VALENTíN Y LOS VOLCANES EN: LA PLATA VA Y VIENE
Hace un mes lanzaron Todos los sábados del mundo, un disco que intenta comprender que ya hay una generación posterior a El Mató a un Policía Motorizado.
› Por Facundo Enrique Soler
La paz barrial de un fin de semana en una ciudad universitaria de médula puede tornarse tranquilamente inquietante. Hay más perros que personas dando vueltas por las calles, es difícil encontrar una cafetería abierta y el silencio es la constante más presente. La Plata queda vacía al terminar los días hábiles y, ante un sábado sin partidos de Estudiantes o Gimnasia, no hay mucho por qué alterarse en medio de las diagonales, plazoletas y monumentos. Entre esa armonía se abren las puertas de la guarida de Valentín y Los Volcanes, una casa de las viejas, pasillo al fondo, patio con pasto descuidado, pileta laguna y un living que suplica orden. Ahí se encuentran los cinco integrantes de una de las bandas que mejor definió la década de sonido platense, con El Mató a un Policía Motorizado, Sr. Tomate y 107 Faunos como caballitos de batalla. Play al viejo walkman blanco, su trabajo debut, fue el balance ideal entre las guitarras alternativas y las voces adolescentes que caracterizan al estilo de su ciudad; y gracias a ese disco –que ya tiene más de dos años– no sólo lograron recorrer el país con sus odas a las cositas simples de la vida, también resumieron una generación de sonido con cultura e identidad definidas.
Pero esa síntesis justamente quedó atrás con el recambio generacional y los chicos de Valentín y Los Volcanes se dieron cuenta de antemano a la hora de encarar Todos los sábados del mundo, su nuevo álbum, lanzado hace tan sólo un mes. Las grabaciones caseras y el desinterés en la composición quizás eran virtud, ahora lo desprolijo es obsoleto y eso se traduce a un sonido mejor pulido, responsabilidad a la hora de grabar y, una de las variables más importantes, la inclusión de voces ajenas a la banda para tomar decisiones. Así llegó su segundo disco de estudio, una evolución musical sin perder los detalles que caracteriza su perfil: los cuentitos adolescentes, la inocencia oscura y los himnos breves.
“Fue un desafío separarse del sonido platense. Hicimos algo distinto a las bandas con las que nos vinculamos y dimos el salto de romper las mecánicas de grabación, que son muy locales”, explica Nicolás Kosinski, una de las voces y guitarras de la banda, al excusar el sonido prolijo de Todos los sábados del mundo. “Si hubiéramos grabado de nuevo en lo de Shaman (Herrera), hubiésemos tenido el mismo proceso que con el disco anterior. Más allá de la diferencia entre base y armonía”, agrega Jo Goyeneche, también cantante y guitarrista. La idea central en este nuevo emprendimiento era dejar atrás las sesiones caseras y agregar un productor musical por fuera de la banda que encuentre el sonido exacto a cada una de las partes. “No somos ortodoxos del lo fi. Si nos ponen un buen estudio, vamos a aprovecharlo”, dice Goyeneche acerca del (para ellos) novedoso proyecto. “Apareció la oportunidad de producir mejor el disco con un pibe muy musical como lo es Julián Perla (Mi Pequeña Muerte), un amigo que nos ayudó a buscarles la vuelta a las canciones para que queden más ricas.”
Las sesiones de Todos los sábados del mundo comenzaron hace más de un año, mientras Valentín y Los Volcanes seguía presentando Play al viejo walkman blanco y experimentaba una metamorfosis en su formación. “Entre un disco y otro hay dos años de diferencia, es lógico el reacomodamiento por los cambios de puestos. Entró Fico (Facundo Baigorri) y ordenó mucho a todos. No nos quedó otra que sacar rusticidad”, explica Goyeneche. Baigorri reemplazó a Leti Villera en batería (además de grabar guitarra y voces) y el puesto de teclado recayó en Perla en el estudio y en Pablo Perazzo para las presentaciones en vivo. El bajo estuvo al mando de Francisco Gómez para la grabación, y ahora es de Panchito de la Canal.
La gran variable a la hora de encarar este nuevo disco fue el rol de productor que encarnó Perla, dando directivas a los integrantes de la banda a la hora de grabar. “Fue un riesgo. Yo empezaba a tocar la viola y él me agarraba y me decía que corte con esa guitarra platense, que pruebe algo distinto. Al principio le respondía: ‘¡Pará, careta!’. Pero después me di cuenta de que era una buena idea y funcionó. Fue una linda experiencia”, relata Kosinski. “Siempre fuimos cerrados con los directores artísticos.” El otro detalle fue dejar la patria chica. El disco fue grabado en los estudios Patada Voladora y masterizado en El Arbol, o sea que todo el proceso se realizó en Palermo, Capital Federal, a cuarenta minutos de La Plata. “Quizá lo más infumable de las sesiones era irnos para Buenos Aires para tener jornadas de 10 o 12 horas en el estudio”, recuerda Goyeneche.
El resultado llegó hace un mes y se llama Todos los sábados del mundo, un disco editado por el sello Triple RRR que llama la atención tempranamente desde su tapa, con unos niños dibujados con simpleza entre joysticks y ojos a lo Bowie. En la contratapa, sin embargo, está lo más interesante: un mapa político de la provincia de Buenos Aires boca abajo, que el mismo Goyeneche dibujó (él también se encarga del diseño gráfico). “Es esa vieja idea que nos imponen de que el norte es para arriba y el sur es para abajo. ¿Por qué nos educaron para ver el mapa de una manera y no de la otra? Hasta se le puede realizar una lectura política”, explica su autor. “También tiene una pequeña referencia a la portada de Miami, el disco de Babasónicos, que a mi parecer es una de las mejores portadas del mundo.”
La dirección musical, más allá de lo bien que suena, mantiene una constante de pequeños coros con historias simples, pero a la vez oscuras e intrigantes. La cuota de melancolía que la voz de Goyeneche aporta se mimetiza a la perfección con los coros urgentes de Kosinski, y justamente las guitarras de ambos siguen siendo el sello distintivo de la banda, ahora no tan grunge sino con melodías pulidas y certeras. Las pequeñas historias son las protagonistas, todos himnos breves acerca de la soledad, el amor, la vida en un pueblo y los losers que ganan. Ninguna de las 13 canciones supera los 4 minutos y eso le da frescura a un disco que está muy lejos de empalagar.
Las piezas más destacables y representativas son Los niños de Orense, Pequeña Napoleón y Los días felices, justamente las elegidas para realizar tres audiovisuales en una onda VHS y estética trash comparable con la del director Harmony Korine. Los videos llegarán antes de fin de año.
Las referencias a la hora de comparar pueden ser variadas, desde la etapa más actual de Stephen Malkmus o la velocidad punk melosa de Yuck. “Nos han llegado a relacionar con Arcade Fire, por esa épica melodramática que tenemos. Está bueno cuando pasa eso, ya no aporta en nada que nos asemejen con 107 Faunos”, dice Kosinski. “También surge mucho la similitud con My Bloody Valentine, los escuchamos mucho y de ahí sacamos las afinaciones de la guitarra. La Plata tiene esa misma línea de voces y violas.”
* Valentín y Los Volcanes toca el jueves 19 en el Centro Cultural Estación Provincial (17 y 71, La Plata). A las 22.
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