Jue 07.02.2013
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CéSAR GONZáLEZ Y DIAGNóSTICO ESPERANZA

Parada Carlos Gardel

La película del joven poeta anteriormente conocido como Camilo Blajaquis, que será estrenada en marzo, recorre una espiral descendente al centro de un barrio ejemplar que no es el Abasto, sino la ex villa de El Palomar.

› Por Juan Ignacio Provendola

En el barrio no hay estatuas de San Martín atravesando el viento a caballo, tampoco anchas avenidas con el apellido de Sarmiento, ni plazas para honrar “gestas” nacionalistas contra las culturas indígenas. Los héroes de manual no tienen letra en este panteón donde conviven el Gauchito Gil, un cura que impidió violentos desalojos, el autor de un memorable robo a un blindado o un cantante de cumbia. La Carlos Gardel, como el resto de las villas conurbanas, construyó su identidad a espaldas de gobiernos que las ignoraron por igual. Viviendas hacinadas, quemas, heladeras oxidadas, estanques, pozos negros saturados, autos desarmados; es el basural moral del progreso, a orillas de la ciudad, que los canales de TV convirtieron hábilmente en un decorado más de sus producciones y donde los periodistas se volvieron expedicionarios de la tierra arrasada.

Las propagandas, cinematográficas, anticipan un espeluznante recorrido por el delito. “Ahí vemos a un señora vendiendo bolsas de cocaína en la puerta de su casa”; “Los tiros son de dos bandas que pugnan por el mismo botín”; “A la vuelta funciona un desarmadero que responde a la seccional”; “Acá mataron a un temible secuestrador de 15 años”, señalan aleatoriamente los eventuales cronistas, agazapados como corresponsales de guerra. El carácter verídico es fundamental: un encapuchado revelando detalles de sus robos, una vecina indignada por la cocina de paco de enfrente, una reyerta en directo. La marginalidad, lejos de ser asumida en su complejidad, es recortada y editada, entronizando verdades ante quienes, al otro lado de la pantalla, descubren un universo de otro modo inaccesible.

Por decantación, se instalan así algunos estereotipos: el ignorante, el vago, el buscapleitos, el malhablado. La ficción no es más ingeniosa que el “periodismo de investigación” a la hora de escoger las representaciones simbólicas con las que arropará al villero antes de incorporarlo en su relato de “la realidad”. Los estímulos se repiten, se replican. Hasta que, por fin, se instalan. ¿Caben otras perspectivas en medio de tanto ruido? Los libros de poesía La venganza del cordero atado y Crónica de una libertad condicional, la revista ¿Todo piola? y el programa Alegría y dignidad son voces en la cabeza de César González, y la mayoría de ellas ejecutadas por poderosos colectivos de trabajo que reúnen talentos emergentes de los suburbios.

Luego de editar Crónica..., este estudiante de Letras de la UBA, de 24 años, se estrenará como director cinematográfico con el largometraje Diagnóstico esperanza, en el que también actúa. Lo hará antes de volver a la pantalla del Canal Encuentro con Corte rancho, un programa hecho “en diferentes villas, destacando logros colectivos”. La película, que fue autogestionada, pero logró el apoyo del Incaa una vez rodada, “es una ficción en la que se plantea una especie de ensayo sobre lo micro del capitalismo y cómo el consumismo ataca con locura a todas las clases sociales. A su vez es también un relato sobre la soledad en la que crecen los chicos de las villas. Actúan mi vieja, mis hermanas, amigos del barrio, de Fuerte Apache, un pibito que estuvo preso, gente de una villa de Soldati. No hay un único protagonista”, anuncia González, que salvo los cinco años que estuvo preso, vivió siempre en la Carlos Gardel, atrás del Hospital Posadas, en El Palomar. Un barrio creado —al igual que Fuerte Apache, La Cava y Villa Riachuelo— en el marco del Plan de Erradicación de Villas de Emergencia del dictador Juan Carlos Onganía, con propósitos desleales que confinaron a los pobres de la Capital a casillas, a la espera de casas que jamás construyeron. Hace ocho años, el Municipio de Morón inició tareas de urbanización que pretenden recomponer la vergüenza.

Veinte personas, cámara en mano, rodando por el barrio, contando el adentro desde adentro. La elección de los colaboradores no fue azarosa: “Las artes audiovisuales representan al villero de una manera burda y exagerada, una visión que viene desde afuera con total impunidad. Los actores son de otra extracción social, o tal vez pobres que responden a las órdenes de un director que no lo es. Entonces se exageran gestos o vocabularios, anulando la potencia que por naturaleza y dolor llevan todos los villeros en su cuerpo”, defiende el poeta y anuncia estreno para marzo próximo.

La película es, también, la decantación de antecedentes audiovisuales que César hizo bajo el seudónimo Camilo Blajaquis, que se propone dejar atrás: por un lado, los cortos y spots de ¿Todo piola?, asimismo su experiencia con Alegría y dignidad, un programa que rescataba gestas artísticas y sociales en barrios marginales. A todo eso, además, le sumó estudios con Luis Franc, profesor del Centro Cultural San Martín. A través de él llegó a conocer las obras de directores como Favio, Bresson, Godard, Pasolini, Haneke, Buñuel y Welles. “Todo ser humano, hoy, posee en su psicología un lugar invadido por Hollywood. Desde el cine hasta los videojuegos, se propone un modelo de pistolero que cae preso para siempre o se muere épicamente. Yo busqué una estética propia por otro lado”, dice. Todo piola.

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