Jueves, 27 de septiembre de 2012 | Hoy
LOS INCONCIENTES DEL BALURDO (ASí, SIN “SC”)
La estética visual y sonora del álbum contiene pistas sobre el trabajo artesanal del colectivo que da como resultado un “espíritu degenerado” que mezcla carnavalito, reggae, cumbia y folclore, entre otros.
Los ojos del urbanita transitan inquietos el paisaje. Casas de adobe salpicadas sobre el relieve montañoso, un nene y su mamá que se asoman para auscultar a los extraños. El clima es seco y el sol pica fuerte, calienta las cabezas y el equipaje, donde se mece alguna botella descorchada de anoche. Dondequiera que se lo escuche, al echar a andar el debut discográfico de Los Inconcientes (sic) del Balurdo, esas imágenes pueden asaltar a la imaginación.
Pero el marco es otro. Los Inconcientes están congregados en su base de operaciones, un caserón reformado del barrio porteño de Constitución, emblema del tránsito metropolitano, tierra de asalariados y trabajadoras del sexo. Desde el balcón se ve cómo la lluvia baña el kiosco de diarios y una estación de servicio donde un empleado de seguridad privada estira un café. Ahí funciona un colectivo dado por la amistad como fin en sí mismo y atravesado por la expresión artística en diversos formatos: música, pintura, contenido audiovisual, escultura. Con sus doce integrantes –casi todos músicos puramente intuitivos–, el grupo combina instrumentos como guitarra criolla, acordeón, clarinete, trompeta, saxo, flauta melódica, bajo acústico, piano, cajón peruano y otros elementos percusivos además de las voces –de protagonismo aleatorio–, para dar como resultado un “espíritu degenerado” que mezcla carnavalito, reggae, cumbia y folclore, entre otros dominios. Y todo empezó haciendo covers acústicos de bandas de rock local.
El resultado nunca suena forzado, y el contraste geográfico funciona como uno de los pilares conceptuales del disco. “La banda empezó a tomar forma después de un viaje en el que fuimos subiendo desde el Norte argentino hasta Perú. Ahí hicimos las primeras canciones, y cuando volvimos a Buenos Aires empezamos con los ensayos”, explica Martín Fisner, uno de los principales compositores. Es que los ocho tracks que componen la placa, que lleva el nombre del grupo, se suceden como un diario de viaje o una road movie sonora de bajo presupuesto. En eso colaboran separadores –falsas pautas publicitarias, conversaciones casuales, lecturas, ladridos– que hilan las pistas para provocar sensación de relato. El viaje como experiencia liberadora y catalizadora de amistad (Purmamarca, Sin Revoque), donde el hombre urbano coteja la armonía natural de lo ajeno con la compresión típica de la gran ciudad, el vino como ritual solidario (Mi Yelto Rino, Bailando Con El Diablito) y la música como puente o síntesis de la vivencia compartida (Rasposos). “El viaje te da conocimiento de distintas culturas y otras influencias a la hora de expresarte, y si tenés una banda es porque querés contar cosas, no sólo con las letras. Encontrarte con otros lugares, otra fauna y otro clima te enfrenta con situaciones chocantes”, amplía Martín.
La estética visual y sonora del álbum contiene pistas sobre el trabajo artesanal del colectivo. Desde el arte de tapa, desarrollado con serigrafía y detalles como el trozo de corcho para sujetar el CD o los nombres de las canciones escritas con fibra, hasta el sonido austero pero cálido, logrado con métodos de grabación caseros en manos de inexpertos provistos de dos micrófonos, una placa de sonido y una computadora hogareña. Aun con la premisa del hazlotúmismo, la estructura compositiva está despojada de un género definido porque, al ser tantos integrantes sin una idea previa sobre qué hacer, las influencias personales se difuminan hasta dar con un resultado “Inconciente”. Y en parte, ese espíritu degenerado se sostiene por la formación de dos subbandas: una de cumbia (Los Patis) y un trío de rock (Nolbelto), vías de escape para las preferencias personales.
* Los Inconcientes del Balurdo se presentan junto con Nolbelto y Los Patis este sábado desde las 23 en El Zaguán, Moreno 2320.
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