Jueves, 20 de octubre de 2011 | Hoy
A UN AñO DE LA MUERTE DE MARIANO FERREYRA
Los compañeros del militante social asesinado hace un año lo recuerdan como un joven “tímido, pero cálido” y un as del humor negro.
Por Brian Majlin
Cuando sintió el impacto no supo qué pasaba. “Una piedra”, pensó. Se arrodilló sobre el asfalto y miró hacia adelante. Quizá vio los ojos de su asesino. Quedó tendido allí, en la calle y entre balazos y piedras. La ayuda, la ambulancia y, al fin, la muerte. Y los llantos. El 20 de octubre de 2010, hace exactamente un año, fue asesinado Mariano Ferreyra, joven militante del Partido Obrero. El Jefe o Marianito, según quién lo evoque. Junto a él, cayeron heridos –aunque se levantarían– Elsa Rodríguez, Nelson Aguirre y Ariel Pintos. A un año de la emboscada artera y premeditada, los 10 imputados por el homicidio –incluido José Pedraza, líder de la Unión Ferroviaria– aguardan por el juicio oral y público.
A un año del crimen, lo recuerdan sus compañeros y habrá una marcha de Congreso a Plaza de Mayo, a las 17.30, para exigir que su muerte no quede impune. Mariano Ferreyra tenía 23 años y, como cualquiera, un grupo de amigos.
Además de ser un luchador, Mariano tenía la claridad como para correr si hacía falta. Según cuentan, “en una actividad contra la burocracia del Sindicato de Comercio (Armando Cavalieri, su titular) en el Wal-Mart, lo apretaron un par de patoteros. ¿Sabés qué hizo? Se fue”. Mauro se ríe. Es martes y estamos en el local de Avellaneda del Partido Obrero, en la calle Lebensohn, a pocas cuadras de la estación del tren. Mariano era el dirigente de la zona. El que toma la posta es Mauro, que conoció a Mariano en un asado: “Era en su casa y había dos pedazos de carne, para 10 personas. Un desastre. Pegamos onda desde el principio. Era tímido, pero cálido”.
Otra vez las risas. “Conocí a Mariano en el CBC en 2009. Fue raro porque costó romper el hielo, pero a los diez minutos sentí que lo conocía de toda la vida. Era así”, cuenta Nicolás. Las formas se repiten con Federico, Luciano y Manu. Coinciden en la simpleza, la humildad y la calidez de su compañero. Elogian su militancia y, ante todo, su humor negro.
“Cuando murió decidimos recordarlo a su forma. Aún lo lloramos, pero luchando por el juicio y castigo a los culpables”, explica Nicolás. Luciano insiste: “Su frase favorita era ‘Quien se arrodilla ante el hecho consumado es incapaz de afrontar el porvenir’, de León Trotski. Nosotros no nos arrodillamos”. La seriedad dura poco: “Al otro día de su muerte, nos la pasábamos haciendo chistes de humor negro, como habría hecho él. Pero había compañeros que decían: ‘Uh, qué mal les pegó’”. Otra vez risas.
Está húmedo y amenaza con llover. Adentro, cinco jóvenes discuten la próxima pintada, preparan afiches y confirman el festival de hoy en el CBC de Avellaneda, donde militara Mariano. Habrán bandas –Chala Rasta, Zarpados en Zapada y otros– y exposiciones plásticas. Las risas se mezclan con gestos adustos. Aún son un grupo de amigos militantes que se juegan el cuerpo por “transformar la realidad en defensa de los trabajadores”. Se quiebran, se recomponen y recuerdan a quien fuera su mentor. “Un maestro”, como dicen.
Para Nicolás era “impresionante la claridad con que analizaba la situación política y te la hacía ver”. Luciano, que recuerda largas noches a la espera de la actividad siguiente, cuenta que se “formó políticamente” con Mariano, a quien conoció en el secundario, “cuando explicó la burocracia sindical junto con la situación de la escuela”.
“El la veía”, repiten.
Con 23 años, Mariano era responsable político de la región. Por experiencia y capacidad, dirigía a compañeros que lo doblaban en edad. Para Mauro era porque “militaba desde los 15”. “Hablando parecía un viejo de 50”, se ríe Nicolás. Y agrega: “Era muy sabio”. Las bromas derivan en anécdota. “Cada vez que entraba al CBC le silbábamos la canción de El Padrino”, ríen, porque a Mariano no le gustaba mucho su apodo. El Jefe, le decían. “Era jefe y maestro. Están los que leen la situación y te ayudan a desarrollarte. Ese era Mariano”, cierra Mauro. Y deja paso al sentimiento de Nicolás que, desde sus ojos húmedos, destaca “la capacidad de preocuparse por cada uno”, que tenía.
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