EL FENóMENO DEL COUCH SURFING DE CARA AL VERANO
La idea de surfear en sillón —viajar de casa en casa— explotó desde la salida de Couch Surfing, una red social que permite encontrar casas libres para pasar uno o varios días. Historias de cómo usar Internet para darse una vuelta por el mundo y pagar poquito o nada, o que te paguen por hacerlo.
› Por Brian Majlin
Cuando se habla de un viaje, la pregunta inevitable es “¿Cuánto pagaste?”. La cuestión vital del viajar, de salirse de la rutina para entrar en un mundo ajeno, con una cultura y una forma de vida ajenas, pasa a ser sólo una cuestión de consumo, de compraventa y de cotización del dólar. Pero hay otras personas —siempre las hubo, no es novedad— que buscan en el viaje algo más. Una experiencia trascendente que les devuelva un camino, un renacer. Y, por lo general, los viajeros se afianzan en comunidades. Como tribus que transitan por el mapa sin rumbo fijo. Hace tiempo pasaban desapercibidos o se conectaban a través de libros de visitas en los hostales, pero hoy —y ahí sí la novedad— los viajeros se comunican como toda tribu: a través de una red social “virtual”.
El Couch Surfing —surfear en sillón— debe su nombre y existencia a Casey Fenton, un chango norteamericano que antes de un viaje a Islandia decidió averiguar datos del lugar en un foro en la web. La buena onda de los que respondieron lo motivó a crear una comunidad virtual sin fines de lucro. Desde fines de 2011 pasó a ser una corporación con fines de lucro —tras una inyección de 8 millones de dólares—, pero aún no cobra ni un centavo por sus servicios. Es decir que cada quien se conecta, crea un perfil, se contacta con millones de personas, intercambia datos, recomendaciones, hospedaje y experiencias. Y todo, absolutamente todo, sin gastar un peso.
Antes de Couch Surfing ya existían otras redes sociales para viajeros como Hospitality Club, pero ninguna alcanzó su masividad. Casi 5 millones de usuarios en 93 mil ciudades y en 207 países. Casi una exacta igualdad entre hombres (53 por ciento) y mujeres (47 por ciento), y un 70 por ciento que tienen entre 18 y 30 años. De Zimbabwe al Polo Norte, donde vayas, habrá quién te reciba. Y los argentinos no estamos exentos de este fenómeno de masas: hay más de 20 mil “hosters” —receptores— activos en Argentina.
¿Por qué tanto éxito? Los que lo han experimentado suelen volverse fanáticos. Coinciden en que no es una forma de abaratar el viaje solamente, sino que es una filosofía de vida. Para Daniela Perelló, una cordobesa de 28 años que hace casi tres que “surfea” —para “devolver” lo que vivió en su primera experiencia de Couch Surfing en viaje por Colombia—y que ha recibido a más de 100 personas en su casa, el Couch Surfing es éxito entre los de su generación porque crecieron “habituados a la computadora, y al uso de redes sociales”. Y se debe —dice— a que saben adaptarse a situaciones que pueden “no ser cómodas”, como dormir en bolsas de dormir, en colchones inflables o hasta en el suelo, compartiendo habitaciones entre varios viajantes. Claro, conocer extraños tiene su encanto, pero puede acabar abruptamente cuando las cosas no salen como se planearon.
Ella explica un poco la filosofía: “Se intenta compartir cultura. No se trata simplemente de hospedarme gratis, eso es una consecuencia colateral. Se nota mucho cuando viene gente que te usa de hospedaje. Viajar de esta manera requiere de compartir tiempo con el otro. Aprendí a conocer y respetar las culturas, por más diferencias que tengamos”. Daniela no sólo conoció mucha gente, sino que se enamoró de la onda que tenían sus visitantes neocelandeses y decidió irse. Hace pocas semanas que está viviendo en Nueva Zelanda, trabajando allí y —relata en su cuenta de Twitter desde el exilio— que no ha parado de salir y pasarla en grande con los “kiwis”.
La experiencia es tan gratificante que algunos se animan a hablar de adicción. Es el caso de Maru Arabehety, una porteña de 29 años que surfea hace seis. “El viajar se torna un poco adictivo, como el conocer gente ‘exótica’, uno no puede parar de planear. Recién este año decidí quedarme en Argentina. Y así y todo en lo que va del año ya viajé seis veces”, cuenta.
