Jue 20.02.2003
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STROKES & STRIPES EN LA ENCRUCIJADA

¿El retro tiene futuro?

Después del éxito de “Is this it”, los neoyorquinos quieren ser tomados en serio: contrataron al productor Nigel “OK Computer” Godrich y ponen a punto un disco más “sofisticado”. Los hermanos White, en tanto, honran la “honestidad” del country tradicional y esperan la salida de “Elephant”. Las nuevas bandas del viejo rock de garage vuelven al ruedo en los próximos meses.

› Por Pablo Plotkin

Frente al contrasentido que implica la pregunta “¿Qué será del futuro del retro?”, deberían buscarse respuestas en los principales responsables de todo este asunto. Los Strokes activaron una bomba de tiempo (tiempo pasado) cuya onda expansiva propulsó a la fama a rockeros regresivos como Hives/Stripes/Vines. Pero, ¿qué culpa tienen ellos? Con más estilo que ideas innovadoras, reeditaron el romanticismo sucio de Nueva York justo antes de que dos aviones tallaran para siempre el perfil de Manhattan. Más allá de la combinación traje + All Stars, la única invención y el único pecado de los Strokes fue un disco de rock and roll emocionante. Y en medio del tropel retro, consiguieron que sus canciones se interpusieran a la etiqueta. Pero es sabido que los new yorkers más trascendentes (de Velvet Underground y Television a Afrika Bambaataa y el Wu-Tang Clan) hicieron algo más que rediseñar el coolness de la ciudad. “Cuando escuchás un disco de Nueva York, te da la sensación de estar escuchando música hecha en el centro del universo”, dice Craig Marks, editor de la revista neoyorquina Blender. “Cuando escuchás discos de Detroit, te da la sensación de que la gente que los hace está desesperada por salir de Detroit.”
Con ese mandato geográfico e histórico cargan los Strokes: el de sentirse los chicos más famosos del “centro del universo” y saber que el mundo espera algo decisivo de su parte. El primer paso fue cambiar de productor: fuera Gordon Raphael (que trabajó con ellos en Is this it) y bienvenido el sensible Nigel Godrich (OK Computer, Kid A, Sea Changes, etc.), la persona adecuada para toda banda de estribillos efectivos y efectistas que anhela un mayor nivel de trascendencia emocional. Es posible que los Strokes sigan cantando sobre chicas, departamentos desordenados y baños públicos (algunos nuevos títulos así lo sugieren: “You talk way too much”, “I can’t win”, “Meet me in the bathroom”), pero aparentemente ahora aspiran a una cierta “sofisticación”. Al menos eso es lo que dijo el bajista Nikolai Fraiture en una entrevista con MTV: “Nuestra manera de escribir es mucho más sofisticada y nuestra habilidad para tocar es mucho mayor que en nuestra primera grabación”. Qué tan bueno será “sofisticarse”, en el caso de los Strokes, todavía es un misterio. El cantante Julian Casablancas, sin embargo, se cuida de no parecer acomplejado: “No me interesa eso de ‘ahora que tuvimos éxito, pongámonos más raros, llamémoslo arte y fanfarroneemos al respecto’”, le dijo a la revista Spin. “En todo caso, me gustaría hacerlo sonar un poco más moderno, porque no quiero que la gente escuche el segundo disco y piense: ‘Oh, suena a garage punk de los sesenta’.”
En una reciente excursión en busca del “nuevo sonido” de Nueva York, el periodista inglés Alex Petridis (editor musical de The Guardian) se topó con algunas ideas interesantes ligadas a la condición del artista neoyorquino. Daniel Kessler, guitarrista de los ascendentes Interpol, aseguró que la cuna de los Strokes “no es el lugar más sencillo para tener una banda”. “Es difícil lograr un mínimo nivel de concentración necesario para escribir música. La ciudad es una influencia en sí misma. Aun si no salís mucho y estás todo el día encerrado en tu casa, no la podés apartar. Nueva York siempre está ahí.” Si bien la declaración de Kessler contiene dosis de ombliguismo estadounidense (lo mismo podría decir con respecto a su ciudad cualquier artista de Buenos Aires, Lima o Kabul), es precisamente esa autoconciencia de centro de gravedad mundial la que incide en toda obra hecha en NYC. Para bien y para mal. En la misma investigación, Jason Friedman, cantante de la banda de Brooklyn The Boggs, dice que, en estos días, el rock de Nueva York vuelve a hacerse cargo de su pedigrí modernista. Y lo asocia –cómo no– con el 11 de septiembre. “De repente el mundo se volvió demasiado real. Las cosas se pusieron un poco más serias. Creo que todos asumieron el desafío y, en lugar deproducir los discos previsibles que estaban haciendo, decidieron dar un paso al frente y patear el tablero.”
Lo que lleva a la pregunta de si los Strokes formarán parte de esa generación afectada artísticamente por la caída de las Torres. O si en verdad es una banda que pretende patear algún tablero. No es muy probable. En medio de ese tácito y absurdo concurso anglo-escandinavo que consagra periódicamente al “salvador del rock and roll”, los Strokes sólo tienen para ofrecer sensibilidad, ingenio eléctrico y, en definitiva, un poco de onda. Dentro de algunos años, su primer disco tal vez se consuma del mismo modo que hoy se consume el primer disco de Oasis: no cambiaron la Historia de la música, pero al menos modificaron temporalmente el estado de ánimo de algunas personas. Los Strokes no son para las enciclopedias; son para las discotecas, el subte y el equivalente yanqui de la cerveza en la esquina. Su flamante amistad con el gran Hunter Thompson (autor de Miedo y asco en Las Vegas) los confirma en ese rol de beatniks frívolos, fuera de época. Jóvenes que llegaron tarde a casi todo menos a la fama y que saben que ser una celebridad en Nueva York –ese lugar donde caen hasta los rascacielos– no es un trabajo que convenga tomarse del todo en serio. Ultimamente, el mundo se puso “demasiado real” hasta para las estrellas de rock.

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