NACHO RODRíGUEZ: EL MÁS CONOCIDO DE LOS DESCONOCIDOS
El cantante de Onda Vaga, autor de la cada vez más conocida canción Mambeado, forma parte de un trío junto a Alvy y Rubin para tocar temas de Magnetic Fields, es Nacho y Los Caracoles, es Cara do Peixe, toca en la banda de su amigo Faca Flores y de vez en cuando se sube a los shows de Pedro Fértil, después de haber pasado por Doris. Aquí, un profundo repaso por la vorágine de ser una nueva voz.
› Por Roque Casciero
Nacho Rodríguez es hijo de dos psicólogos, pero igual suelta un “qué guacho, ¿qué es esa pregunta?” cuando la entrevista arranca con el pedido de una autodefinición. Pero tiene sentido, porque no son tantos los que saben quién es el chico de la tapa del NO, pese a que una de las cuatro bandas en las que toca (¿o son seis?) llena el Konex un par de veces al mes y agotó un Coliseo sin hacer publicidad ni prensa, y otra está a punto de tocar en el ND/Ateneo. Nacho Rodríguez es parte de Onda Vaga, la última banda en trascender de verdad el indie, y el autor de Mambeado, la canción con la que cada día arranca 6, 7, 8 por la TV pública. Y es también un tercio (no hace falta decir cuál) de Alvy, Nacho y Rubin, el trío de cantantes y músicos que lleva dos álbumes “argentinizando” como Los Campos Magnéticos las geniales composiciones de Stephin Merritt, de Magnetic Fields. Además, claro, de ser el mismo de Nacho y Los Caracoles, el de Cara do Peixe, el que toca en la banda de su amigo Faca Flores (percusionista invitado de Onda Vaga) y el que de vez en cuando se sube a los shows de Pedro Fértil. Pero Nacho no sabe bien cómo definirse, y arranca con un “básicamente, trabajo de la música”, antes de irse para el lado del perfil para web de contactos íntimos: “Creo que soy compañero, amigo, aunque también tengo un lado solitario”.
Ahí hay algún indicio para arrancar, de todos modos. Aunque no tiene problemas en cantar solo, guitarra en mano, lo que entusiasma a este muchacho de sonrisa permanente son los encuentros con otros artistas, el resultado de lo colectivo. De ahí Doris, su primera banda en hacer ruido en el indie, y también Onda Vaga, el quinteto acústico surgido en unas vacaciones compartidas en Cabo Polonio, en el que todos cantan a la vez y encantan hasta a 2 mil personas por concierto (y a Fito Páez, Manu Chao, Moreno Veloso y Adriana Calcanhoto). Y todo lo demás también. “El trabajo con otras personas es una fuerza para hacer. Por ahí también siempre me dio un poco de cagazo salir solo. Es verdad –admite–, nunca hice algo que se llame Ignacio Rodríguez Baiguera, que es mi nombre completo. De hecho, todos me conocen como Nacho.”
Nacho a secas, entonces, cree que nació en la Clínica del Sol, pero está seguro de que vivió sus 30 años completitos en Palermo, muchos en Bulnes y Soler. “Era Palermo Viejo... Al principio había muchos talleres mecánicos. Mis viejos compraron esa casa porque iba a nacer yo, necesitaban más espacio. Es la casa en la que ahora vive mi mamá. Mis papás se separaron cuando yo tenía 5 años, y viví con mis hermanas y mi mamá”, arrancan los recuerdos, que siguen con la escuela primaria. “Fui al Ursula... Se llama Ursula Llames de la Puente, es estatal; queda en las plazoletas de Charcas, que ahora son un lugar re cool, pero en ese momento eran bien barrio. Desde afuera, la escuela medio que parece una cárcel, pero por dentro es muy linda. Tenía dos canchas de fútbol, jugábamos mucho. Yo iba directamente vestido de fútbol, con el guardapolvo arriba. Soy de River, de toda la vida: tengo una foto con la camiseta puesta a los quince días de vida. Y jugaba mucho al fútbol de chico. De hecho fui a jugar un mundial de fútbol a los 11 años.”
–Sí, fuimos a Texas, cancha de once. El profesor de educación física del colegio trabajaba en un club, juntó pibes de varios lados y armó un equipo que se llamaba Cosme Argerich. Creo que tenía algo que ver con las Fuerzas Armadas, aunque el tipo no tenía nada que ver con eso.
–Sí, jugaba un montón. Justo cuando fuimos a jugar el mundial fue la época en la que estaba más gordito, todavía no había pegado el estirón. Me gustaba jugar de delantero, pero creo que no daba. Jugué de 8 y tenía que correr una banda. Nos fue re mal, pero el viaje fue increíble. El mundial fue la excusa: fuimos a Dallas y a Wichita. Ahora estoy jugando al fútbol de vuelta, pero cuando dejé la primaria lo había abandonado, porque me empezó a interesar más la música.
