banquito, cuando queda solo ante un rival que lo quiere matar a trompadas. Básicamente es una criatura más del repertorio de un creador de seres fantásticos que encuentra en su propia mente las razones para sentirse seguro. “De chico me la pasaba creando dioses aparte. Es la necesidad de tener algo en que creer”, resume Walas.
“Es una buena idea, mi marido era muy creyente, pero no le rendía devoción a ninguna virgen. Me parece que tiene mucha onda, además es algo que nunca se hizo. Los boxeadores no tienen santos”, replica Dora al entender la idea básica del tema; y Walas, contento con el recibimiento, responde: “Hay un santo de esto, un santo de aquello. Hasta los chorros tienen una divinidad que los ampara, pero hasta donde yo sabía los boxeadores no tienen a nadie que los proteja cuando salen a pelear. Así nace esta diosa pagana”.
Uno de los puntos clave de la canción es cuando el vocalista toma la voz del mismo Ringo y dice: “De mi ring no se sale / soy temido en el norte y el sur / no me quedan rivales ya y este negro no me dura ni un round”. Ese “negro” al que se refiere es Cassius Clay (o Muhammad Ali), el boxeador más grande de todos los tiempos y el protagonista de la batalla más épica que Ringo alguna vez peleó. “Lástima que sí le duró un round y le terminó durando 15”, cuenta su viuda, en referencia a aquella noche de 1970, en el Madison Square Garden de Nueva York, en la que Ali venció a Bonavena por puntos. La importancia de esa pelea iba más allá del resultado: es que antes de que suceda, Ringo había hecho todo tipo de burlas acerca del que ya en ese entonces era el boxeador más respetado del planeta. En el pesaje lo llamó “chicken” mientras emulaba a una gallina, e hizo chistes racistas para desestabilizarlo. Ali, totalmente enojado, le prometió que lo iba a noquear en el noveno round que, curiosamente, fue el único momento de la pelea en el que Ringo estuvo más cerca de la victoria.
Ringo no sólo tiene que ver con el amor de Massacre hacia la ciudad de Buenos Aires, ni la devoción por las aventuras del boxeador más épico –pero no el más exitoso– que tuvo nuestro país. También es un sinuoso camino que recorrió Walas desde la salida de El Mamut, el pasaporte de la banda hacia el éxito masivo, hasta esta nueva producción. En los casi cuatro años que hubo en el medio, el cantante tuvo que reconocer sus problemas de sobrepeso y plantearse una mejor conducta alimentaria ante los riesgos de muerte que su nutricionista se encargó de advertir.
“Hasta ahora ya bajé 15 kilos y me siento muy bien. El otro día, mi terapeuta me hizo ver algo muy lindo: yo estoy despidiendo a El Mamut para lanzar Ringo. Estoy dejando de ser el gordo para convertirme en el atleta. Nunca lo vi de esa forma y es verdad: es una verbalización del subconsciente.”
El personaje de Ringo vuelve una y otra vez al bar Sócrates. Dora siempre termina recordando sus famosas frases, las veces que se reía de sus rivales antes de pelear y cómo se manejaba por Nueva York como si hubiera nacido allí, teniendo en cuenta el detalle de que no sabía una sola palabra en inglés. Es que Bonavena no sólo podía molerte a piñas arriba de un ring: también tenía el carisma necesario para ganarse al público y desestabilizar a sus rivales psicológicamente. Sus armas mediáticas hacían de él un personaje que bien representaba al porteño agrandado, bonachón y con cojones, que tuvo el record de taquilla del Luna Park con 18 mil personas. “Eso sí: te decía que te iba a arrancar la cabeza y cumplía”, aclara su esposa, y Walas le contesta sonriendo: “Eso es rock and roll. Por eso Ringo es puro rock and roll. El fue pionero en toda esa cultura de bardear en la etapa de pesaje o antes de una pelea; mucho después se puso de moda en el mundo del boxeo.”
La carrera como boxeador no fue el único motivo por el cual Ringo se hizo famoso. Sus numerosas apariciones en televisión, las fuertes declaraciones que hacía antes de cada pelea y su presencia en todo tipo de espectáculos (en una obra de Olmedo a la que asistió como espectador, terminó arriba del escenario recibiendo aplausos), eran las razones por las que se convirtió en un ídolo popular.
Hasta llegó a ser cantante, en el famoso tema Pío Pío que fue escrito por Palito Ortega y hoy es repetido hasta el hartazgo en la pantalla de Crónica TV para anunciar la cuenta regresiva hacia la primavera. “Cuando ya tenía su propia fortuna, seguía estacionando su Mercedes-Benz blanco en la puerta del club en Parque Patricios y se quedaba jugando al truco con sus amigos. No perdió noción de las cosas que quería ni de quién era en realidad”, recuerda Dora. Esa capacidad para tener los pies sobre la tierra, en cuanto a la familia y el barrio, hacía de Ringo un verdadero poeta, que inventaba frases para el recuerdo: “Cuando viajaba, mandaba cartas a diario para mí, mi suegra y mis hijos. En todas había un billete y una frase o pensamiento que te llegaba al corazón”.
A medida que transcurre la conversación, Dora parece estar encantada con la idea de que un tipo como Walas lleve la figura de su esposo a la gran cantidad de pibes que se la pasan escuchando Massacre. “El público que te sigue lo único que puede llegar a saber de Ringo es, por una cuestión generacional, por medio de sus padres. Ahora que escuchen esto van a entender un poco más sobre su historia”, dice ella.