Explica con lujo de detalles uno de los puntales de esta comunidad virtual que se hace material en cada viaje: la marginalidad de ser turistas por fuera de la cultura de consumo que todo lo abarca. “Uno puede decidir quedarse en un lugar, pero eso no quita que acepte de lleno las normativas de la ciudad y del mundo capitalista. Creo que la mayoría vuelve a la ciudad para trabajar, ganar dinero, y seguir viajando. O los que están cansados de tanto viajar y quieren quedarse un poco quietos. La mayoría de los couchsurfers son personas muy independientes. Cuesta encajar en la sociedad. Como dijo Chavela Vargas: ‘Lo supe siempre. No hay nadie que aguante la libertad ajena; a nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ése es el precio que tienes que pagar: la soledad’. Maru entró al Couch Surfing mientras planeaba un viaje a Europa y destaca que al ser masivo es útil para ‘organizar viajes y eventos’, pero también reconoce la dificultad de que muchos no entiendan ‘el espíritu viajero y sólo quieren sexo, robar u hospedaje gratuito’. No es la idea.”
El temor a hospedar o visitar desconocidos es algo latente, pero ellas lo despejan: “No me da miedo tener visitantes en casa. Siempre existió la solidaridad, sólo que Couch Surfing le da un marco operativo. Y funciona muy bien”. “Cada persona que pasó por mi casa es una historia nueva que quiero vivir y de la que quiero sacar lo mejor”, resume Daniela. Ana Toledo sí tuvo miedo. Empezó a vivir la experiencia de Couch Surfing a partir de 2007 y recién dos años después recibió a su primer visitante. Hoy es la mayor receptora de la provincia de La Rioja —a la que se siente orgullosa de representar y “poner en el mapa turístico”—, lo que empezó como un juego intercultural para practicar el inglés, acabó siendo una actividad reveladora.
“Al principio me ponía nerviosa saber que tenía que abrir la puerta de casa y me encontraría con alguien completamente extraño y que se quedaba unos días en casa. Con el tiempo lo perdí. Incluso pienso que me ayudó a ser menos tímida. Porque era tímida en mi vida diaria, éste es un buen ejercicio para dejarse fluir, porque con la gente que viene y que está de paso, no se puede perder tiempo con timideces: si tienen algo valioso para enseñar, no tengo un mes para averiguarlo”, explica Ana.
Cuentan que hay un antes y un después. Que la apertura y lo vivido se impregnan en el individuo, que hacen imposible volver a ser él mismo. Ana dice que irá al Mundial de 2014 en Brasil con David —un colombiano de EE.UU. que se instaló en su casa con otros dos amigos— y tres amigos más de ellos. Es sólo un ejemplo de lo sólidas que pueden volverse las relaciones líquidas de la virtualidad.
Hay otros consejos a seguir, para “encajar” y ser buen couchsurfer. Comportarse, llevar un regalo, comprar los alimentos o no quedarse muchos días, pero tampoco muy pocos. Como buena red virtual, se basa en la reputación online. La gente ve las referencias, los perfiles de los usuarios y elige dónde y con quién compartir. No hay más secretos. Log in.
“Hay tres flacos que están viajando hace meses por el culo del mundo y lo cuentan en su web.” La noticia me llegó por la vía correcta, es decir, por Twitter. Los tipos viajaron en junio de este año que se termina, cargados de ilusiones y ganas —basta leer el prólogo de su historia, o tan sólo la presentación de los viajeros— y han logrado sus objetivos. Quizá no lo sepan, porque aún no acaban ese viaje que pautaron inicialmente en ocho meses, pero han logrado el objetivo trazado. Antes de partir, dejaron escrito un mensaje para la posteridad —y lo hicieron como lo hacemos todos los humanos hoy en día, a través de la web—: “Viajamos para ver si hay diferencias y las similitudes entre las culturas que visitaremos”. Recorren Oriente —Rusia, Myanmar, China, India, Mongolia, Vietnam, Tailandia, y más— y lo retratan en su web: www.expresoaoriente.com.
