UNOS Y OTROS, LOS PERSONAJES DEL TERCER COSQUIN ROCK
Los de arriba y los de abajo
Cuatro días de rock en las sierras, miles de personas y otros tantos litros de cerveza, estrellas y estrellados. Estuvieron Charly, Fito, Los Piojos, Divididos, La Bersuit y todos los demás. Así es que el mayor festival argentino (es un hecho), dejó historias mínimas, y también grandes protagonistas.
TEXTOS MIGUEL MORA
FOTOS BERNARDINO AVILA
El niño mozo
Sebastián es prolijo. Pantalones negros hasta los zapatos, sin lustrar, un tanto gastados por el trajín, y una camisa blanca bien planchada, con los botones abrochados hasta el cuello. El pelo casi azabache lo lleva corto, sin exagerar, y peinado hacia un costado. Se te acerca y con una voz finita y tímida pregunta “¿van a querer postre?”. Sebastián tiene 12 años y hace dos que trabaja como mozo. Es el menor de ocho hermanos, todos ligados al gremio gastronómico, habitantes de Córdoba capital. Para él, el 2003 comenzó trabajando en el Festival de la Doma y el Folklore de Jesús María. Después se vino para Cosquín, primero para el clásico festival de folklore, y se quedó para el que va camino a serlo, el Cosquín Rock. “A mí me gusta el folklore y el cuarteto. Grupos como Giancarlos o Trula-La. También Los Nocheros. A ellos los pude conocer. Una vez que vinieron, averigüé en qué hotel estaban y los fui a esperar. Cuando aparecieron por ahí abajo, me acerqué y me pude sacar fotos. Estuvo bueno.” Dentro del restaurante, en una postal bastante rocker, rodeado de remeras de grupos que van a tocar alguna de las cuatro noches del festival, pelos largos y alguna tacha, el nene parece visitante, a pesar de su tonada. “No, a mí el rock mucho no me gusta. No sé cómo decirte, me parece más ruidoso. Sólo conozco a La Renga (pronunciado con “ye”), pero tampoco me gusta mucho.”
Sus jornadas de trabajo son agotadoras. De 10 a 18 atiende en el bar/restaurante Plaza Café, ubicado en una de las esquinas frente a la plaza Próspero Molina. Va, viene, trae platos, bebidas y maneja con respeto la típica bandeja de metal que parece enorme en sus manos. Cuando cierra el bar, pasa a colaborar en el maxikiosco que está al lado. Eso hasta las cuatro de la mañana. “La plata la maneja mamá, y cuando termine de trabajar acá, vuelvo al colegio.”
Los pibes de Jujuy
Desde lejos sí que se ve la bandera con el logo piojoso sobre fondo azul y unas enormes letras blancas que dicen “Jujuy”. Son las cuatro de la tarde del domingo y sobre una de las márgenes del río que riega Cosquín un grupo de unos 10 chicos, 20 años de promedio, espera con el trapo desplegado y las carpas guardadas que se haga la hora de ir hacia la plaza. Vinieron en una Trafic alquilada desde San Salvador, la capital de Jujuy. “Fueron más de doce horas de viaje, pero no tenemos ni idea cuántos kilómetros son de distancia”, dicen. El viaje les salió unos 90 pesos por cabeza que, sumados a los 50 de abono para el ingreso al festival (algunos) y los 2 por día y por carpa que les costaba el camping municipal, es todo un presupuesto. “Al menos este camping estaba bueno y es el más barato de todos”, tira el dato Guido, “en otros te cobraban 4,50 por persona. Unos chorros”. “Lo mismo dentro de la plaza”, dice otro, “por un vasito de cerveza te querían cobrar 2,50. Y encima no había agua por ningún lado. Por suerte el viernes unos pibes rompieron un caño que estaba a un costado y ahí podíamos turnarnos para tomar agua”.
