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Jueves, 23 de enero de 2003

COLGADO EN SEUL, SEGUNDO CAPITULO

Marchas y contramarchas

El enviado vocacional de este suplemento (recuérdese: integrante de De la Guarda, de gira en Corea del Sur) reseña aquí cómo son los agitados días de protestas contra todo aquello que parezca EE.UU. Para zafar de cualquier inconveniente, aquí cuenta, la palabra clave es “Maradona”.

POR SEBASTIAN PIRATODesde Seúl, Corea del Sur

Hay algo que me llamó poderosamente la atención de Seúl, algo que puedo separar y remarcar de las otras cosas que llamaron poderosamente mi atención, aunque debo aclarar que todo aquí ME LLAMA PODEROSAMENTE LA ATENCION. Yo pensaba que Seúl iba a ser una ciudad totalmente yanquilizada, básicamente porque los yanquis colaboraron con la rápida reconstrucción de la ciudad después de la guerra con Japón. Claro que ninguna colaboración de esas es gratuita y parece que muchos coreanos están hartos de pagar.
Cuando llegué a Seúl, me encontré con la compañía yanqui de De la Guarda. Hacía 5 meses que estaban trabajando y me sorprendió que todos tuvieran la bandera de Canadá estampada en sus camperas. Cuando les pregunté por qué, ellos me relataron esta historia: a los dos meses del arribo de las tropas de Estados Unidos, un tanque aplastó y mató a dos nenitas coreanas. Sí, les pasó por arriba. Se dice que estaban borrachos. Lo peor es que los juzgó un tribunal militar yanqui... ¡Y LOS DEJO EN LIBERTAD! Ese fue el momento en el que se pudrió todo del todo. No es que antes no los odiaran, pero el odio creció a pasos agigantados. Ahora por el solo hecho de tener cara occidental, por ejemplo, los taxis no te paran. A veces se nos complica y tenemos que gritar: “¡NO SOMOS YANQUIS, SOMOS ARGENTINOS! ¡MARADONA!”. Tampoco te dejan comer en algunos restaurantes baratos: te ven entrar, se ponen los brazos en cruz y te echan. Por eso los yanquis tenían esas banderas de Canadá.
Desde que llegamos, todos los sábados yo veía, como buen observador que soy, que se juntaba mucha gente, cada uno con una vela, todos en silencio. Cada vez el número crecía y crecía, así como la cantidad de policías. Por cada manifestante había cuatro o cinco policías. Dos semanas después, decidí ir a mi primera marcha del silencio coreana, pese a que los yanquis me advertían que podía ser peligroso. Peligroso para ellos, pero no para mí, que no tengo la gran paranoia USA. ¿De qué paranoia hablo? Por ejemplo, la yanqui que está trabajando con nosotros, que se llama Paige y es una conservadora de mierda –amo irritarla hablando mal de su país–, dice que como ella no se puede conectar a Internet, debe haber un dispositivo que impide a las computadoras yanquis conectarse. ¡Qué pelotudez!
Además, volviendo a la marcha, sé que tengo la palabra mágica para subsistir: “MARADONA”. Fui tranquilo, era una marcha multitudinaria y casi no había espacio para moverse: creo que habría más o menos 20 mil coreanos y yo. Para que tengan una idea de cómo son las marchas, imagínense el cruce de Corrientes y 9 de Julio, lleeeeeena de gente más baja que el común de los occidentales (así es que me hacen sentir gigante y demasiado notorio), todos con una vela en la mano y pancartas. Rodeados de miles de policías. Sabía que podía pudrirse todo porque la semana anterior había visto en la tele que un grupo estaba realmente enojado, y peleaban con la poli, y tiraban bombas molotov... ¡Me encantó! Y yo que pensaba que el pueblo coreano no reaccionaba frente a nada... Cuando estaba en el medio de la muchedumbre, vi caras de enojo, de tristeza, de bronca contra estos yanquis de mierda, y tenía ganas de gritar, pero no me animé. A ver si me tomaban como líder, justo a mí, que no puedo liderarme