Apenas leí ese tuit —y digo tuit ahora que la Real Academia lo permite— entré en su página y devoré una a una sus crónicas, que van de la plena inocencia y la mirada limpia de los turistas a la reflexión aguda y la mirada cargada de los cronistas con pretensiones antropológicas o sociológicas o de alguna ciencia social que dote de lógica lo que están observando. De Frankfurt en junio, a Myanmar en noviembre, han pasado ya por más de medio viaje y, claro, medio planeta. Y lo han escrito.
Lo han marcado para siempre, como los viejos cronistas de Indias que chuparon la cultura de los indios —que creyeron indios, a decir verdad— y la grabaron a fuego y metal en las cartas que enviaron a la Corona. Hay una pretensión de contarle al mundo lo que el mundo no sabe. Eso que se descubre. Y cuentan con una herramienta —La herramienta— vital: Internet.
Gastón Bourdieu, Joaquín Sánchez Mariño e Hipólito Giménez Blanco llevan seis meses de viaje. Hace poco más de un mes se les sumó Ignacio Antelo. Son tres periodistas y un programador publicista. Todos ellos en los veintimedios, a mitad de camino entre lo que querían ser, lo que son y lo que quieren ser cuando sean grandes. Se conocieron hace más 15 años en la escuela y forjaron una amistad con proyectos en común. Retratan con palabras, retratan con fotografías y retratan con videos. Y musicalizan lo que suben. Son parte de la horda de millones de jóvenes que, como un mini multimedios ambulante, viaja por el mundo muñido de tecnología (netbooks, cámaras, pendrives, cámaras digitales, tablets, celulares, Ipods, discos rígidos portátiles) y lo reflejan inmediatamente en la web. Que dejan un legado instantáneo.
Se hospedan en casas de familia, vía couchsurfing, en hostels y hasta en carpas. Casi sin tiempo de reflexión: viajan, ven, cuentan. Hipólito había viajado hace dos años —por un lapso de 12 meses— y explica lo que puede y como puede.
—Al principio pensamos irnos dos meses para conocer Rusia, pero yo creí que era poco tiempo y no quería dejar mi trabajo sólo para ir a Rusia, y propuse que hiciéramos algo más extenso. Así surgió la idea de irnos en círculo desde Europa a Medio Oriente —pasando por Rusia, China y la India— y regresando a Europa al finalizar los ocho meses. La idea era ver cómo era el cambio cultural en el pasaje de Occidente a Oriente.
—¿Y por qué retratarlo en el momento?
—Nos pareció interesante ir contándolo. Aprendimos a filmar y a editar, y decidimos armarlo así. Y la respuesta de la gente, que leía y se enganchaba, nos iba dando mayor estímulo —y a la vez presión—, para ir haciéndolo. Y vamos contando lo que nos parece interesante: desde una familia francesa que viaja en bicicleta hasta Beijing hasta la existencia de un lugar como Mongolia, un país repleto de nómades donde no existen rutas en todo el territorio ni divisiones de tierras con alambrados.
—¿Cómo viven ese proceso?
—Es agotador. Moverse a cada rato de un lado a otro, tres días en cada lugar y te va cansando. Te van dando ganas de volver a tu casa, a lo tuyo. Además estás perdiendo el goce por viajar, porque estás más atento y despierto a lo que pasa, a retratar y reflejarlo. Pero es una presión divertida.
—¿Qué “pro” y “contra” trae esa herramienta online para el viaje y la narración?
Ignacio: Contra es que hay menos instancia de reflexión, y pro es que, a su vez, hay una instancia de reflexión obligada, una búsqueda que a veces en viajes de placer no se hace y acá estamos obligados.
—¿Qué desafío encontraron?
Hipólito: Lo más complejo es conseguir conexión a Internet. Hay lugares en los que nos pasamos dos o tres días para ver en dónde subir los capítulos, que son bastante pesados. En Myanmar estuvimos dos días buscando y caímos en la Embajada de Inglaterra, donde nos indicaron en qué hotel de lujo podía conseguirse. Ahí nos hicimos pasar por huéspedes para conectarnos. Y en la India también es muy complejo. A veces pensamos que no vale la pena tanto esfuerzo, pero la gente que lee te da empuje para seguir.