Hasta el domingo lo que más les había gustado fueron los shows de El Otro Yo e Intoxicados, “y Attaque también estuvo bueno”, agrega otro. Buscaban una confirmación al rumor de que La Renga suba con Los Piojos, así también pelaban la otra enorme bandera negra que trajeron. “Si se da va a ser una fiesta. Y si no no importa, ya los vimos y nos firmaron la bandera.”
La chica de la cerveza
Como muchas otras bandas, ella también es la segunda vez que está en Cosquín. Y se moría de ganas por estar. A diferencia de los grupos, ella no se sube al escenario Atahualpa Yupanqui, sino que se queda detrás, y apenas si la dejan ver un poquito de los shows de cada noche. “Eso es un logro en relación al año pasado”, comenta. Romina es una de las promotorasde la cerveza que auspicia el evento, las que están casi todo el tiempo paradas detrás de un mostrador que tiene una choppera instalada que no descansa de escupir cerveza para intentar saciar a los músicos, asistentes, periodistas, colados, etc. Una tarea difícil, por cierto. Romina es una de las ocho promotoras, la única sobreviviente del plantel del año pasado. “¡Y fue por casualidad! Cuando se hizo la preselección para este año, yo mandé mi currículum por mail y no sé cómo rebotó, pero nunca les llegó. Me quería morir. Cuando me di cuenta ya era tarde; estaban la ocho elegidas. Por suerte un mes antes una de las chicas se bajó porque no podía venir y me llamaron. Como ya me conocían del año pasado no hacía falta que diera ningún casting”, cuenta con orgullo. Romina no puede pasarte por desapercibida. Vas a darte vuelta para mirarla mejor. De sus 25 años, lleva 7 invertidos como promotora. Además hace cinco que pasea su figura y su llamativa melena rubia y enrulada por la universidad de la ciudad de Córdoba. Estudia psicología y a eso quiere dedicarse cuando termine la carrera, mientras tanto se gana la vida como instructora de aerobic. “A mí siempre me gustó el rock nacional, lo escucho desde chica. Por eso me encanta estar acá. Podemos conocer a los músicos, charlar, saber cómo piensan.” Romina vive con su mamá y aclara que tiene novio hace dos años (“se la rebanca por mi laburo”). De todos sus trabajos como promotora, “sin dudas ésta es la mejor promoción que me tocó”, dice. “Aunque no lo creas, acá me siento superrespetada. En otros laburos que me tocó hacer, como en rallies o autódromos, a veces se te acercan tipos de mucha plata que sólo por eso creen que pueden pasarte por encima. Acá son todos más copados.” Allá va Romina a ver el recital de Los Piojos: “De todas, la banda que más me gusta.”
Rosarigasinos punk
–¿Son de Santa Fe, no?
–De Rosario, provincia de Santa Fe
La aclaración resalta la palabra Rosario. Desde allí llegaron al Cosquín Rock los chicos de Bulldog, un grupo que ya tiene 14 años de carrera y unos cuatro discos en su historia. Para ellos el viaje fue tranquilo. Salieron el viernes a la noche en un micro de línea y a las 6 de la mañana del sábado ya estaban en Córdoba. Un tironcito para este grupo que sigue presentando su último disco El Campo de los Sueños, y que en la segunda mitad del año pasado llegó hasta Comodoro Rivadavia de gira. Ya pasó su breve set de media hora en el festival y el grupo está sentado en el camarín, cerveza en mano, recuperando fuerzas. Todos menos el cantante Mantu, que prefirió ir a dar vueltas por el backstage. Bulldog ya lleva un 2003 agitado. “Durante enero hicimos una gira por toda la costa junto a Cadena Perpetua y W.D.K., que estuvo buenísima”, cuenta Bebe, el baterista, “y con este cierre de gira que es Cosquín, no nos podemos quejar, a pesar de algunos problemas que tuvimos durante el show con el monitoreo”. Su sonido punk encontró eco en un grupo de unos 100 irreductibles que fueron a hacerle el aguante, cuando todavía no se había ocultado el sol en la plaza.
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