A pesar de que “vivía con tres mujeres”, un par de días a la semana los pasaba en casa de su padre, donde siempre hubo una guitarra y cancioneros. Era natural, entonces, que el niño Nacho “chusmeara por ahí” y arrancara con el instrumento, por las suyas, con Zamba de mi esperanza. “Algunas cosas me enseñó mi viejo, pero más que nada lo miraba y lo copiaba”, memora. “Empecé a agarrar los cancioneros con cosas de Silvio Rodríguez, fue bastante autodidacta todo. En primer año del secundario me compré una guitarra eléctrica y sacaba temas de Black Sabbath; podía sacar los riffs del chabón y eso me entusiasmaba. Y empecé a tener una banda con Marce (Blanco), con el que ahora tocamos en Onda Vaga.”
–Sí, somos hermanos. Nos conocimos en el instituto que nos preparaba para el curso de ingreso al Nacional Buenos Aires y nos hicimos amigos al toque. Marce ya era como un borreguito muy poeta, como un dark poeta. El tocaba la batería, estaba tomando clases y teníamos una banda de punk sin bajo llamada Neandertals. Al principio tocábamos temas de Flema, de 2 Minutos, y también hacíamos nuestras canciones. En primer año hicimos el primer show en un cumpleaños, acompañando a un pibe que era como un guitar hero de 13 años. Creo que tocamos El hombre suburbano, de Pappo. Después tuvimos una banda llamada Pepe Trueno, con la que tocamos bastante. Ahí éramos más babasónicos, porque nos habían pegado mucho Trance Zomba y Dopádromo. Eramos muy fanáticos. Me acuerdo de que Babasónicos tocaba en Dr. Jeckyll, pongámosle, jueves, viernes y sábado, y nosotros íbamos los tres días. Ya venía escuchando Fun People, pero recuerdo que Babasónicos me deslumbró, sentía que ésa era la nueva música. En estos días, casi que escucho solamente Babasónicos y Atahualpa Yupanqui (risas). A veces los Babasónicos me cagan porque los siento como medio adelantados: al principio no me gusta el disco nuevo y a los dos meses me encanta.
–Cuando terminé la secundaria no sabía qué hacer. El primer año me quedaba en mi casa, leía un montón, pero no sabía qué iba a pasar con la música después de terminar la escuela, así que empecé a estudiar la carrera de Técnico en Cine y Televisión. Ese año que estuve al pedo lo terminamos armando una sala de ensayo en una casa a la que se había mudado Marce, pegando placas de sonido en las paredes, y nos pegamos un viaje de pegamento que no me lo olvido más (risas). El ‘99 terminó así: armamos la sala de ensayo y armamos Doris. Y cuando iba por un año y medio de carrera de cine, estaba almorzando con mi vieja y le dije: “Mamá, me voy a dedicar a la música. No sé cómo va a ser, pero estoy seguro de que quiero hacerlo, ya lo tengo claro”. Creo que hasta me emocioné un poco cuando se lo dije y todo. Después me fui a ensayar y los chicos me dijeron: “Feliz día de la música”, porque era Santa Cecilia. ¡No lo podía creer! Lo tomé como una bendición.
–A todos nos interesaba mucho la psicodelia y nos pegaron muy fuerte el primer disco de Pink Floyd, los de Os Mutantes, Dopádromo... La psicodelia nos llevaba a enfermar todo, a ir por otro lado, a jugar. También éramos muy meticulosos, les dábamos mil vueltas a los temas.
–Nos empezamos a llevar mal... Además, yo salía con Lisa (cantante) y cuando nos separamos, seguimos un año más con Doris; para mí eso fue duro. A partir de ese momento aprendí que novia y banda no van juntos. Tenés razón en lo del hermetismo, éramos un grupo de personas mirándonos entre nosotros y para adentro de cada uno: en un momento iba a explotar. Eso también se nota en la música, había cosas muy enrevesadas. Fue una primera experiencia de hacer música con amigos y todos aprendimos mucho de eso, pero en el momento lo vivía como mi vida entera y eso no estaba bueno. Tal vez por eso ahora toco en tantas bandas distintas... Además pasé de Doris a algo completamente acústico: por ahí soy un poco extremista, también. Pero me pegó un montón la fuerza de lo acústico, lo que pasa con esa música, porque es otra la energía que maneja.