El uso masivo de la web ha cambiado la forma de viajar. No lo dice una publicidad de Despegar.com, ni un agente de viajes enojado porque le hayan cascoteado el “rancho” —o el negocio, que es igual—. Y aunque parezca un cliché, entre las múltiples novedades que Internet supuso para los viajeros de todo el globo, el Crowfunding es uno de los formatos que más éxito ha tenido. Porque viajar quieren todos, pero viajar gratis aún más.
Crowfunding es un método de financiamiento colectivo vía web, que emerge a mediados de los ‘90 en Inglaterra, cuando la banda Marillion consigue que fans de Estados Unidos costeen el viaje para que se presenten allí. Desde entonces, aunque el término se acuñó recién a mediados de la década pasada, han surgido centenares de plataformas web en las cuales se puede apostar por proyectos ajenos y que otros financien los propios. En Argentina funcionan principalmente dos: Idea.me y Panal de Ideas. En ambos hubo —y hay— proyectos de cine, teatro, literatura, música y de todo tipo. Fue sólo cuestión de tiempo para que emergieran los de viajes. Es decir, de gente que quiera costearse sus aventuras.
Pía Giudice, jefa de comunicación de Idea.me —la plataforma más grande de Argentina y Latinoamérica—, cree que el método de financiamiento colectivo inevitablemente “tenderá a los viajeros e incluso a los alumnos del secundario para financiar sus viajes de egresados”. Hoy en día, existen precursores que han logrado —creatividad mediante— el apoyo necesario para viajar.
Son los casos de La vida de viaje —proyecto de la pareja de fotógrafo y bloguera formada por Andrés Calla y Jimena Sánchez, dos “pibes” de 24 años con ganas de hacer un foto documental desde Ushuaia a La Quiaca— y del urbanista francés Nicolas Dubois y el arquitecto argentino Julián Grobe, que partieron desde Buenos Aires a Río de Janeiro en bicicleta hace un mes.
La Vida de Viaje (www.lavidadeviaje.com) consiguió 13 mil pesos a principios de diciembre y recibió el apoyo de más de casi 100 personas que pusieron entre 25 y 1300 pesos cada una, según los regalos prometidos para cada uno de ellos. Desde participar de la bandera que llevarán, hasta un logo empresarial que los esponsoree. Andrés y Jimena volarán a Ushuaia el 28 de diciembre y saldrán el 1 de enero oficialmente. Irán en bicicleta por la ruta 40, para conocer a la gente, “andar el camino y viajarlo al ritmo propio”. Frenarán en las escuelas rurales de la zona y promoverán dos objetivos tan loables como disímiles: la concreción de sueños y la donación de bicicletas. “Elegimos el crowfunding porque desde hacía ya un tiempo solíamos ver (y hasta apoyar) otros proyecto de Idea.me y nos parecía una forma interesante de poder conseguir un apoyo económico para poder llevar adelante este foto documental”, explica Andrés, cerrando el círculo.
Al igual que ellos, Nicolás y Julián eligieron este método como forma de costear su aventura. En su caso, partieron el 5 de noviembre y terminarán el 31 de diciembre la travesía en bicicleta desde Buenos Aires a Río de Janeiro. Y buscan, según explican en la web, fomentar el uso del transporte sustentable. Es decir que juntaron 22 mil pesos de 60 colaboradores para armar entrevistas con ong de Uruguay y Brasil, para desarrollar y analizar proyectos para el fomento de la movilidad sustentable y el biciactivismo. En total, serán 2800 kilómetros en bici y podés seguirlos en: www.biciactivistas.com.
Entre las novedades, se apunta la banda de indie pop Nubes en mi casa, que desde hace unos pocos días están juntando monedas a través de la web, para viajar al South By Southwest en Texas, EE.UU. en marzo de 2013. La banda de Josefina Mac Loughlin, Hernán Dadamo, Hugo Amor, Pablo Pérez e Ignacio Berghelli tiene dos discos y pretende llevar su música al máximo encuentro continental de música de este género. También, imbuidos del espíritu colectivista y anárquico de Internet, ofrecen su música en forma gratuita y abierta. Y el que quiera oír que oiga. Y el que quiera viajar, que se arme un proyecto y pida ayuda en la web.