“Siempre fuimos un poco didácticos como banda. Nosotros hablábamos de Joy Division, Patti Smith, The Velvet Underground y muchas bandas más, y nuestros seguidores rebobinaban en la historia del rock y se encontraban con todos esos grossos de los que no sabían nada. Ojalá que con Ringo pase lo mismo y la gente salga a buscarlo a él y a las figuras de los años dorados del boxeo. Quiero ser un buen intermediario”, explica Walas.
Cuando llega la hora de despedirse, Dora confiesa que a Ringo le hubiera encantado el homenaje que Massacre le está haciendo: “Todos tenemos un ángel especial, alguien que nos guía. Después de la muerte de mi marido tuve que criar a dos chicos por mi cuenta y, por más que no tuviera a nadie, nunca me sentí sola. Siempre percibí una presencia, que ahora podemos llamar La Virgen del Knock Out. Ahora salgo y les cuento a todos sobre ella”.
Después de conversar con la viuda de Ringo, Walas va hacia el Club Huracán, el lugar donde el mítico boxeador pegaba sus primeros puñetazos a una bolsa de arena y aprendía a la perfección todos los detalles que le servirían para su carrera. Al entrar lo recibe Pablo “El Pelado” Rodríguez, uno de los profesores del gimnasio, y Gonzalo “El Patón” Basile, un boxeador mediático fácil de distinguir por su cuerpo de gladiador y la enorme cantidad de tatuajes que tiene.
Cuando Walas les comenta acerca de su homenaje a Ringo y la creación de La Virgen..., ambos boxeadores se sorprenden y le agradecen. “Cuando me preguntan quién es mi ídolo, digo Oscar Bonavena. El mismo se vendía en una época que no existía el marketing. Aparte que después subía al ring y te mataba a trompadas”, dice Basile.
Dentro del gimnasio, donde están las bolsas, los guantes, el ring y las mancuernas, Walas recorre la galería de imágenes que están colgadas en homenaje a Ringo y se sorprende con la cantidad de fotografías increíbles de su ídolo. Reinan las tapas vintage de El Gráfico, un retrato con Elvis, una sesión de fotos para una revista que lo mostraba de joven junto a una versión adolescente de Dora y carteles anunciando sus peleas más importantes, en donde se incluía el épico combate con Muhammad Ali. “Esto fue una peleíta de fondo, ¿no?”, pregunta Walas con ironía al verlo.
La recorrida termina en un ring rojo y blanco, como los colores de Huracán, que tiene como imagen de fondo un cuadro de dos metros con Ringo en pantalones cortos, con sus guantes puestos y mirando a la cámara con una actitud desafiante. Al entrar agachado entre las cuerdas, Walas se encuentra en el mismo escenario donde su ídolo comenzaba a tirar ganchos y reconoce con ojos vidriosos: “Estar acá me está emocionando de verdad”.
La sesión de fotos termina y la excusa para estar en ese lugar mágico, también. Walas se va a ensayar con Massacre, se despide rápidamente de sus dos amigos, que le reclaman la imagen de La Virgen... (para ver si es una buena idea para un tatuaje) y también hacen públicos sus deseos de escuchar el tema para entrenar. Es una noche intensa en Parque Patricios y en una horas Ringo (el disco) saldrá a la venta tras una larga espera.
Massacre muestra en su nuevo disco su cara más conocida, pero también se dedica a recorrer terrenos que no acostumbra. Entre las novedades se destacan El deseo, un tema pausado que relata la llegada de la madurez; Muerte al faraón, un grito de aprobación a las nuevas militancias políticas; y Lo mío no es tan grave, un redescubrimiento de la belleza de ser porteño. Luego aparecen los guiños que la banda siempre saca a relucir. Tengo captura, las andanzas de un par de prófugos enamorados; Tanto amor, la canción melosa por excelencia que viene sonando hace rato en la radio; y El Robot versus La Momia Azteca, otra invención ficticia de Walas para salir a divertirse en su propia mente.
El costado musical no se escapa a este concepto de dos caras que plantean las letras de Ringo. Por un lado están las guitarras explosivas de Pablo Mondello que son marca registrada de todos los discos de la banda, pero a su vez también aparece un solo a lo Santana que recuerda el pasaje instrumental del tema Can’t you Hear me Knocking de los Rolling Stones, un lapso de trance valioso. A la lista de cosas nuevas se suma el sonido de un sitar para Tengo captura y violines en Tanto amor. También se fortalecen los guiños electrónicos que Massacre implementó hace ya una década. La clave del disco es La Virgen del Knock Out, eje central de la temática que quiere planear Walas al rendirle homenaje a Bonavena.
Oscar Natalio Bonavena, o Ringo, apodado así por tener una cabellera parecida a la del baterista de Los Beatles, nació en la ciudad de Buenos Aires el 25 de septiembre de 1942. Desde joven, Ringo tuvo una pasión desmedida por irse a las trompadas apenas la situación lo ameritaba y, ni bien pudo, dejó sus estudios y se dedicó de lleno a convertirse en boxeador. En su carrera tuvo 68 peleas oficiales que dieron un saldo de 58 victorias, 9 derrotas y un empate. Entre sus más recordadas presentaciones se destacan las dos ocasiones en las que cayó ante el campeón Joe Frazier y la única vez que se enfrentó a Muhammad Ali y perdió por puntos.
Ringo murió tras recibir el disparo de un rifle en el pecho en mayo del ‘76, cuando se encontraba en la puerta de Love Ranch, un burdel de Reno, Nevada. Su ejecutor fue Ross Brymer, uno de los empleados de seguridad del local. Las causas del homicidio nunca fueron esclarecidas del todo, pero la conmoción que generó en la Argentina fue enorme. A su funeral, que se llevó a cabo en el Luna Park, asistieron 150 mil personas. Su imagen es recordada, más allá de los logros deportivos, como la de un verdadero personaje fundamental para entender a la ciudad de Buenos Aires.
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