–Estamos re contentos con lo que pasa con Onda Vaga. Ahora queremos empezar a trabajar en un nuevo disco, juntarnos, ver qué hay, componer. Necesitamos de ese encuentro, porque nos lo pasamos tocando. Es cierto que ahora la banda nos mantiene, que para nosotros es un trabajo, pero es la felicidad total, es lo que quisimos siempre. Además, siempre quise tocar con los que estoy tocando, entonces sólo hay que mantener esa llamita entre nosotros. Sé que hay una energía que podemos generar, que es la que tenemos como banda. Y nuestra única responsabilidad es hacer canciones.
Esta es una historia de amor. De amor por la música de The Magnetic Fields. “Con Seba (Rubin, de Rubin y Los Subtitulados) siempre jodíamos con hacer una banda para tocar temas de Merritt, porque nos gustan a los dos”, arranca Nacho Rodríguez. “El había traducido varias letras al español y nos cagábamos de risa de lo buenas que estaban. Después conocí a Alvy (Singer) y resultó no sólo que le gustaba Magnetic Fields sino que también había traducido temas.” El cruce de los tres era cantado, y así nació el proyecto “Alvy, Nacho y Rubin interpretan a Los Campos Magnéticos”, que este sábado a las 23 llegará al ND/Ateneo. Otra sorpresa para Rodríguez, como el éxito de Onda Vaga. “Es que la idea era hacer un par de shows para sacarnos el gusto, pero ya grabamos dos discos y de repente empezaron a venir 200 personas a los conciertos”, admite. “Para mí, la explicación está en que las canciones están muy buenas y nos tomamos mucho trabajo en las traducciones y en que funcionen.”
The Magnetic Fields no es precisamente una banda famosa, aunque sí reconocida en el indie global, especialmente por la capacidad de Merritt para escribir canciones de amor emotivas y profundas (escucha obligada: 69 Love Songs, un triple CD directamente genial), que siempre evitan los lugares comunes del género y conmueven también desde la inteligencia. Y las adaptaciones de Alvy, Nacho y Rubin respetan las composiciones de Merritt precisamente faltándoles el respeto a los corsés: The Luckiest Guy on the Lower East Side, por ejemplo, se convirtió en El galán de La Paternal, y Loco de atar se transformó en una chacarera. “Nos daban muchas ganas de compartir esas canciones, como de llevar el legado de este tipo, porque es buenísimo lo que está haciendo. Sabemos que los Magnetic Fields escucharon los discos y lo bueno fue relacionarnos con ellos a través del arte”, explica Nacho.
“Es muy loco lo que pasó con esa canción”, se asombra Nacho Rodríguez y, claro, está hablando de Mambeado, que grabó tanto con Nacho y Los Caracoles como con Onda Vaga. La “locura” tiene que ver con que la usó Gerardo Rozin para su programa, con que un político neuquino hizo campaña con ella, con que es la que abre 6, 7, 8... “Los de 6, 7, 8 podrían haberme preguntado si podían usarla, pero no lo hicieron. Y como es un programa tan aliado a los K... No nos gusta que se nos embandere con ningún partido político, no es lo nuestro.” Pero ahí no terminan las “locuras” relacionadas con la canción. En 2009, cuando los brasileños Adriana Calcanhoto y Moreno Veloso tocaron en Niceto, después de conocer a Nacho hicieron una versión de Mambeado. “Fue la única vez en la vida que me bajó la presión”, confiesa el autor de la canción. “Nunca me había pasado y me asusté bastante. Tuve que salir de Niceto... Pero al día siguiente sí me preparé mentalmente y lo escuché, fue muy lindo.”
La historia de la canción arrancó en el campo que el padre de Marcelo Blanco tenía cerca de San Pedro, en la localidad de Doyle (por eso se llamó así el segundo disco de Doris). “Ibamos mucho ahí a olvidarnos de la ciudad. Y una vez me salió el estribillo. Además tenía la progresión de acordes porque había descubierto cómo pasar de un acorde al otro con un dedo, hasta que me dije que por ahí esa armonía se podía enganchar con aquel estribillo que tenía. En unas vacaciones con amigos en el bendito Cabo Polonio me puse como tarea hacer esa canción de una vez, aunque ya medio que la venía cocinando. Y ese atardecer me senté y la hice.” Y aunque dice que “ésa era una canción de la que estaba seguro”, y que por eso era la que elegía cuando alguien le pedía que tocara algún tema suyo, le parecía que contaba demasiado sobre él mismo, “porque habla de una crisis interna y de cómo salir de eso”. Mambeado llegó a tener una versión en Doris: “La hacíamos medio reggae”. “Pero me parecía demasiado armónica para lo que hacíamos con la banda. A mí me cuesta hacer cosas simples, pero ésa es una canción simple”.
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