A DIEZ AñOS DEL SUICIDIO DE RICKY ESPINOSA
El cantante de Flema fue un hito contracultural conurbano: podía trompear a los hinchas de Dock Sud por defender los colores de El Porvenir y, a la vez, ser un pibe sensible, un músico que se autoboicoteaba, un nihilista extremo, un rockstar de Gerli, un personaje monstruoso y el amigo más fiel.
› Por Santiago Rial Ungaro
Hace una década, apenas se supo del suicidio de Ricky Espinosa, circuló la versión de que el último “chiste” del cantante y líder de Flema había sido anunciar que, si perdía en la Playstation, se tiraba por la ventana del quinto piso del departamento de Gerli en el que estaba, el 30 de mayo de 2002. Más allá de la veracidad de la anécdota, lo cierto es que el detalle resultaba verosímil: Manuel Ricardo Espinosa convivió en sus 35 años con un infierno personal que lo llevó siempre al límite, generando tantas anécdotas delirantes como canciones y shows increíbles, y demostrando que se podía ser una estrella de rock desde Gerli, barrio del que a la vez fue orgullo y vergüenza. Su amigo y colega Cristian Aldana lo recuerda: “Una persona no es lo que piensan los demás. Ricky era un niño sensible, alguien que necesitaba de contención, que siempre pedía que le des un abrazo; un tipo que siempre estaba jugando y, a la vez, midiéndote”. Su amistad empezó cuando Ricky llamó a Aldana por teléfono para poder autogestionarse él también. Así fue que editó sus últimos discos por su propio sello, Ying Yang Records.
Fue justamente en Besótico, en las oficinas del sello de Aldana y base de operaciones de El Otro Yo, donde este cronista conoció a Ricky, apenas dos años antes de su muerte. Ese mismo día mencionó que no le dejaban ver a su hijo. Para quien no pudo conocerlo personalmente, su imagen pública (su mejor creación y su destrucción, porque el “Ricky de Flema” fue tan monstruoso que a menudo se comió crudo a Manuel Ricardo) quizá no resulte atractiva, porque con él el Ricky Horror Show siempre estaba garantizado, así fuera con Flema, Flemita o Flemón. No obstante, Ricky era alguien muy sensible, un músico muy talentoso y una persona totalmente impredecible.
En una entrevista que el periodista Sebastián Duarte le hizo para Cerdos & Peces en 1998, Ricky contó que se había cortado él mismo dos tendones de la mano con un vidrio, en una confusa pelea familiar, a los 18 años. Antes de eso, Ricky encarnaba la leyenda de un guitarrista habilidoso de Gerli que tocaba en Overkill temas de V8 y Pappo en un plan black metal. Duarte estrenó ayer en el teatro La Ranchería (México 1152) la adaptación teatral de Ricky de Flema, el último punk, el libro sobre Espinosa que publicó en 2005 y que, más que una biografía, es un catálogo de atrocidades.
Este cronista intentó repetidas veces hacerle a Ricky una entrevista de tapa para el NO (que finalmente salió el 29 de noviembre de 2001). En ella se vio que Ricky encarnaba lo más radical e inocente, cuando no ingenuo, del ideario del punk rock; aunque quizá fueron sus influencias metaleras y rollingas las que le permitieron distinguirse. En los meses que llevó terminar esa nota, hubo tantos encuentros como desencuentros: Ricky se mostraba despreocupado por la idea de “sentarse” a dar una entrevista y, siendo que tenía como lema de vida nunca saber qué iba a hacer luego, resultaba imposible organizarla. Por entonces, Ricky era su propio manager y se boicoteaba a pleno. Quizá la saña con la que se desquitaron contra él tantos policías, skinheads y hasta seguidores de la banda (en su libro, Duarte cuenta que a Ricky le llegaron a pegar por haber cambiado... de baterista) ayudaron a moldear un nihilismo que nunca jamás pudo superar.
Ricky era tal cual como se mostraba en sus canciones, impredecible: a veces resultaba tierno y generoso, otras taimado y desconsiderado, pero era imposible no tomarle cariño. Le encantaba testear cuántas veces lo podía perdonar una persona, lo que quizás explique en parte su devoción por Mecha, su novia de toda la vida; o la fidelidad a su remisero, Cacho (porque ya entonces su paranoia por sus problemas con la policía podía solventarse con los ingresos que generaba Flema, con chofer part time y todo). Por entonces, Flema era una banda cada vez más popular, convocante incluso en momentos de crisis en los que pocos eran lo que se animaban a tocar, porque no había entonces dinero, ni ánimo para ir a recitales.
Por lo que contó en esas charlas, Ricky tenía la sensación de que su vida estaba definitivamente maldita. El título de aquella entrevista, de lo más elocuente, fue: “Intenté suicidarme seis veces. Ni para eso sirvo”. Aldana lo recuerda como un tipo sin pelos en la lengua y que podía ser terrible: “Lo he visto encarar a un manager y decirle: ‘¿Qué hacés, garca?’. Podía decir y hacer lo que se le cantaba. Pero, por alguna razón, se sentía menos. Siempre decía que era negro y que era feo, aunque al mismo tiempo lo usaba para seducir. No era una persona común: no cualquiera se sube a un escenario cuando todos están cantando ‘el que no salta es un stone’ y se pone tocar Honky Tonk Woman. ¡Era un hijo de puta!”.
Este extraño Chucky, que se empezó a maquillar en 1984, cuando Marilyn todavía no había conocido a Manson, no sólo le puso su talento melódico a su destrucción. “Si yo soy así, no es por culpa de la droga; si yo soy así, no es por culpa del alcohol”, no sólo es el slogan definitivo del nihilismo (que lo llevó a tirarse del balcón de un quinto piso de Amado Giura al 1300) sino también una toma de conciencia, aunque sea potencial. Diez años después de su salto al vacío, entre dolor y humor corrosivo, Ricky sigue escondiendo a ese verdadero artista de la ambigüedad: “Siempre fui ambiguo; el primer día que salí en pollera fue también la primera vez que me tiraron un corpiño”, declaró. Sus antiguos compañeros de banda lo recordarán el 21 de julio en El Teatro de Flores, a diez años de su muerte y a un cuarto de siglo de la fundación de Flema, hito musical argentino.
Para Ricardo Iorio, Ricky Espinosa fue “un amigo de la música, como José Larralde o Rubén Patagonia”, alguien que logró “la proeza de unir el metal y el punk”. Para Juanse fue “un copado”. Hasta Charly García alguna vez destacó su surrealista sentido del humor. Pero, volviendo a Gerli y a Flema, para Fernando Rossi (bajista de aquel grupo) lo que dejó Espinosa como enseñanza fueron dos valores fundamentales para la amistad: “Cumplía con lo que decía y en las malas siempre aparecía”. Por la cantidad de macanas que se mandó, por el hecho incluso de haberse suicidado, Ricky Espinosa no es un ejemplo. La verdad, él siempre aclaró que no buscaba serlo. Pero sí fue un héroe cultural, un mito auténtico y una estrella de rock de Gerli.
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