Jue 24.01.2013
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PERSIGUIENDO A LAS PELOTAS Y A CATUPECU MACHU EN MAR DEL PLATA

La guerra de las colas

Semana turgente de verano en La Feliz de un cronista del NO persiguiendo y conversando con miembros de dos bandas que siempre la rompen y sobre todo en verano. Crónica de una trastienda tras la tienda.

› Por Santiago Rial Ungaro

“¡Pedazo de forro estúpido idiota, la reputa que te parió! ¡Te estoy mirando!” Fernando Ruiz Díaz de Catupecu Machu está enojado, muy enojado con algún integrante del público a quien, no se sabe bien cómo, parece que le sacó la ficha desde hace rato sobre sus malas intenciones. “¡Te estoy mirando desde hace rato!”, dice y se baja del escenario dispuesto a actuar. Hasta hace un momento, el líder de Catupecu estaba pidiendo palmas cual profesor de gimnasia jazz playero, saltando y manejando al público a su antojo, pero ahora quiere arreglar esto. Después de haberse empachado con varios Super Mega Festival tan gaseosos como ensordecedores (ya es hora de aceptar que escuchar más de tres bandas de rock seguidas es una auténtica tortura psíquica y física), los temas de El mezcal y la cobra (2011) y clásicos como Dale, Magia veneno y Lo que quiero es que pises sin el suelo dan la impresión de que el sonido de la banda probablemente haya tenido alguna incidencia meteorológica en el clima, en el parador del Arena Beach de Mar del Plata. Son las 17 y los Catupecu Machu demuestran ser más un fenómeno de la naturaleza que una banda de rock convencional: mientras un cielo cargadísimo de vanidosas nubes negras sigue amenazando con una lluvia torrencial que nunca llegará, la amenaza pluvial y la espontaneidad le aportan un poco de expectativa a esta segunda presentación del Coca Cola In Concert 2013 (la primera fue la de Axel hace un par de días).

Las próximas presentaciones se desarrollarán también mañana en Villa Carlos Paz (donde, según el travesti más célebre del país, “no hay nadie”) y con el bizarro tándem que prometen conformar los Miranda! y los hasta hace poco ignotos Agapornis. Lo cierto es que la escaramuza en el Arena Beach se resolvió enseguida, aunque queda la impresión de que el líder de Catupecu no hubiera dudado en hacer justicia por mano propia. El show terminó y en pocos minutos Ruiz Díaz pasa del “pendejos de mierda, bajo y los cago a trompadas yo mismo” a un fraternal “coman chicos, coman y beban lo que quieran” con que nos recibe ahora en camarines este héroe de la clase trabajadora de Villa Luro. Hace un par de minutos, Don Fernando Ruiz Díaz de Catupecu Machu le estaba haciendo de Maestro de Ceremonias (allá le dicen también MC) a Las Pelotas, y ahora muestra otra de sus caras.

Ambas bandas aceptan cierta hermandad, y resulta interesante estar hablando con este hombre, que en menos de una hora pasó por tantas situaciones distintas. Aunque el show de Las Pelotas ya empezó y retumba en los camarines, la prensa no sólo no recibe ningún maltrato “maradoniano” sino que se nos ofrece comer y beber opíparamente. “Tomate algo”, comenta Fernando señalando unas botellas de vino, y empieza a hablar: “Lo que pasa es que nosotros tenemos el mejor trabajo del mundo. Obviamente que te pasan un montón de cosas. Nosotros somos amigos de los Patronelli, en estos momentos Marcos están corriendo el Dakar. ¿Viste que siempre lo ganan ellos? Y si ves lo que hacen ellos parece casi inhumano. Y a nosotros también nos pasa un poco de que si lo ves de afuera tenemos una vida muy extraña: ahora mismo no dormí, porque cuando me tiré a descansar un momento me pasaron a buscar en una camioneta, agarramos la ruta y acá estamos”.

No sólo de amor vive el hombre; pero, por cierto, tampoco vive sólo de coca-colitas diet, aunque las repartan bellas doncellas elegantemente vestidas de rojo y blanco. Y es que, a estas alturas, Coca-Cola está más cerca del Imaginario Pop de Andy Warhol, o de un Dieguito Maradona modelo ‘80 maltratando a un pibe en una publicidad increíblemente profética, para después, claro, ahí va, sacar una Coca-Cola bien frappé, pedirle a su víctima un refrescante perdón y...