* Se puede colaborar en http://idea.me/proyecto/588/viajeausafestivalsxsw
En épocas estivales, de cemento caliente, con el alquitrán adobando las ojotas y los sudores en pleno, hay una inevitable búsqueda por escapar. Hacia el mar, de ser posible. Hacia el aire fresco de la playa, hacia los paradores costeños en los que nutrirse de churros, panchos, cervezas y, cuándo no, relaciones amorosas. Porque hay que decirlo sin vueltas, el viaje a la costa atlántica es tan preciado como la primera vez. Es, mejor dicho, la primera vez para muchos y en muchos aspectos.
Ese recodo iniciático en el que los jóvenes se encuentran con las primeras aventuras —y desventuras amorosas—, con las salidas en grupo, las movidas comerciales de los paradores y las nutridas fiestas de los boliches. Y hay mucho menos glamour que en los viajes al exterior pero también hay mucho más rock. Porque si la costa es el espacio de inicios para los jóvenes —del inicio de la independencia también, por qué no—, es también el punto de partida de gran parte de las bandas argentinas. Históricamente desfilan por Villa Gesell, Pinamar y Mar del Plata las bandas rockeras que intentan ganar adeptos entre la masa que visita las playas a media tarde y copa los festivales a medianoche. Y no conformes con esos primeros años de rebusque, la costa atlántica convoca también a bandas “consagradas” en busca de la moneda que proporciona el municipio que sea para captar al turista.
Así, pasarán por las playas y las calles numeradas de la costa desde Catupecu Machu y Los Pericos hasta La Mancha de Rolando, Bersuit Vergarabat o Fabiana Cantilo, y también pasarán centenares de ignotos veinteañeros haciendo sus primeras rumbas. Una de las bandas que ha despegado en 2012 y ya ha confirmado su desembarco costero es Tan Biónica, que estará en el Budweiser on the Road, que empezó la semana pasada en la Ciudad de Buenos Aires, y los llevará en enero el 3, el 12 y el 26 a Mar del Plata, Villa Gesell y Pinamar respectivamente.
Pero allí donde supo ser tierra exclusiva de rockers, donde por años reinó Attaque 77 o se hicieron conocer bandas como Cielo Razzo y Los Piojos, ha llegado en los últimos tiempos —¡qué hubiera dicho el Carpo!— la movida de los festivales de música electrónica y dj. En Mar del plata se hará el 26 de enero el Armada Beach Festival —de la discográfica holandesa homónima— y tocarán allí el alemán Markus Schulz, y los norteamericanos Christopher Lawrence, y Gabriel y Dresden.
Pero como no todo es glamour y fama, los chicos de SensaFilo, una banda de ska fusión, buscan mezclarse entre tanto consagrado para llevar su primer disco y tener la “primera vez” yirando en la costa. Y lo hacen, como no podía ser de otra manera, en pleno 2012, apelando a la web y al crowfunding, pidiendo a través de Panal de Ideas — http://panaldeideas.com/proyectos/sensafilo-se-va-a-la-costa/— que los visitantes aporten lo suyo para que el viaje esté equipado de la mejor manera. Lo que se dice: un mangazo para la gira. Un mangazo para el toque. Maty, Naty, Leo, Tito, Juan y Seba —así, sin apellidos ni maquillaje— quieren presentar su primer disco: el segundo va a ser mejor. Y prometen recompensas a todos los que los ayuden. Desde entradas para todos sus shows del año que viene hasta un show privado en el rincón del país que elija el aportante. Así —dicen— harán crecer a la familia SenaFilo.
—Lo importante o interesante que tiene una girita por la costa es poder lograr que te escuche no sólo gente de Buenos Aires, del lugar de donde sos, sino también de otras partes de la Argentina.
—Claro. La costa, en general, es elegida por mucha gente para pasar sus vacaciones. Digamos que es como un gran punto de encuentro para mostrar tu música.
Y hacia allá van, con la pretensión de ser —al menos para algunos cientos— los autores de la canción del verano. Esa que se pegará en el tímpano de enero a diciembre y quedará —a mediados de junio— como un hit representativo de algo que ya no está. De la primera vez en la costa.
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