Jueves, 27 de diciembre de 2012 | Hoy
¿... Y SIN CANCIONES?
Cantar canciones que nadie ha cantado, canciones que alberguen sentimientos que nadie haya sentido, que abran senderos que nadie haya transitado... Esto es lo que recomendaba Paramahansa Yogananda, célebre yogui que viajó en 1920 de la India a Estados Unidos para introducirlos en los secretos del yoga y de la sabiduría milenaria india. Como prueba de su poder, dejó en agosto de 1952 un cadáver inmaculado que, 20 días después de haber muerto se encontraba (al decir de Harry T. Rowe, director del Forest Lawn Memorial y experto profesional en putrefacción de cadáveres) el cuerpo de Yogananda no manifestaba “indicios de corrupción”. La anécdota, que bien amerita alguna canción, se opone de algún modo al “muere joven pero deja un cadáver bonito”, frase repetida hasta el hartazgo de un tema de Alice Cooper.
Quizá la canción siga siendo la misma, pero a la vez hay que volver a escribirla de nuevo. Una y otra vez, no se trata de sacar un pent drive con 1400 canciones: eso son sólo archivos. Algo hay que componer, aunque sea como excusa para salir por un momento del chat. O para salvar las papas. Con tantas empresas, managers, abogados, productores ejecutivos, agentes de prensa, dealers, groupies y familiares alrededor... ¿Para quién canta el rock entonces?
Mientras Bruno Arias le sigue dando forma al proyecto colectivo El Bondi Cultural (en el que se fueron subiendo nuevos talentos del folklore como Hernán Bolletta, Javier Caminos, Luciano Cañete, Che Joven, Federico Pecchia, Pucho Ruiz Santiago, Juan Pablo Ance, entre otros) y busca juntar filas junto con todos los movimientos en el país que rechazan la minería a cielo abierto y sus riesgos contaminantes y busca darles una voz a los pueblos originarios, los músicos de rock, además de seguir acercándose a estas movidas solidarias (el rock puede ser estúpido, frívolo e ignorante pero siempre fue sensible y solidario) bien podrían empezar a aprender, rescatar y apropiarse de canciones que, por pereza, dispersión o ingenuidad, aún nadie se animó a sacar del freezer.
O, mejor aún, retomar esa vieja pero siempre eficaz dinámica que nunca perdieron el folklore, el jazz, la bossa nova, el tango o la música jamaiquina (y si no pregúntenle a Hugo Lobo y a sus siempre maravillosos Dancing Mood), ese sentido común de entender que, si una canción es buena, capaz que se puede interpretar aún mejor. O de manera diferente. Leo García entendió muy bien esto, y en este último año se las ingenió para darles un plus a sus presentaciones, en las que logra ser él sólo con su guitarra una auténtica banda. El ex Avant Press siempre saca canciones de la galera: versiones de Melero, Nebbia, Cerati, Gardel-Lepera y Tanguito, pero Leo también se anima al cancionero de contemporáneos como Walter Lema de Placer o Ale Schuster de Viva Elástico, dos bestias pop de la subestimada ciudad de Longchamps.
Al fin de cuentas, a pura devoción por el blues de Chicago los Rolling Stones generaron a principios de los ‘60 la “rollingmanía” sin haber compuesto una sola canción. Luis Alberto murió y dejó un legado musical de una belleza melódica increíble, aunque algunos aún insisten en que sus canciones son imposibles de tocar. Mientras tanto, los despistados de siempre, que insisten con la actitud tan cipaya como anacrónica (¡Los Gatos Salvajes ya cantaban rock en español en 1965!) de seguir cantando en inglés, bien podrían agarrar alguno de estos u otros diamantes y traducirlos al inglés. De última, los acordes de muchos de estos temas están en Internet.
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