¿De dónde sacan la energía los Catupecu? El año pasado hicieron más de 90 shows, y no creo que nadie les pueda reprochar por indolentes. ¿Es que nunca se cansan? No se puede negar que Ruiz Díaz es una persona con un gran magnetismo y que su banda (Agustín Rocino en batería, Macabre en teclados y sampler y Sebastián Cáceres en guitarras y bajo) suena efectista, bombástica y a la vez electrónicamente bailable. Basta ver “el mar de palmas” que generan en la arena para entender que cumplen su función a la perfección: la gente baila, se tira arena en el pogo y canta. Y, salvo un par de temerarios, nadie se anima a hacer macanas. Fernando: “¿Sabes qué pasa? Vos no podés tocar ante mil personas y que no pase nada. Recién cuando vi que pasaba algo, no me hice el boludo: prefiero bajarme, hacerme cargo y parar de tocar. Y así es como al final nunca pasa nada”. Y de vuelta aparecen en la charla los Patronelli: “Los Patronelli tiene 4 Dakars, se pegaron el palo cientos de veces, el año pasado Marcos salió volando. Ellos manejan la energía de una manera que es increíble, porque cada diez metros todo se puede terminar. ¿Cómo hacen? Lo logran porque siempre estuvieron centrados en su eje. Y Catupecu, más allá de que sea un quilombo, siempre estuvo centrado en su eje. Y eso se ve en los shows porque, si no, ni haríamos tantos shows en vivo, seríamos como Jennifer López, que hizo dos shows en toda su vida (risas)”.

De todos modos hay algo en lo que coinciden todos: “Y sí, un año sabático nos vendría bien en cualquier momento. Pero si seguimos tocando a pleno desde el ‘94 es porque Catupecu tiene algo religioso. Nosotros, además de juntarnos para tocar, estamos juntos todo el tiempo. Después de tantos años haciendo esto, si seguís es porque tiene que gustarte, aunque quizá ni siquiera tiene que gustarte: yo creo que esto es inherente a nosotros. Pero te saturás, como te saturás con cualquier otra cosa”.

Y de vuelta volvemos a la interesante analogía entre el Rally y las giras de rock & roll: “Hubo etapas de los Dakar en que yo lo veía a Marcos, que tuvo accidentes terribles, que tuvo que abandonar, que no pudo más o que se quemó la mano, y vos ves que es parte de eso”. Agustín Rocino: “A veces te pasa que estás de gira y pensás en que estás todo roto y que querés estar en tu casa. Pero cuando volvés, estás dos días tranquilo y después ya estás ansioso por saber cuándo vas a salir de nuevo. Nosotros hemos subido al escenario con fiebre, neumonía, rotos y después cuando viene el show salís igual, y eso no importa nada. Cuando murió el padre de Fernando, tocamos igual”. ¿Y cómo se siente este espíritu inquieto auspiciado por un sponsor, o tocando para el gobierno? “Nosotros creo que lo manejamos bien. Tiene que ver con el signo de los tiempos. Las cosas cambian. Yo me acuerdo de cuando iba a ver los shows de los Ratones Paranoicos: había tres minas y el resto eran todos chabones.

Ni hablar de cuando iba a ver a los Redondos: el público era gente grande, intelectuales, gente que iba a la facultad, un público, por así decirlo, más ‘caretón’. Pero el rock siempre fue una música popular, los bluseros tocaban en lugares chicos y cuando aparecieron Elvis Presley o Chuck Berry creció todo; y si no fuera por ellos, no hubieran existido los Beatles o los Rolling Stones. Y en ese momento también tuvo que venir una compañía discográfica y poner guita, y era una multinacional. Yo creo que nosotros lo manejamos muy bien. Nosotros tocamos en el Parque Roca, en Tecnópolis, en el Pepsi, en Cosquín y yo agradezco que nos inviten a tocar. En el primer Cosquín no había sponsors y los tipos perdieron guita a lo loco. Todo eso depende de cómo lo manejes. Si aparecés tipo El mundo según Wayne diciendo ‘a mí me gusta la pizza tal’. ¿Si no me jode? Esta época es así. ¿Qué vas a hacer, no tocar en ningún festival? Hay gente que no tiene un mango y la única oportunidad de verte es en uno de esos festivales gratuitos. Nosotros desde que empezamos a tocar con Catupecu nunca hablamos de política. Ahora, si después sos un boludo útil... Catupecu tiene una idea muy fuerte sobre eso y es que las cosas tenés que cambiarlas desde adentro. Yo me acuerdo cuando empezamos a tocar que yo era muy bardero y había una banda que tocaba un cover de Cop Killer (tema de Ice T que describe el asesinato de un policía). Y yo siempre los bardeaba, hasta que un día fui y lo encaré al chabón, y le dije: ‘No es nada personal con vos, pero vos cantás sobre matar a un policía y después te vas a tu casa con guita en el bolsillo y con una mina que te levantaste anoche. Y si un pibe escucha lo que cantaste vos, va y mata a un policía, cae preso, se lo culean y se caga la vida’. Es fácil tirar piedras de afuera, pero nosotros nos metemos en la cancha. El rock sigue siendo negocio de alto riesgo. Sigue siendo muy difícil sacar adelante una banda de rock.”

Lo cierto es que los sponsors (no la banda de Joaquín Levinton, que ahora aprovecha la efervescencia de los clásicos de verano para reflotar su hitazo River Plate) ya son una parte importante de los eventos masivos del rock actual. Y ahí están la casi angelical Agustina Córdoba y Darío Lopilato (el hermano de) sacándose fotos y bebiendo de la botellita más famosa. La guerra de las colas este año no se resuelve en el procaz concurso anual de traseros de Reef, ni en los cada vez más anacrónicos espectáculos de los teatros de revista. El imperio contraataca y todos los shows del ciclo (donde también tocarán Los Cafres y Kapanga) se podrán seguir en vivo vía streaming desde cualquier lugar del país a través de la plataforma on line de Crónicas de Verano (www.coca-colainconcert.com.ar), ciclo a cargo de la despampanante María Belén Ludueña, que ahora nos cuenta que incluye rock, surf, turismo aventura y que demuestra cómo el streaming se ha convertido en una poderosísima herramienta de promoción.

