ARBOL, UNA BANDA QUE “JUEGA”
Niños exploradores
Los pollos de Gustavo Santaolalla dicen que ellos no hacen como “montones de bandas”: denunciar el presente también es posible desde la perspectiva de un pibe. “Somos un grupo de chicos haciendo cosas de grandes”, aseguran.
Por Roque Casciero
Los cinco integrantes de Arbol no podrían ser más diferentes entre sí. Como ejemplo, no hay nada mejor que el contraste entre sus dos cantantes. Eduardo Schmidt asegura ser un “adicto a la lectura”, que consume cuanto libro se ponga a su alcance. En cambio, Pablo Romero se define como “súper cabeza”, ante las carcajadas de sus compañeros: “No leo nada, no voy al cine. Lo que más me gusta es salir en bicicleta y escribir sobre las sensaciones que tengo cuando ando por ahí, con el viento en la cara”.
Precisamente, la ensalada de personalidades es la que ha producido una música que el propio quinteto admite como “difícil de clasificar”, en la que conviven el rock, el ska y el punk con ritmos e instrumentos del folklore argentino. Con esos elementos, Arbol hace canciones energéticas con historias algo retorcidas, vistas (casi) desde los ojos de un niño. “Aprovechamos el lenguaje de los chicos para decir otras cosas. Por ejemplo, en muchas canciones hablamos de la mentira. La generación de nuestros padres es la que le hizo creer al país que 30 mil personas habían desaparecido por arte de magia. Esa misma mentira es la que después sentimos con el 1 a 1 y que vamos a seguir sintiendo hasta que no cambie la cosa, porque el mundo es careta. Pero no vamos a salir a gritar eso, ya lo hacen montones de bandas. Entonces usamos una imagen que es la de cuando sos chiquito, suena el teléfono y tu vieja te dice: ‘Si es fulano, decile que no estoy’. Ese es como el primer síntoma de mentira que te insertan en el chip. Y de eso a decir ‘estamos en el Primer Mundo’ no hay mucha diferencia.” No es casualidad, entonces, que el arte de Chapusongs, el segundo y más reciente álbum de Arbol, muestre una iconografía netamente infantil, como de revista para alumnos de escuela primaria. “Esta banda funciona como un grupo de chicos haciendo cosas de grandes”, define Romero. Y el guitarrista Hernán Bruckner apoya: “Arbol tira esa cosa de energía positiva que tienen los chicos, de saber que las cosas están mal, pero seguir adelante. Nos interesa la sensibilidad de los pibes, esa cosa de expresividad que tienen. Por ejemplo, poder tocar una trompeta sin ser trompetista, desde la intuición y las ganas de jugar”.
Por estos días, los miembros de Arbol juegan a que van a tocar otra vez en Cemento (este sábado) y a que pronto se subirán a un avión para su segunda gira por México y Estados Unidos. A veces, cuando juegan, ni siquiera pueden creer que ya llevan ocho años juntos y que grabaron dos discos para Surco, el sello de Gustavo Santaolalla. “Muchas bandas se cansan de pelearla, de no ganar un mango y encima tener que poner plata, pero lo que sostiene a una banda, finalmente, son las ideas”, reflexiona Schmidt. “Cuando la gente escucha a una banda que trae una propuesta nueva, puede tardar un tiempo, pero el trabajo da sus frutos. Y Arbol siempre se rompió el culo para tratar de hacer algo original y sorprender todo el tiempo al público.”
–Desde Arco Iris en adelante, algunas bandas argentinas se interesaron por mezclar ritmos del folklore argentino con el rock. ¿Ustedes se sienten parte de una tradición o eso les salió porque sí?
Pablo: –Las dos cosas.
Hernán: –Empezás haciéndolo porque tenés ganas y después terminás perteneciendo a algo.
Eduardo: –Al ser un grupo de rock, está bueno no tener las ataduras que tienen los grupos de folklore. El final de “La cáscara máscara”, por ejemplo, está instrumentado como lo hacía Waldo de los Ríos, como un folklore de proyección pero del ‘50, con cintas y electronics de esa época. Por el lugar del que tomamos el folklore, podemos darnos esos lujos. Como es un estilo que recibimos de rebote, porque vivimos en Haedo y escuchamos más rock, podemos divertirnos y deformarlo. Total, no somos un grupo de folklore y nadie va a venir a retarnos. Y creo que desde algún lugar del folklore también se nos da permiso... Aunque no lo hayamos pedido.