¿QUé PASARíA SI NO HUBIESE INSTRUMENTOS?
› Por Santiago Rial Ungaro
“Quiero tocar la guitarra todo el día, y que la gente se enamore de mi voz” cantaban los Decadentes a fines del siglo pasado y parecería que hubiera pasado un siglo entero: “Quiero tocar la guitarra en el video. Y que la gente se enamore de mi imagen” parece un slogan más adecuado para estos tiempos tan oculares. Lo cierto es que tocar la guitarra todo el día (sea haciendo canciones o buscando pescar algo de Richard Coleman o John Frusciante) no es la única opción para poder hacer música. Pero de todos modos, esta nueva Argenchina necesita de todos los buenos guitarristas que tenemos, toquen lo que toquen. Gabriel Carámbula. Baltasar Comotto, Gustavo Bazterrica, Alejandro Fiori, Walter Giardino, Gringui Herrera, Héctor Starc, El Tano Romano o Carca no aprendieron a tocar así jugando con el Guitar Player.
Tocar la guitarra todo el día sigue siendo el secreto para lograr cierta maestría con un instrumento que aún tiene mucho que decir. Y lo mismo pasa con el bajo, las maracas, el sampler, las castañuelas, la armónica o el mouse: en teoría cualquiera puede hacer cualquier cosa, pero cuando Pappo le dijo a Dj Dero que él no tocaba y que se “buscara un trabajo decente”, la reacción del discjockey fue sonrojarse como un colegial descubierto por la directora del colegio mientras se copia en pleno examen. Pero el fraude no era en realidad saber tocar botones, sino pretender usurpar el espacio (históricamente marginal y conflictivo) de los músicos.
Pre Cromañón, a principios del siglo XXI hubo otra tragedia para la comunidad musical, que a la larga afectó a toda la sociedad: el cualquierismo musical de pretender que todos somos iguales, y que, por lo tanto, todos somos músicos. Aunque sea sano que cada uno toque lo que quiera y pueda, aunque es cierto que “cualquiera puede cantar”, la verdad es que dominar un instrumento musical, lograr que éste sea una extensión de nuestro cuerpo y desarrollar un sonido personal y reconocible sigue siendo un desafío tanto individual como colectivo. Un buen ejemplo de esto son las Uvas Estroboscópicas, el nuevo orgullo de la siempre vanidosa zona sur del conurbano bonaerense. Suerte de seleccionado de bandas under en algunos casos bastante experimentales como Travesti, Victoria Mil, Tom Tom Lamas, El Extra & Los Imposibles y Los Látex, este cuarteto es contracultura rock en su máxima expresión desde su formato: no hay con qué darles a dos guitarras, un bajo y una batería.
Más aún con las psicodélicas y arrogantes canciones de Fernando Floxon, suerte de Baudelaire de Burzaco, carismático cantante y guitarrista rítmico de la banda que completan Thomas Müller en guitarra líder, Sebastián Velázquez en el bajo y Gandhi en la batería. Con demasiados años de sufrir la traición de los patovicas (como no dejar entrar a los músicos a las discotecas y bares que, con sus músicas, ayudaron a inventar o directamente humillarlos desde la impunidad de la noche), Floxon (también cantante de Travesti) se despachó con otra muestra de lucidez: “No tengo miedo a entrar en la disco, pero no voy a entrar”. En definitiva, la intención de los patovas de hacer de la puerta un escenario brutal donde el glamour molesta es el equivalente al patético “reality” de las barras bravas... ¿Unidas? Mientras tanto, quien tenga la suerte de enterarse este verano postapocalíptico de alguna de las levitantes y embriagantes presentaciones de Las Uvas sabrá que ambos violeros tienen inscripta, de manera indeleble aunque invisible, la frase que gran Donovan Leitch tenía en su guitarra, que copio de Woody Guthrie: “This machine kills fascist”. Traducido: Esta máquina mata fascistas.
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