Lo cierto es que los shows gratuitos tienen ese “qué sé yo, ¿viste?”. La gente siguió apareciendo y al final parece que se juntaron unas 30 mil personas. Aunque durante los “agasajos” de los prenseros a la prensa (pasajes de avión, estadía en el Sheraton Hotel, ostras, etc.) se vislumbró una legión de miembros del staff de la marca auspiciante (agentes, embotelladores, promotoras, etcétera). El slogan de la jornada se lo termina ganando un viejo buscavidas, vendedor ambulante de churros: “No al paco, sí al churro”, anuncia, mientras los niños, hermosamente ajenos a todo esto, siguen armando sus castillos de arena.

La policía (por suerte vestida de un inconfundible naranja chillón) también forma parte de la escena y hay que estar muy atentos: son muchísimos. Claro que ahí están en el escenario los miembros de Las Pelotas, sintetizando 25 años de ruta con 15 temas, demostrando que hasta los que menos los conocen también cantan sus temas. Cuando Germán Daffunchio y sus secuaces arremeten con los tres últimos temas (Capitán América, Shine y El ojo blindado, a dúo con Ruiz Díaz) culminan un show impecable y apenas toman aire para darnos una entrevista (esta vez, gracias a Dios, sin otra banda de fondo).

Gustavo Jove: “Está bueno que sea diverso porque te da la oportunidad de tocar para gente que quizá no se mandaría a verte. No sé si fue casualidad o no, pero la verdad es que con Catupecu compartimos muchas fechas y somos amigos. Somos una banda muy hermana”, afirma sin Germán Daffunchio, que quizá quiera darle también protagonismo a una banda con personalidades fuertes y que atraviesa un momento de gran popularidad (Cerca de las nubes, su excelente último disco, ya es disco de oro).

Tomás Sussman: “Yo no creo que los antecedentes tengan nada que ver con que la gente te dé bola, porque a nosotros durante años nos vinieron a ver 20 personas. Y capaz que íbamos presos, y también caía presa la gente del público con nosotros. Nosotros no creemos que haya influido mucho en la gente el pasado de Germán en nuestro caso. Estamos tocando juntos desde el ‘94. Cuando alguien les pregunta si se sienten referentes, Sussman se desentiende: “¿Referentes? ¿De qué? Eso tendrías que preguntárselo a los pibes. No te lo podemos responder nosotros. Lo que sí creo es que cada época tiene sus escollos; en otra época, hacer rock era un desafío porque capaz que la cana te llevaba preso por ir a ver Pappo o por tener el pelo largo. Yo creo que mucha gente tiene idealizado el pasado, como si hubiera sido buenísimo... y fue una mierda”.

Sebastián Schachtel: “Y ahora hay otras contras, la masividad, Internet, YouTube, todo es una avenida donde todos hacen música y capaz que es más difícil asomar la cabeza, por la tecnología, por la cantidad de cosas que hay. Hubo un momento que no habían programas de rock en la radio. Directamente no existían. Y ahora todos son programas de rock”, reflexiona el tecladista de Las Pelotas. Para Tomás Sussman lo de tocar para un sponsor es algo anecdótico, aunque a nivel político quizá tiene más reservas: “Parte del trabajo de músico es tocar, pero nosotros no tocaríamos en un acto político como parte de una campaña. Nuestra música no está ligada a eso, habla de otra cosa”. Jove: “Capaz que tocamos en el Bicentenario, pero justamente era algo histórico, no era un acto político. Sussman: “En la época de Lopérfido también tocaban todos, salvo nosotros, claro (risas). Pero eso tampoco era un acto político: era un festival”.

Y en su primera fecha del año, el guitarrista histórico de la banda (que el sábado 2 de marzo presenta Cerca de las nubes en el Luna Park) confía el secreto del éxito de una banda sobre la que nadie se animaría a plantear ninguna suspicacia: “Ya tenemos recorridas las 24 provincias. Está bueno poder viajar, porque el país es muy grande y es muy caro para la gente además viajar. Por eso es importante para nosotros tratar de llegar a lugares donde es difícil que las bandas lleguen y donde siempre hay gente tiene ganas de ir y ver un show y pasarla bien. Es difícil si vivís en Ushuaia ver un show, y parte de la idea es ésa. Es muy lindo viajar tocando, tocar en Jujuy y que te escuche gente que hace años que no ve una banda”. Como Alberto Castillo y los 100 barrios porteños, Las Pelotas hacen lo mismo, pero recorriendo el país entero. Sussman: “Igual, eso de los 100 barrios porteños a esta altura es como un mito... no hay lugares para tocar en los 100 barrios porteños”.

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