¿Y SI NO EXISTIERA LA MODA?
› Por Federico Lisica
Algunos lo consideran frívola caparazón, otros lo interpretan como un distintivo cual escudo familiar. Hay una certeza: sea calzándote unos pijamas, un poncho, una remera negra apolillada, una chomba de una marca ABC1 para lucirla en la bailanta o rebuscando baratijas en una feria americana, los artistas ansían un look que los catapulte. ¿Una imagen vale más que mil canciones?, ¿podría vivir el rock sin un look? En un segundo, decimos Lennon, y lector piensa en, exacto... anteojos. Bueno, y en un piano blanco.
Como teorizó Daniel Melero en su biografía Ahora, Antes y Después (escrita por Gustavo Alvarez Núñez y lanzada en este 2012 por Derivas): “El problema es seguir las tendencias, algo que es caro. En mi caso, es tan fuerte el estilo que la gente lo asocia con la comodidad del dinero”. Su –auto– definición de lo que es una forma, de la traducción de un quid en imagen, del look en definitiva, es seductora por dos motivos. Primero, el estilo no está disociado del contenido, es parte, consecuencia, o –en el mejor de los casos– simbiosis entre uno y otro. Segundo, como dirá también Melero, sólo a los artistas de cierta índole suele achacársele su búsqueda estética.
Es cierto también, que de la imagen andrógina de Patti Smith en la tapa de Horses a ese humanoide avant-garde llamado Lady Gaga, hay tanto de cálculo como contrastes. Si una la usó como nave de su poética, para la otra es un elemento esencial de su decálogo acerca de la propia personalidad. Justamente Lady Gaga que llegó a la Argentina en este 2012 para delirio de sus “little monsters”. Recordemos que los fans más extravagantes eran elegidos para ocupar un lugar preferencial en el recital. La prensa se hizo un festín con los chicos/as/xs pintarrajeados, carneados, plateados, y en un punto indiferenciables, ya que ese look cuadraba dentro de la lógica de la artista. De música se dijo poco y nada: tal vez porque había poco que decir sobre sus melodías empapadas de autotune. La música en este caso es la nave de un discurso que puede ser tan rico como contradictorio.
Otro caso atractivo es el de Ariel Pink. En la entrevista que le hizo Facundo Enrique Soler para el NO dejó frases astutas (“tengo un ego enorme y absurdo atrapado en una botella que se llama inseguridad”) y otra máxima en cuanto al estilo: a nadie le gusta ser copiado. Frente a la pregunta sobre la otra artista que se define por el mismo color que él dijo: “Me acuerdo cuando la vi por primera vez en televisión y empezó a salir en todos lados; en ese momento yo era un don nadie de Beverly Hills, ¡pero ya hacía música, me teñía el pelo rosa, y me llamaba Pink!” La copia mata al look.
Paradójicamente una experta en el tema como Victoria Lescano, autora del libro Prêt-à-Rocker, ve que hay “una exaltación del nolook o antimoda, yo casi prefiero llamarlo así”. La periodista de moda, en cuanto a nuevas tendencias, ve más riqueza en el rock local que a nivel internacional. Elige a grupos como Coco, Las Kellies, Lavial, Julieta y Los Espíritus, que pueden trabajar codo a codo con diseñadores, tocar en apertura de locales o pasarelas; la “línea estética y ética cuasi folk” de Las Huevas –Sofía Viola y Bárbara Palacios– y a un diseñador como Gerardo Dubois (más conocido como Bandoleiro) “que hizo preciosos atavíos thrash para Bjork”. Lescano concuerda que hay un marco muy definido desde el patrón industrial hacia el rock tomándolo como un elemento más. Basta prender la tele, ver y escuchar a Iggy Pop promocionando la campaña de Paco Rabanne cayendo en todos los clisés posibles del rock. Eso es lo que debería estar acabado. Otra slogan publicitario nos asegura desde hace años que “la imagen no es nada, la sed es todo”. Puro cinismo. La imagen sigue vigente aunque a veces explote como burbujas.
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