ni a mi solo. Había un solo personaje que hablaba por un altoparlante, decía una frase y la muchedumbre le respondía gritando, y así horas, hasta que el pobre líder no tenía más voz, pero seguía y seguía. Me fui un tanto disconforme porque quería ver un poco de violencia, sentirme como en casa, pero esa vez no pasó nada. Después, durante la semana, cuando iba al teatro, siempre había algún coreano rezando frente a la embajada, tocando como un toc toc permanentemente, y haciendo reverencias. Una noche caminaba rodeando la embajada (los días de marcha no se puede pasar por ningún lado y tengo que caminar 20 cuadras de más, ¡malditas marchas!), y llegué a una plaza donde había mucha gente, tipo carpa blanca docente, con las fotos de las nenas asesinadas. Eran imágenes muy fuertes, las nenitas con las tripas afuera. Daban mucha impresión, y otras fotos –no quise mirar mucho– creo que eran de torturas. Me quedé helado. Pasé muchas veces más y ahí seguían estando. Otro día había como una gran misa, con mucha gente orando. Parece que estaban enojadísimos, pero con la tranquilidad oriental. Raro. Lástima no entender un pomo el idioma. Yo supuse que las marchas eran para que se vaya la base militar yanqui con sus 36 mil soldados. También pensé que eran para que un tribunal coreano juzgue a los asesinos de las nenas. Pero no: en realidad lo que quieren es que por lo menos Bush pida perdón. Sí, sólo perdón. Ni perdón, dijeron. Es increíble.
La segunda marcha en la que participé fue por accidente. Salí del teatro después de mi primera función (para comer algo y hacer huevo para la segunda) y de repente vi acercarse una masa increíble de gente. ¿Tantos vienen al show?, me pregunté en un principio, hasta que giré la cabeza en sentido opuesto y vi una cantidad increíble de policías, 4 veces más que de gente (todos sabemos que la policía no es gente). Me di cuenta de que estaba en el medio de dos bandos en una nueva marcha, pero no me asusté: me gusta ser el centro de atención. Traté de esquivar y esquivar, pero por todos lados y en todas las calles había gente, estaban enojados, y sacudían mucho las velas. Había carteles y pancartas que estaban muy buenos, con los típicos logos de las grandes marcas yanquis, pero deformados, afeados como con virus y debajo de cada cartel decía: “Esto es yanqui, no lo use”.
Las marchas y las demostraciones siguen a diario y por un lado está bueno, pero por otro me da un poco de miedo. Las noticias que llegan acerca de los problemas entre Corea del Norte y EE.UU. son malas. Sabrán allá que los norcoreanos abrieron sus armas atómicas, que Bush dijo que estaban preparados y tenían armamento para hacer dos guerras simultáneas. El presi de Corea del Norte le contestó (no con estas palabras, pero con esa onda): “No jodan que empiezo a mandar suicidas, hombres bomba”. Lo peor es que el teatro queda a 20 metros de la embajada yanqui. Un poco se me frunce, pero también tengo esperanza y tranquilidad porque hace dos semanas hubo elecciones y de los dos grandes candidatos, uno pro-yanqui (la misma basura de siempre, pero con otro nombre coreano) y otro anti-yanqui (que quiere sacarlos de acá y unificar las Coreas), ganó el anti-yanqui. Asume en enero o febrero, veremos qué pasa. Todas las mañanas leo con el mate los ciberdiarios argentinos y cada vez me preocupo más. Un miedito se me despertó –y miedo era lo último que esperaba tener acá–, aunque hay un fato que me tranquiliza: acá siguen la vida como si nada. Aunque las marchas son gigantes, la gente sigue viniendo al show, el mismo día. Es un poco esquizoide. Adentro del teatro algarabía, y afuera mucha protesta. Veré si puedo hacer lo mismo... ¿Me volveré coreano?

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